SILES, Jaime

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SILES, Jaime

Biografía

Poeta español nacido en Valencia en 1951. Doctor en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca, fue becado por la Fundación Juan March, ampliando sus estudios en la Universidad de Tübingen.

Trabajó luego como investigador contratado en el Departamento de Lingüística de la Universidad de Colonia. De 1976 a 1982 fue profesor de Filología Latina en las Universidades de Salamanca y de Alcalá de Henares.
En 1983 obtuvo la cátedra de Filología Latina de la Universidad de Laguna, Tenerife.

Ese mismo año fue nombrado Director del Instituto Español de Cultura en Viena y Agregado Cultural en la Embajada de España en Austria. Catedrático Honorario de la Universidad de Viena, ha impartido clases también en las universidades de Graz, Salzburg, Madison-Wiscosin, Bérgamo, Berna y St. Gallen. Actualmente es Catedrático de Filología Latina de la Universidad de Valencia.

Ha sido secretario de redacción de la Revista de Occidente y Asesor de Cultura en la Representación Permanente de España ante la Oficina de la Organización de las Naciones Unidas. Ha sido crítico teatral en la revista Blanco y Negro, crítico literario del periódico ABC, luego en La Razón y actualmente en El Cultural de El Mundo. Ha sido distinguido con la Encomienda de la Orden del Mérito Civil en 1990 y la Gran Cruz de Honor por servicios prestados a la república de Austria en 1991.

Obra

POESÍA

Canon (1973).
Alegoría(1977).
Siles, poesía 1969-1980 (1982).
Música de agua (1983).
Trans-textos (1986).
Columnae (1987).
Obra poética, 1969-1989 (1989).
Semáforos, semáforos (1990).
Poesía completa, 1969-1991 (1992).
Poemas (1997).
Himnos tardíos (1999).
Bajo nombres distintos (2000).
Poesía (2003).
Pasos en la nieve (2004).
Estado nunca fijo: antología (2004).
Desde un fracaso escribo: antología poética (2006).
Propileo (2007).
Colección de tapices (2008).
Desnudos y acuarela (2009).

