TRAPIELLO, Andrés

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TRAPIELLO, Andrés

Biografía

Andrés Trapiello nació en Manzaneda de Torío, León (1953). Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Valladolid. En 1975 se trasladó a Madrid, donde reside desde entonces. Trabajó en diversas publicaciones y programas culturales de televisión desde esa fecha hasta 1979, año de su último trabajo estable. Poeta, novelista y ensayista, colabora semanalmente en el Magazine de La Vanguardia, así como en otros periódicos y revistas. Su obra ha sido traducida a numerosas lenguasHa preparado ediciones de Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, José Bergamín, Manuel Machado, Ramón Gaya, Ramón Gómez de la Serna, Rafael Sánchez Mazas o José Gutiérrez Solana, entre otros. Dirigió la editorial Trieste con Valentín Zapatero, y en la actualidad dirige la colección La Veleta, de la editorial Comares, Granada.

 

 

Obra

NARRATIVA

La tinta simpática (1988).
El buque fant asma(1992).
La malandanza (1996).
Días y noches (2000).
Los amigos del crimen perfecto (2003).
Al morir Don Quijote (2004).
Los confines (2009).
Ayer no más (2012).
El final de Sancho Panza y otras suertes (2014).

DIARIOS (agrupados bajo el título general de Salón de los pasos perdidos. Una novela en marcha)

El gato encerrado (1990).
Locuras sin fundamento (1993).
El tejado de vidrio (1994).
Las nubes por dentro (1995).
Los caballeros del punto fijo (1996).
Las cosas más extrañas (1997).
Una caña que piensa (1998).
Los hemisferios de Magdeburgo (1999).
Do fuir (2000).
Las inclemencias del tiempo (2000).
El fanal hialino (2002).
Siete Moderno (2003).
El jardín de la pólvora (2005).
La cosa en sí (2007).
La manía (2008).
Las inclemencias del tiempo. «Salón de los pasos perdidos 10» (2009).
Troppo vero (2009).
Apenas sensitivo (2011).
Miseria y compañía (2013).
Seré duda (2015).
Sólo Hechos (2016).
Mundo es (2017).
Diligencias (2019).

POESÍA

Junto al agua (1980).
Las tradiciones (1982).
La vida fácil (1985).
El mismo libro (1989).
Fuera del mundo (1990).
Las tradiciones (1991).
Acaso una verdad (1993).
Poemas escogidos (1998).
Rama desnuda (1993-2001). (2001).
Habla y otros poemas (2003).
Un sueño en otro (2004).
El gorrión y sus cómplices (2004).
Oficio parvo: antología poética (2006).
El volador de cometas: antología poética (2006).
Segunda oscuridad (2012).
Y (2018).

OTROS

Costanilla de los desamparados (2017).
Negocios pendientes (2017).

-Artículos
Mil de mil (1995).
Más o menos (1995).
Todo es menos (1997).
El azul relativo (1999).
La brevedad de los días (2000).
Tururú…y otras porfías (2001).
Sí y no (2002).
Mar sin orilla (2002).
Ya somos dos (2004).
Contra toda evidencia (2004).
Naranjas de la mar (2007).
Ni tuyo ni mío (2009).
Los baluartes (2009).

-Ensayos
Clásicos de traje gris (1990).
Las vidas de Miguel de Cervantes (1993).
Viajeros y estables (1993).
Las armas y las letras: literatura y Guerra Civil (1936-1939) (1994).
El escritor de diarios (1998).
Sólo eran sombras (1997).
Los nietos del Cid: la nueva edad de oro de la literatura española (1898-1914) (1998).
Los caminos de vuelta (2000).
Las vidas de Miguel de Cervantes: una biografía distinta (2001).
La noche de los cuatro caminos: Una historia del maquis (2001).
Tiempo de editores: historia de la edición en España 1939-1975. Con Xavier Pericay y Xavier Pla. (2002).
…y Cervantes, (2005).
Imprenta moderna: tipografía y literatura en España, 1874-2005 (2006).
El arca de las palabras (2006).
Imprenta moderna (2006).
Los vagamundos (2011).
El Rastro (2018).
Un poco de compañía. Impromptu barojiano (2019).

