TRIGO, Antonio José

Inicio/TRIGO, Antonio José

TRIGO, Antonio José

Biografía

Nació en Lora del Río (Sevilla), el día 22 de abril de 1961. Ha colaborado con poemas, artículos y reseñas en diferentes periódicos y revistas de España y América Latina. Además de poeta, es ensayista y pintor. En su obra se descubre un hombre que busca siempre todo aquello que le enseña a valorar la soledad, la libertad intelectual, la calidad y los misterios de la vida.

 

 

Obra

POESÍA

Rapsodia de lo oscuro ofreciente (1989).
Otra manera de reír (1989).
Estancia de los detenimientos (1990).
Esquemas para una decoración del agua (1990).
Reclamos y presencias del advirtiente (1999).

ENSAYO

«La poesía fue una vez una realidad sin nombre, ahora es un nombre sin realidad» (1991).
«El poema está en las palabras, sólo hay que sacar lo que sobra» (1991).
«La sociedad posmoderna» (1992).
«Chechenia. Guía histórica y política» (1995).
«Carta a un joven universitario» (1996).
«La libertad es existencia (A propósito de cómo ser-en-comunidad)» (1996).
«Desde la Alcazaba (Indicaciones políticas para que la comunidad alcance su liderazgo)» (1999).

OTROS

«Testimonios (Antología de sonetos de Juan Cervera, 1957-1986)» (1986).

Premios

Poética

«El poeta auténtico afirma la grandeza de quien sabe vivir, lo cual sólo puede utilizar para incrementar su energía y su éxtasis. De lo contrario, sólo tomará control de una parte de la lengua y la ahorrará invirtiendo toda su energía en ella.
En definitiva, al poeta auténtico corresponde el equilibrio desenfadado entre el presentimiento de la muerte y la alegría de vivir. De donde, o es un gnóstico o es un cretino.»

(Del libro Las trampas de la poesía, inédito)

 

 

Texto

RAPSODIA DE LO OSCURO OFRECIENTE
(Fragmento IV)

Golpeando los derrumbes de la luz,
vienes a mí, estibadora de mi sueño,
vienes a decirme al oído tu secreto
de materia solar sobre días frágiles;
tu secreto de piedra sedienta en torno del cielo,
de horizonte de agua acariciando
la rosa de las ruinas;
tu secreto que he de guardar
como el poema guarda la voz danzante
o como la tierra la semilla.

Mientras tanto, la danza, el rito,
que encierra acontecimientos primordiales,
agita del mar la luz nocturna
que me obliga a caer en lo vivido,
en la estancia sin idioma,
donde, a través de las palabras
que nacen para arder,
prefiero la condena a la duda
palpando el aire de no ser
más que sumisa ráfaga de ceniza.

(De Rapsodia de lo oscuro ofreciente, 1989)

ESTANCIA DE LOS DETENIMIENTOS
(Fragmento I)

El tiempo aquel sin horas
en el estar sin ser de los relojes,
en esa concordancia azul
que viene de muchos siglos,
abre surcos de inciertas navegaciones,
hace brotar incesantemente
de su sucesión oscura
el ímpetu de la llama
hacia el abierto corazón de los pájaros.

Se hace ala la fiesta alrededor
y entramos de pronto en lo distante
como en un sendero de bosque
que, al no tener huellas,
desimanta el vaciado
del viento, la nube y el ave.

Un rayo lava el agua del río
que ya no vuelve y no protege;
tiempo ardido de no estar y de perder
la ávida furia que corona la corriente.

Así, sin llegar a donde estoy,
la noche se me va por lo amado
y abre brecha en la mañana,
de donde no me queda más que esperar
el arco, el límite, el cielo,
en este lugar sin lugar del poema,
lugar de mis reinos, de mis ruinas,
porque en la estancia a lo más a que se llega
es a no poder llegar, en cuyo secreto:
el sonido del sol trabaja la flor del agua
transcribiendo su salmo de infinito.

(De Estancia de los Detenimientos, 1990)

ESTANCIA DE LOS DETENIMIENTOS
(Fragmento III)

En la estancia de los detenimientos,
donde cabe pedir la sustancia de los soles,
la música del agua, la caridad del aire,
sé que todo en mí vive, más adentro aún,
en rescoldo, en voraz relámpago
por el cuadrante absorto de las tormentas.

Ya transcurre el diamante roto de la fiebre
rasgando el espejo desierto de la nula androginia,
salpicando con agua de luna
el corazón quemado de los pájaros,
quiera tu voluntad que pueda ser
tu codificación de toda transparencia
para hermanar los corazones de los árboles
y ponerle alas de dragón al azogue del instinto.

Déjame, amor mío, ser tu ceniza.

(De Estancia de los Detenimientos, 1990)

APRENDIZAJE DE LA MIRADA

I

Mirar cómo se posa el polvo
sobre la vigilia memorable de los retratos
que refrendan, cada día,
la misma insidiosa servidumbre.
Mirar al fondo de los ojos
de un cuerpo desacariciado cómo desciñe
el aluvión de fuego de toda lastimadura.
Mirar al amor que cambia cuando llueven
pájaros dentro de la carne herida
arrastrando desmemorias, semillas de rencores.

Mirar es llenar el espacio de un esplendor sin nombre,
a fin de disponer una cantidad hechizada de sol
para fundar tantos sentimientos de lejanía
como sea preciso, siempre tan del corazón.

II

Como para cada silencio hay un mundo
de pájaros en desbandada,
para cada salto en el abismo
hay la corriente de una mirada:
flor de antigua claridad sin término
que cierra sobre la cumbre sus alas,
que aguarda los fríos, las brumas violentas,
las antiguas reciedumbres, las vencidas ansias.

Todo empieza sin ninguna duda
bajo la nieve abundante de la mirada
que ocupa el lugar de los ojos y no el que queda
entre los ojos, entre penumbras cálidas,
porque nunca, antes y ahora, en este mundo,
cada cosa, cada ser, en su inmóvil danza,
persiste en el corto momento que viven
como persiste a la embestida tórtola el águila,
en callado designio, en callada imagen,
haciendo círculos hasta alcanzarla.

Sólo el esplendor sin nombre llena el espacio.
Nada se interpone hacia su centro en que la luz es nada.

Ya la noche pone en marcha su caja de aviesos ritmos.
Ya no hay retorno de la última audacia.

Entre señales furtivas, la luz que se nos concede
queda desnuda en pequeñas nostalgias,
porque, ¿dónde sino en los ojos, convertidos
en la claridad que aniega, queda incendiada
la noche tutelar que cada uno de nosotros,
con furor, sabe al otro comunicarla?

Al final, sin rostros ni lugares intermedios,
uno, tan dócil, de todo sueño se desata,
hasta no ser nadie, solo asueto,
no más que un jeroglífico de aridez y escarcha.

Al final todos, tan efusivos, hacemos hoguera.
¿A qué, pues, preocuparse, si todo pasa,
si no hay sitio que cercar ni sendero por donde huir,
si doblamos la esquina, y ya es la noche callada?

Vivir acaso sea acercarse al mundo
y guardar el silencio de las cosas que no se alcanzan;
sea tener los sentidos atentos al viento de eternidad
que nos vence, nos sostiene y encarna;
sea deletrear vuelos hacia las estrellas
en donde se organiza la mirada.

(De Reclamos y Presencias del Advirtiente, 1999)

 

 

Subir