OTROS

«Superrealidad y lenguaje». Revista de Occidente, 109 (1972).
«Sobre la poesía última de Luis Antonio de Villena». Ínsula, 350 (1976).
«Vicente Gaos (1919-1930)». Ínsula, 408 (1980): 4-7.
«Luis Suñén. El lugar del aire». Ínsula, 421 (1981): 12.
«Para una fuente de Quevedo: Tácito, Anales XIII, 56, 9-10». Ínsula, 425 (1982): 3.
Introducción al lenguaje y a la literatura latinas (1983).
Diversificaciones (1982).
«La poesía como conceptualización: Ludia, de Amparo Amorós». Ínsula, 444-445 (1983): 19.
«Dos versos de Claudio Rodríguez y una prosa de Pedro Salinas: Ensayo de una reconstrucción». Ínsula, 444-445 (1983): 6-8.
«Ortega y la filosofía». Ínsula, 440-441 (1983): 5-6.
«Una nota a la correspondencia de Valera: la fuente griega de una estrofa alemana citada por don Juan». Anales de la Literatura Española, II, (1983): 473-475.
Léxico de inscripciones ibéricas (1985).
Tratado de ipsidades (1985).
«La poesía de Tomás Morales». Caligrama (1985): 105-122.
«La obra como mundo, el mundo como ámbito». Ínsula, 458-459 (1985): 6.
«Presencia de la cultura alemana en España: Una visión global». Ínsula, 466 (1985): 4.
«La poesía de Carlos Bousoño: notas para una lectura interna y transversal». Anthropos, 73 (1987): 39-42.
«Reseña de Tabula rasa de Jenaro Talens». Ínsula, 470-471 (1987): 34.
«Los novísimos: la tradición como ruptura, la ruptura como tradición». Ínsula, 505 (1989): 9-11.
«Machado y el Barroco antiguo y nuevo: Estudio de materiales y cálculo de resistencias». Ínsula, 506-507 (1989): 75-77.
«Dos cartas de Jaime Gil de Biedma». Canente, 8 (1990): 165-174.
«La poesía de San Juan de la Cruz. La abundancia del sentido o el fracaso de la hermenéutica». Letra, 24 (1991): 29-31.
«Dinámica poética de la última década». Revista de Occidente, 122-123 (1991): 149-169.
«La poesía primera de Salinas y la postmodernidad». Revista de Occidente, 126 (1991): 151-157.
«Ultimísima poesía escrita en castellano: rasgos distintivos de un discurso en proceso y ensayo de una posible sistematización». Novísimos, postnovísimos, clásicos: La poesía de los 80 en España. Ed. Biruté Ciplijauskaité (1991): 141-167.
«Ficha de lectura». Canente, 10 (1991): 9-10.
«Para las fuentes de Francisco Brines: substrato barroco y refacción funcional». Miscellanea Antuerpiensia. Homenaje al vigésimo aniversario del Instituto de Estudios Hispánicos de Amberes. Eds. Nelson Cartagena y Christian Schmitt. (1992): 271-290.
«Olvidos sobre Cántico». Revista de Occidente, 144 (1993): 110-112.
«Gerardo Diego, crítico literario». Círculos de lumbre. Estudios sobre Gerardo Diego. Murcia, octubre de 1996. Eds. Francisco Javier Díez de Revenga y Mariano de Paco. 1997: 13-48.
«Mayans o el fracaso de la inteligencia». Actas del Congreso Internacional sobre Gregorio Mayans. Coord. Antonio Mestre Sanchís. 1999: 665-686.
«Manuel Altolaguirre, poeta íntimo». Manuel Altolaguirre y las revistas literarias de la época. Actas del Congreso Internacional sobre Manuel Altolaguirre, Bérgamo, 5-6 de mayo de 1997. Ed. Gabriele Morelli. 1999: 21-40.
Más allá de los signos (2001).
«Jaime Siles». Poetas en el 2000. Modernidad y transvanguardia. Congreso de Literatura española contemporánea. Ed. Salvador Montesa Peydró. 2001: 227-236.
«Cernuda en el espejo de las generaciones». Revista de Occidente, 254-255 (2002): 77-93.
«Estrategias de lector y experiencias y posibilidades de lectura: Góngora siempre recomenzado». Góngora Hoy. I-II-III. Actos de los Foros de Debate Góngora Hoy celebrados en la Diputación de Córdoba. I. Balance de estudios gongorinos al filo del siglo XXI, del 24 al 26 de abril de 1997. II. Formación e influencia, del 24 al 25 de abril de 1998. III: Nuevas lecturas, del 28 al 30 de abril de 1999. Ed. Joaquín Roses.

Premios

1973: Premio Ocnos.
1983: Premio de la Crítica.
1989: Premio Internacional Loewe de Poesía.
1998: Premio Internacional Generación del 27.

 