-Algunas antologías y libros colectivos
José Luis García Martín, La generación de los 80 (1988).
Miguel García Posada, La nueva poesía (1975-1992) (1996).
Germán Yanke, Los poetas tranquilos (1998).
Juliana Chaverrías Álvarez y Marcelino Jiménez León, 18 poetas españoles del milenio (2000).
José Pérez Olivares, El hacha y la rosa (tres décadas de poesía española) (2001).
Antonio Manilla y Román Piña, La casa del poeta (2007).
Emilio Coco, Poeti spagnoli contemporanei (2008).
Francisco Rico, Mil años de poesía española (2009).
Francisco Gutiérrez Carbajo / José Luis Marín Nogales, Artículos literarios en la prensa (1975-2005), 2007.
Juan Manuel Bonet, Visiones de Madrid, 1991.
VVAA, Crónica de la Guerra Civil española, 1996.
VVAA, Aquel verano, aquel amor. 33 escritores confiesan un amor de verano,1997.
VVAA, Gentes del 98,1998.
VVAA, Con otra mirada, una visión de la enfermedad desde la literatura y el humanismo, 2001.
VVAA, Nosotros los solitarios, Editorial Pre-Textos, 2001.
Manuel Hidalgo, Fobias’, 2002.
VVAA, Antología del Relato Español. Prólogo de Luis Alberto de Cuenca, 2006.
Manuel Hidalgo y Amparo Serrano de Haro, Otro final, 2009.
Ignacio Martínez de Pisón, Partes de Guerra, 2009.
Javier Muguerza y Yolanda Ruano de la Fuente, Occidente Razón y Mal, 2008.
VVAA, Miradas sobre Extremadura, 2008.
VVAA, Chaves Nogales, 2012.

Premios

1992: Premio Internacional de novela Plaza & Janés por El buque fantasma.
1995: Premio don Juan de Borbón por Las armas y las letras. Literatura y guerra civil 1936-1939.
1993: Premio de la Crítica de poesía castellana por Acaso una verdad.
2002: Premio de las Letras de la Comunidad de Madrid.
2003: Premio Nadal con Los amigos del crimen perfecto.
2005: Premio Fundación Juan Manuel Lara a la novela Al morir don Quijote.
2005: Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes 2005 por el artículo «El arca de las palabras».
2007: Premio Julio Camba de Periodismo.
2009: Premio Nacional de Periodismo Francisco Valdés.
2010: Premio Castilla y León de las Letras.
2012: Mejor novela para los lectores de El País por Ayer no más.
2015: IV Premio Troa ‘Libros con Valores’ por El final de Sancho Panza y otras suertes.
2020: Premio Ateneo de Palencia de la sección de Literatura.

Poética

«Hay dos maneras de estar en un libro, en la literatura, en la vida. Los que procuran hacerse notar, y los que no; los que dicen: les voy a hablar de mí, y los que dicen: te voy a hablar de tí. Los primeros suelen ser también aquellos que, acabado ese tema de conversación, que, dicho sea de paso, suelen encontrar muy interesante, imploran a su interlocutor: ¿Y ahora, por favor, puedes hablarme un poco de mí? Lo contrario que los segundos, que si acaso se cansan de hablar de los demás, del mundo, de la realidad, de lo que les rodea, jamás pedirían a nadie que hablara de ellos. Al contrario, dirán: Por favor, hábleme de usted.
Cuando Miguel de Montaigne escribe en el encabezamiento de sus célebres Ensayos la conocida frase «Yo soy el tema de mi libro» no estaba siendo del todo sincero, porque hay en él muy poco de Montaigne en comparación con las expectativas que una frase como esa levanta. ¿Por qué razón quiso empezar, pues, de esa manera unos escritos tan originales y extraños, únicos hasta ese momento en la historia de la literatura y pioneros, como es sabido, de un nuevo género literario? En cierto modo, por modestia, como una manera de abordar los asuntos que le preocupaban, fuesen éstos elevados o sencillos, intrincados o elementales. Diríamos que fue una captatio benevolentia, ya que ponía en común con el lector lo común a todos nosotros, acaso lo único que nos hace verdaderamente iguales: el yo.
Pero sabemos que el yo es odioso (le moi est ha,efssable nos dirá Pascal) y por tanto la única traba en todo proceso narrativo. A veces el yo es una barrera infranqueable, y sin embargo buscamos en el narrador una voz propia, algo que la distinga de todas las demás voces. Ni siquiera perseguimos un asunto nuevo (los temas universales en la literatura suelen reducirse a media docena, el amor, la muerte, la traición, el fracaso, el honor, la búsqueda de la felicidad y algunos pocos más), sino un tono diferente. La poesía, decía Juan Ramón, es expresión, y la prosa, añadiría uno, es tono.
Durante años ha ido uno buscando en la vida, en la literatura, en el libro que escribe (ese eterno libro que es siempre el mismo libro) un tono suyo, en el que se den a partes iguales el yo y la ausencia de yo, ese libro en el que hablando de uno mismo se esté hablando de todo lo demás y hablando de todo lo demás hablemos sesgadamente de nosotros, de ese tú esencial que a todos nos agrupa en torno suyo. El libro en el que no tiene la menor importancia el libro, y sí la vida. Ese libro que se desdibuja de sí mismo, mimetizándose tanto con la vida, que es vida propia, nacida como un organismo único, que encuentra su maravilla en ser perfecto e imperfecto al mismo tiempo, a diferencia de los mecanismos incompletos, que en su imperfección sólo pueden ser perfectos.
De modo que ningún escritor puede en el fondo ser el tema de su libro, si este ha nacido vivo, por la misma razón que no ha nacido un solo hombre que sea él toda la vida, todo el mundo, toda la historia. Como la verdad, los libros acabamos haciéndolos entre todos. Por eso en un libro lo que primero sale sobrando es el yo. Y si Montaigne dijo «Yo soy el tema de mi libro» fue para que no se le tomara por demasiado presuntuoso diciendo que en absoluto era él el tema de su libro. Porque el tema de un libro es siempre la vida, y la vida es algo que recibimos en pro indiviso, algo de lo que, como decía Nietzsche, no nadie tiene derecho a levantar un falso testimonio. Y en literatura el testimonio más falso de todos suele ser precisamente el yo».

