SOLANO, Francisco

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SOLANO, Francisco

Biografía

Nació en La Aguilera (Burgos) en 1952, pero su familia se trasladó a Madrid cuando él tenía tres años. Como crítico literario, ha colaborado en diversos suplementos culturales y revistas como Babelia por medio de artículos y reseñas. Dentro del ámbito de la creación literaria, se ha dedicado principalmente a la novela, pero también ha escrito relatos y cuenta con un volumen de poemas.

 

Obra

NARRATIVA

El pájaro huésped (1990). Relatos.
La noche mineral (1995).
«El caso Salicio Méndez» (1996). Relato.
Una cabeza de rape (1997).
Bajo las nubes de México (2001).
Rastros de nadie (2006).
La trama de los desórdenes (2007).
Tambores de ejecución (2008).
Lo que escucha la lluvia (2015).
Jugaban con serpientes (2016).
El día enterrado (2018).

POESÍA

El sonido despoblado (1994).

OTROS

José Antonio Carrera: el lugar de las preguntas (en colaboración con José Antonio Carrera) (2002).

Premios

1997: Premio de novela Jaén con Una cabeza de rape.

 

Poética

Texto

Mi interlocutor me escucha sin atreverse a disentir. Para ser imaginario, es demasiado dócil. Estoy en medio de la habitación, como un bailarín a punto de iniciar un paso, y él se ha sentado de nuevo en el sofá. El desconcierto ya ha emergido en su piel, pero se concentra en la paciencia, disfraza su rostro con un semblante pacífico, y me deja hablar. El espectáculo crea al espectador, y este hombre está acostumbrado a la recepción. No me interrumpirá, pero ya no tengo nada más que decir. Me acerco a la ventana. La luz de la tarde se concentra en la llama agónica que destella a lo lejos. En el edificio de enfrente, una mujer en camisón abre el balcón, sube la persiana, se apoya en la barandilla de hierro y se queda mineralizada. Veo la luna del armario, la cama sin hacer, una blusa verde sobre una silla. En la calle, un adolescente se detiene en un portal; consulta un papel y pulsa enérgicamente un botón. Contesta una voz rabiosa: «¿Quién es?». «Mariana, Mariana, soy yo», clama el peatón. «Aquí no hay ninguna Mariana», le reprueba la voz; el chico se aparta, vuelve a consultar su papel, camina hasta la esquina y lee el nombre de la calle; se ríe, vuelve sobre sus pasos, y al cruzar otra vez por el portal mira hacia arriba, contempla a la mujer mineralizada, y algo en ella le advierte que hoy no es un día favorable. Entra en un bar y se acomoda en la barra, debajo de un estante con una batería de botellas y copas iluminadas con una luz ambarina.

No volveré a ver a ese adolescente. No porque desconfíe del azar, que puede confrontar al padre muerto y al hijo no nacido, sino porque, si he de cumplir con mi determinación, desapareceré cuando ponga el punto final. Mi intención, al escribir estas páginas, era proveer a mi vida de algunos aspectos significativos, pero la materia que las sustenta no permite establecer claramente su propósito. Sé que tengo una biografía, pero carezco de biógrafo. ¿Quién se ocupa de un desmoronamiento de piedras al borde de un camino? Nací bajo el influjo de la mediocridad de mis padres, y he terminado aislándome; mi vida es un ejercicio de prestidigitación en un teatro vacío. He aislado aquí algunos rasgos circunstanciales, pero no he logrado adaptarme y tendré que buscar otra casa. Vivir no consiste en ordenar y hacer inteligible el tiempo, sino en fragmentar el yo de la memoria. Cedí a la tentación de la serpiente del árbol que ofrece en su boca el fruto que no alcanzan las manos. He hablado de la calamidad, porque la calamidad está en el crecimiento de los huesos; he salido a la calle, sin enlazar mi espíritu a las protestas de mi época; he seguido a individuos anónimos, proclives a la locura; he querido testimoniar la negación del amor que ha inficionado mis días, reclamando a la sintaxis el favor de ocuparse de mí, como si yo mereciera ser escrito. El aire que respiro soporta la crisis del relato, pero estalla al llegar a mis pulmones. No soy real; soy más bien improbable, un error que no reparan estas páginas, que ofrezco con la vieja lealtad de la especie, como contribución de mi paso por la tierra.

Y ahora, silencio, para no defraudar más al dios de la exactitud.
(De Rastros de nadie, Madrid, Siruela, 2006, pp. 118-120)

 

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