Poética

» No tengo ninguna fe en las poéticas: desconfío de ellas, aunque las haya perpetrado varias veces y aunque sé que no es ésta la última que -reclamado por unos o por otros, pero no por mí mismo- escribiré. En mi juventud me interesaron los que Valéry llama «poetas conscientes», capaces de explicar cada uno de los detalles de su obra y de describir milimétricamente todos sus mecanismos. Hoy, pasados los cincuenta, me aburren-como me aburren las distintas teorías poéticas que los profesores y los críticos suelen, con tanta desvergüenza como ignorancia, desarrollar y proponer. Descreo de la teoría tanto como kantianamente creo en la práctica. Lo que, aplicado a la poesía, quiere decir que me interesa más lo que constituye y es el poema que las causas que determinan su realización. En esto me he apartado muy poco de lo que, siguiendo a Pedro Salinas, escribí en la primera de mis poéticas, fechada el 7 de marzo de 1970 en Valencia: «que la única explicación de la poesía son los propios poemas».
(…)
Los temas de mi obra han ido siempre dos: el lenguaje como realidad, y la identidad como problema. Los poemas son criaturas producidas por un determinado estado del espíritu: creaciones de una percepción, epifanías de una identidad que sólo toma cuerpo en el discurso y que sólo vive en el lenguaje o, al menos, sólo nace de él. Eso -y no otra cosa- es la experiencia poética: conocimiento de la tradición y asunción de la persona poemática, aceptación de los riesgos del habla y distinción y distinción diáfana entre lenguaje y realidad. Lo demás nada importa, o -mejor- importa sólo en la medida en que alimenta la persona poemática: esto es, en la medida en que crea o aumenta el espacio real de la ficción, que es lo que ha sido la poesía siempre: el ámbito real de la ficción -de la ficción que es cada uno de nosotros y que es más real que la realidad porque ésta nos embota y nos destruye, y aquélla nos ilumina, nos recrea y nos salva. El poema es la forma más directa de llegar a uno mismo: de comunicar con lo otro, de ser lo que se es y de serlo sólo con los demás. Por eso el verdadero protagonista de un poema no es quien lo escribe sino quien lo lee. El lector es la verdadera persona poemática, sólo que no la tiene dentro de él: se la produce el texto. Para el autor no está en ninguna parte o está en todas ellas a la vez. Para el lector, en cambio, está en el libro, que es lo que la provoca. El libro debería poder inyectarse en vena, como la droga: produciría así el mismo efecto que producen las tres primeras líneas de un relato o el primer o último verso de un poema. La inyección del libro sería un adelanto no para la ciencia sino para el ser o -mejor- para su sentirse.
(…)
Soy un nihilista gozoso y sonriente, que he podido liberarme de todo menos de mí. Tal vez por eso el tema principal de mi escritura es el del lenguaje entendido y vivido como una identidad. He pasado mi vida estudiando los signos.
(….)
La poesía es demasiado antigua como para que algunos crean que puede reducirse a una sola: quienes así piensan, practican un totalitarismo no muy distinto del que llevó a otros a propugnar la superioridad étnica o la pureza racial. Ni hay una sola poesía ni hay una sola forma de poema. Lo que hay son distintas percepciones de un mismo fenómeno y no menos distintas realizaciones de su formulación. La lírica ha sido, es y será siempre un género abierto que escapa de las trampas que le ponen todos los que la quieren acotar. Mi idea de ella tampoco ha sido siempre la misma. En un principio la entendí como un modo de traducir la carencia que caracteriza nuestra realidad. Todo lo que faltaba en ésta me parecía materia de aquélla, y era esa ausencia de todo o de algo lo que la poesía venía a llenar. Luego se convirtió en un modo de expresarme, y hoy es un modo de reconocerme, porque la poesía reconoce más que conoce, porque su conocimiento se produce en el proceso mismo en que se da. Ese proceso puede durar sólo un instante y -como en el satori- ser una iluminación. Ese proceso se produce en el lenguaje, pero el lenguaje que, a