(de «yo no soy el tema de mi libro» de Andrés Trapiello en ciclo de Conferencias, 16 y 18 enero 2007).

«El principal interés de un libro, sea un diario o una novela, es que nos incorpore a una vida autónoma, de modo que llegue un momento en la lectura en el que no se sepa si se está hablando del autor, del narrador o del lector -expresó–. La emoción es el punto fundamental de conexión».

( fragmento de la «Entrevista a Andrés Trapiello» en Ecodiario, 16/09/2008).

 

 

Texto

» El caso es que un día, no se sabe muy bien por qué razón, le llamó el subdirector. Le dijo, mira, Bremond, zutano, el que llevaba la sección necrológicas, se va a Barcelona, y eso se queda solo. Le habló de la importancia que una sección como ésa tenía en The Times por si había tenido la idea de considerar aquel nuevo destino una especie de vejación o degradación, como les había ocurrido a otros antes. Bremond no debió de decir nada, porque parecía un hombre bastante tranquilo, y seguramente lo aceptó con la misma impavidez que los otros destinos. Nos decía que era un trabajo cómodo. Sólo tenía que recoger las necrológicas que venían en los teletipos, si eran de afuera, o adaptar las que le pasaban de otras secciones, si eran de dentro, nacionales. Las de afuera las traducía y las demás las aliñaba como le parecía, porque nadie se metía en su trabajo. Cuando eran largas, las acortaba, y cuando eran cortas, las hinchaba. Comprendió que todas las vidas contadas en quince o veinte líneas eran magníficas, cada una en lo suyo, como ocurre en los relatos de Chejov. Yo no creo que Bremond, francamente, hubiese leído jamás a Chejov, pero tenía una idea aproximada de lo que podía ser, porque los periodistas tienen absolutamente de todas las cosas conocidas o desconocidas una idea aproximada, no siempre inexacta. »

(de Las cosas más extrañas, 1997).

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» Su padre acababa de morir… Nadie, pensó, nos enseña a morir ni a hacerse a la idea de la muerte de las personas que amamos. Digamos que eso es un aprendizaje que hemos de hacer todos sobre la marcha, sin maestros, por nuestra cuenta, a ciegas. Ensayos y estrenos en la misma velada. »

(de Siete moderno, 2003).

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Al final de la tarde…

Al final de la tarde
las últimas estelas se detienen
en la pared de cal,
accidentes, cenizas.
En los ojos entonces los paisajes
suenan como lacados
y hasta parecen lágrimas,
tan suavemente llegan.

Hablo de mí porque temo a la muerte
desnuda de las cosas
y que la muerte venga a esta azotea
a quedarse en la calma y el silencioso valle.

Como en su vaso el té moruno y verde
o el viejo libro que abierto está a su lado
han conseguido ser dueños de su quietud,
y en su quietud
igualarse a los astros que van en vastas órbitas,

como ese viejo libro y ese vaso de té,
recuerda este lugar y este momento.
Un día llegará en que te preguntes
¿de ti, de mí, qué fue de todo aquello?,
y de los ojos
ya no vendrán palabras.

( de Junto al agua, 1980)

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Adonde tú por aire claro vas…

Adonde tú por aire claro vas,
en sombra yo, o en hojarasca breve,
te he seguido. Yo mismo sombra soy
de ti. Y no puedes tú notar que yo
te siga, yo, callado tras de ti,
lumbre contigo o nieve de tu mano.
Y veo tu mirar, mas siempre esquivo,
oscuro y amoroso, en huertos altos
que tú para tu amor los cercas. Fuentes,
aves, la reja de la casa sueño
ser yo, la claridad, su vuelo limpio,
el aire entre los hierros. Pero tú,
a mi través, cuando me miras, creo
que estás mirando a otro, de no verme.
Y ya la fuente, el ave, las espadas
de la verja no son nada. La tarde
su rosa le retira al vaso. Pétalos
sólo, los continentes que parecen
sobre la mesa, a ti te los ofrezco,
te envío su gobierno y yo, la sombra.

Las tradiciones

Un régimen antiguo en sus ojos insomnes
de jardines y alanos aparece.
Cuando su mano alcanza la llave
de la lámpara y la vuelve, apagándola,
sobre el lino de la mesa se derrama,
y en su cuello, un dudoso azul
del alba, tibio latido que se inicia.
Y ese mirar cansado vale más
que cualquier siglo presente.

( de Las tradiciones, 1982)

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E. D

Mírame aún. Creció musgo en mis labios
y en los inviernos crudos me visita la nieve.
Siéntate, viajero, a mi lado.
Cuando la lluvia arranca plateadas
coronas de la piedra y silenciosa
en el ciprés muere la tarde, sólo
de ti me acuerdo. Pero tú estás lejos.
Pasa tu mano por mi nombre y quita
las hojas amarillas que lo cubren,
y los pétalos secos de esas flores
antiguas. Llámame después y dime
si el viento de esos campos lo ha borrado
o si tiembla en el aire todavía
como el romero verde.

Me asomo todas las tardes…

Me asomo todas las tardes
a este jardín soleado
a escuchar las soledades
que hablan entre sí callando:
Todo es igual y distinto.
¿Crepuscular?, ¿machadiano?
Quién sabe dónde está el hilo
de un laberinto tan largo.
La tarde desaparece
y en el jardín encantado
oigo una distinta fuente
soñar en el mismo caño.

(de La vida fácil, 1985).

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Nada

Te imagino, lector, dentro de muchos años
leyendo estas palabras. En tu mesa
una luz de bujía y una rosa
anunciarán el sueño, un cuerpo, nada.
Es inútil que busques. En la ceniza hay brasas
que podrías tener entre tus manos
sin quemarte. En tu pulso,
avisos, aprensiones, también nada.
Debes saber que, entonces, quiero decir, ahora,
volvían cada año vencejos
y este viejo Madrid ya era viejo
con sus ciegas veletas y sus jardines muertos.
¿Qué buscas, pues, aquí? ¿Algo distinto?
¿Una forma tan sólo? ¿Esa nueva manera
de traer el ingenio, rimas, nada?
¿Buscas tal vez aliento,
saber que ha de morir contigo el mundo,
el hálito más puro de la vida,
el cantar de los pájaros
y los ríos de susurrar oscuro?
Yo mismo cuántas noches
fui devanando el tiempo
y cuántas, como tú, miré a los ojos
de esa hermosa figura cuyo nombre variaba,
primero amor, luego silencio, nada.
Te imagino, lector, dentro de muchos años.
Sigues aquí conmigo
sin que sepas tú mismo
que aquello que aquí buscas
es tu propio dolor, este Madrid,
el volar de un vencejo,
un tiempo igual al tuyo,
el bálsamo en el alma
de un aire limpio y puro.
Que buscas un misterio, vida, nada.

( de El mismo libro, 1989).

****

El árbol de la ciencia

Dicen, mi amor, que es imposible hacer
versos de amor feliz, de enamorado,
que sólo lo perdido o no alcanzado
se canta en la poesía, el padecer

olvido o el sufrimiento de volver
al recuerdo de todo lo pasado.
Unas veces la sed de lo vedado;
otras, el vino del amargo ayer.

No hagas caso, mi amor, habladurías.
Contigo todas mis melancolías
son ramas escarchadas en anís

donde se posa un pájaro de nieve.
Escúchale cantar tan hondo y breve.
Que no te engañe su plumaje gris.

(de Acaso una verdad, 1993).

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A una gota de rocío

Van forjando al rocío fondo y forma
en la secreta fragua,
cuando nadie lo ve, para después
dejarlo igual que un vaso en la alacena
de la naturaleza inabarcable,
agua de pozo limpia y sed al mismo tiempo.
Y cómo estos principios se combinan
para pulir, tal piedra de diamante,
el silencio y la rosa
de donde nace al fin, como del poro
de la noche agitada van naciendo
nuestros sueños más íntimos,
esa pequeña gota
destilada en el tallo de cualquier loca avena.
Luego el sueño también le vence a ella,
y se evapora, devolviéndole al mundo
su perfume de rosa y su silencio,
y no deja más rastro
que en nosotros la vida, si morimos.
Y por ello, si fuera dios yo un día,
no cogería arcilla de la tierra
ni ninguna otra cosa,
sino a ti, mi pequeña Galatea
que en la avena te meces dulcemente,
y ordenaría al punto: Hágase el hombre
de esta lágrima pura,
y así quizá pudiera ser el hombre,
pleno en su instante único
entre tan bellas nadas,
más duradero sueño, una leyenda.

(de Un sueño en otro, 2004).

 

 

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