veces, lo genera es también lo que casi siempre lo limita. Por eso el poeta no desconfía del proceso sino del lenguaje que le hace ser consciente de los límites que impone el uso de él. La experiencia de conocimiento, que es ese proceso, y el reconocimiento de sus límites, que es lo que el lenguaje nos hace ver de él, ponen al yo frente al sí mismo, porque lo dejan, como a la realidad, al descubierto. ¿Qué es el mundo sino lo que el lenguaje me ha dicho de las cosas?, ¿qué son las cosas sino lo que el lenguaje ha ido diciéndonos que son?, ¿qué soy yo sino una creación de mi lenguaje?, ¿y qué es mi lenguaje sino el sistema social que la comunidad a la que se pertenece, ha ido creando como control histórico, social y cultural del yo? No hay yo sin tiempo, pero tampoco hay yo sin lengua. Y la poesía-la poesía lírica moderna, que cumple la misma función que la tragedia en la Antigüedad- formula y tematiza los conflictos del yo, sean éstos con la realidad, con la historia o con el mundo, o lo sean -porque también esto es posible- con el lenguaje o con el propio yo. El yo moderno es menos lírico que trágico, y esto es algo que no siempre se ha sabido comprender. La elegía latina fue la primera en descubrirlo; los románticos alemanes fueron los segundos; Unamuno, Valle-Inclán y los expresioncitas, los terceros…. y, desde entonces, ha habido no poca confusión. El yo son muchas cosas, incluida aquella que normalmente se identifica con el yo y que, desde luego, no es la única. El yo es múltiple y coral. Browning lo sabía, y en su monólogo dramático propuso una intermedia e inteligente solución: el yo allí es lírico, pero la forma de expresión es trágica y, al revés. Yeats, Eliot, Pound, Pessoa, Cavafis, Borges y Cernuda lo pusieron en práctica. Eliot, con la poesía dramática, que es la única que compuso y escribió; Yeats, Pound y Cavafis, con teoría de las máscaras; y Borges, con una doble práctica poemática : la del monólogo dramático browingniano -que ejemplifica y es el «Poema conjetural»- y la de la invención y el uso casi pronominal del apellido Borges, que hace en el poema «Los Límites». Ese es el yo de los poemas de mis dos últimos libros.
(….)
La poesía, pues, es un acto de no entendimiento que nos permite, sin embargo, conocer. Pero, ¿cuál es el tipo de saber que ello produce? Es un saber íntimo y total que, por un lado, supone un repliegue o retracción del yo sobre sí mismo, y, por otro, una extrema expansión de él: un ir hacia las cosas, hacia los otros, hacia lo otro y hacia el mundo, que procura una absoluta comunión y comunicación con ellos y con él; una vinculación que da fijeza a la movilidad y que nos detiene y nos ancla en un punto que está fuera del tiempo, porque, a diferencia de nosotros, existe fuera de él. La poesía es una identidad inasumible a la que nos acercamos desde el artificio de un discurso, que es lo único de ella que somos capaces de asumir. El poema nos hace sabedores de nuestro propio ser y cómplices de nuestra propia nada, porque nos hace asistir a un doble espectáculo: el de la instantánea iluminación de la realidad y el de su casi simultáneo oscurecimiento.
El tiempo del poema moderno es un tiempo cristiano porque sucede y se produce en y dentro del instante, pero lo transciende y no se queda reducido a él. Por lo mismo que el tiempo del poema no es sólo tiempo -ni mucho menos, duración- sino extendida intensidad tensada, tampoco su lenguaje es sólo lenguaje sino palabras que no lo quieren ser. Un poeta es el hombre que pone lo mejor de sí mismo en este absoluto empeño creador: en este cerco, asedio y sitio de la realidad, hecho de y desde la palabra. Su poliorcética no tiene otros materiales que los que constituyen el decir, pero el decir incluye tanto lo por decir como lo dicho. Su presente es, pues, un pasado y un futuro a la vez. De ahí que el tiempo del poema sea siempre lineal y tenso: como el yo, que no es sino una instancia del discurso -sobre todo, el yo de la persona poemática, que no es una prolongación del yo real, si es que éste existe- sino una realidad producida por el lenguaje.»

(Jaime Siles, «El yo es un producto del lenguaje», Ciclo Poética y Poesía conferencia 7 de Febrero 2007).

Texto

ACIS Y GALATEA

Ese cuerpo labrado como plata,
ese oro, esa túnica, esa piel,
ese color que tiñe la escarlata
corola del pistilo de un clavel;

ese cielo de cárdenos espacios,
esa carne que tiembla en el vaivén
de las rodillas y de los topacios
nos dicen que este cuadro es de Poussin.

El resplandor del sol en los minutos
del gris del agua sobre el gouache del gres,
el césped de corales diminutos
que puntean las puntas de sus pies;

el placer de los vicios absolutos,
el maquillado estambre, el cascabel
de sus tacones, los ojos resolutos
disueltos en vidrieras de bisel;

las dunas de su cuerpo y esas manos
que la luz difumina en el papel
de este poema dicen que eran vanos
ese oro, esa túnica, esa piel.

La chica que los mira aquí a mi lado
es más real que el lienzo y que el pincel:
hace un gesto de geisha emocionado,
más certero, más cierto, más rimado
de rimmel que la estrofa del clavel.

El cuadro del museo que miramos
no está en la sala, ni en el Louvre, ni en
la Tate Gallery, el Ermitage o Samos,
y no es -ni por asomo- de Poussin.

El cuadro del museo que miramos,
Acis y Galatea, ella y él,
somos nosotros mismos mientras vamos
-ojo, labio, boca, lengua, mano-
sobre la carne del amor humano
ensortijando flores, cuerpos, ramos
de un verano mejor que el del pincel.

HIMNO A VENUS

Amor bajo las jarcias de un velero,
amor en los jardines luminosos,
amor en los andenes peligrosos
y amor en los crepúsculos de enero.

Amor a treinta grados bajo cero,
amor en terciopelos procelosos,
amor en los expresos presurosos
y amor en los océanos de acero.

Amor en las cenizas de la noche,
amor en un combate de carmines,
amor en los asientos de algún coche,

amor en las butacas de los cines.
Amor, en las hebillas de tu broche,
gimen gemas de jades y jazmines.

(de Semáforos, semáforos)

****

EL CORAZÓN DEL AGUA

Remos, mareas, olas.
Un murmullo impreciso perpetúa
la oculta faz del imposible aliento.

Una gota de sal disuelta llama
sobre un pecho pretérito
buscándote.

Un párpado de luces diminutas
donde tus dedos tocan el azogue.

Un latido oxidado que penetra
y lame y teje y corta claridades.
Sólo existir perdido
donde el agua
multiplica su rostro en otras ondas.

(Canon)

****

INTERIORES

I
En el tacto interior de esas gaviotas
hay un eco de sombras que conduce
a una intemperie toda de cristal.

Lo que el aire levanta es su presencia
que, en un compás de luces, se diluye
hacia una abierta y sola identidad.

¡Qué profundo interior éste del aire,
cuyas formas modulan su no ser!

II
¿Qué puede al hombre cautivar, sino la música
que en la quietud la arena en sí eterniza
y las olas tan sólo que a lo lejos
una a una, en su olvido, repite sin cesar?

Como su cuerpo son, también, de sombra
y entre su voz la sal es lo que dura
y ese rumor del eco en transparencia
de quien no sabe de otra eternidad.

¿Puede la música ser algo más que sombras
hechas a medida de una idea,
talladas en cristal por el que olvida
que hace surgir un dios de entre sus notas?

¿O lo que aquí llamamos música pudiera
muy bien llamarse el ala de una duda
y el paraíso firme que sostienen
interiores columnas de temblor?

RITORNELLO

Nada hay en mí, sino esos horizontes
que alguien dormido contempla desde un mar:
desde otro mar, que acaso ya no existe.

(De Alegoría).

****

MÚSICA DEL AGUA

El espacio
-debajo del espacio-
es la forma del agua
en Chantilly.

No tú, ni tu memoria.
Sólo el nombre
que tu lenguaje escribe
en tu silencio:

un idioma de agua
más allá de los signos.

(De Música de agua).

****

PASOS SOBRE EL PAPEL

Hoy todas las palabras me vinieron a ver.
Iban todas vestidas y yo las desnudé.
Tenían agua dentro y yo se la quité.
Bebí toda su agua y me quedó su sed.
No me quedó su habla: me quedó su mudez.
Hoy todas las palabras me vinieron a ver.
Todas iban vestidas y yo las desnudé.
Ni debajo ni dentro había ningún ser
sino un lento perfume de luz sobre su piel:
un líquido contacto de tinta y de papel.
Nada más. Eso es todo lo que recuerdo ver.
Recuerdo las palabras: eran una mujer,
una luz, un perfume, una tinta, una piel.
Oigo pasos que vuelven y vuelven a volver.
No existen: vuelven sólo e insisten otra vez.
Las palabras son pasos dados sobre el papel
hacia nosotros mismos pero con otra piel.
Ellas y nosotros formamos un vaivén
en el tiempo que dura nuestro yo en otro quien.
En las palabras vive lo que vivió una vez
aunque nunca lo mismo tenga segunda vez.

(De Himnos tardios).

 

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