SIERRA PAREDES, Germán

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SIERRA PAREDES, Germán

Biografía

Nació en La Coruña en 1960. En el ámbito literario, ha cultivado fundamentalmente la novela, y cuenta también con incursiones en el género breve: además de un libro de relatos (Alto voltaje), sus cuentos han aparecido en varias revistas (Guernica, El Extramundi, etc.) y en antologías (Spain: a traveler´s literary companion -2003-, Mutantes -2007-). Por otro lado, ha escrito diversos ensayos sobre literatura («El Otoño del Patriarca. Epidemiología narrativa del estado despótico», Julio Ortega -ed.-, Gaborio. Artes de releer a Gabriel García Márquez -México, Jorale, 2004-; «Cervantes reloaded», Juan Francisco Ferré -ed.-, El Quijote, instrucciones de uso -Málaga, Ediciones de Aquí, 2005-; etc.).

Aparte de literato y ensayista, se dedica a la investigación en el área de las neurociencias, y ha publicado artículos y estudios científicos sobre este tema. En la actualidad, reside en Santiago de Compostela, donde trabaja como profesor universitario de Bioquímica y Neurociencia.

 

Obra

NARRATIVA

El espacio aparentemente perdido (1996). Novela.
La felicidad no da el dinero (1999). Novela.
Efectos secundarios (2000). Novela.
Alto voltaje (2004). Libro de relatos.
Intente usar otras palabras (2009).
Standards (2013).
El artefacto (2020).

ANTOLOGÍA

Madrid, Nebraska. EE.UU en el relato español del siglo XXI (2014).

Premios

2000: Premio Jaén de Novela con Efectos secundarios.

 

 

Poética

Del mismo modo que la incertidumbre arrastra al dinero a refugiarse en valores seguros, las narraciones que esperan encontrar en las librerías aquellos lectores que se sienten amenazados en su identidad son el producto de reciclar lugares comunes muy antiguos. Por eso la superstición, el folclore, la novela sentimental o los ejemplos más vulgares de ficción histórica atiborran los catálogos editoriales.
La mayoría de los narradores supuestamente «contemporáneos» no [han] hecho otra cosa que aliñar una estructura narrativa muy convencional con elementos de «actualidad» aislados, propiciando de hecho la continuidad del idealismo sentimental con la intención, consciente o inconsciente, de no desviarse demasiado de los cánones del «entretenimiento» literario. El resultado es que una buena parte de las obras con prestigio cultural/humanista pasan inmediatamente a formar parte del mismo reality show que pretenden ignorar o despreciar, y acaban por ser tratados en los medios como cualquier otro evento que pueda transformarse en noticia. A despecho de las intenciones del autor, la crítica mayoritaria se refiere del mismo modo a los verdaderos libros que a esos otros objetos que Gilbert Sorrentino denomina «libroides», o sea, cosas que parecen libros, pero no lo son.
[…]
«Sospecho que el destino de todos los sistemas adaptativos complejos en la biosfera ?desde las células hasta las economías? es evolucionar hacia un estado natural entre el orden y el caos, un gran compromiso entre estructura y sorpresa», escribe Stuart Kauffman. Así ha sido, y debería continuar siendo, la auténtica literatura.
[…]
Quizás la narrativa ya no es lo que era. Es posible que la narrativa tal y como ha sido entendida en los últimos siglos ?como una forma literaria en la que tanto monta lo que se cuenta como el modo en que se cuenta? sólo era válida para reflejar un modo de percibir la realidad basado en el significado, en la dicotomía metafísica de presencia/ausencia del ser. Quizás sólo sea útil para describir una realidad supuestamente objetiva contemplada por un sujeto supuestamente consciente, donde el significado venía dado por la realidad (versión moderna) o por el sujeto (versión posmoderna): en el caso de la literatura, por el «autor/texto» o por el «lector/texto».
[…]
Pero, ¿qué sucede cuando imágenes y palabras dejan de ser equivalentes; cuando, como se propone que viene sucediendo desde hace ya algún tiempo, las tecnologías afectan al ser humano en un universo no lingüístico, más allá del juego de los significados, cuando la imagen se vuelve obscena, deja de «significar» y nos afecta directamente en lo somático, nos convierte en «algo no hablado», en algo no «construido» ni «descrito», sino «vivido y no realizado», como dice Paul Valéry de la concha?
En un mundo que deja de ser antropomórfico, donde la consciencia se entiende como un proceso natural emergente, como una señal que sólo destaca en ocasiones del caótico ruido de fondo, la narrativa tradicional pierde sentido, porque el sentido ya no es narrativo.
Lo que se trata de elucidar, por lo tanto, no es si la narrativa será adecuada en el mundo hacia donde vamos, ni si nos convertiremos en máquinas iletradas ?pues no hay nada más «letrado» que una máquina?, sino qué narrativa es válida cuando los seres humanos nos demos cuenta de que no somos narradores ni narrados, sino un «compromiso entre estructura y sorpresa».
[…]
Una de las características de estilo de las corrientes mayoritarias de la literatura durante las últimas décadas ha sido la generalización de un uso casi periodístico del lenguaje, una especie de «lingua franca» o «lengua media» pobre en recursos literarios, comprensible por todos, fácil de traducir a otras lenguas y considerada un fiel reflejo de la realidad mediática y mediatizada. La consideración de la lengua como «instrumento de comunicación» (curiosamente, a la vez que la teoría insistía cada vez más en la «imposibilidad de toda comunicación»).
[…]
Dice Deborah M. Hess que «un gran corpus de literatura se ha resistido durante mucho tiempo a ser interpretado a través de medios tradicionales como la crítica de géneros, la crítica lingüística, la desconstrucción o el postmodernismo. Esta literatura muestra una llamativa similitud con el estudio científico de las formas no lineales o los procesos dinámicos de la naturaleza […] Ambos están caracterizados por una causalidad indeterminada, múltiple y fuertemente no lineal».
Esta literatura, caracterizada por una marcada poética de la complejidad es, en mi opinión, aquella que cobra especial significado en el tiempo de lo posthumano. Literatura caracterizada por «textos densamente metafóricos; motivos lingüísticos, poéticos y narrativos repetidos rítmicamente desde el nivel más superficial al más profundo; una evolución serial de todas las estructuras narrativas y poéticas y una visión del texto literario como un proceso».
«Las obras complejas se caracterizan por la indeterminación de todas sus estructuras poéticas y narrativas, y la afirmación de marcados paralelismos con otras obras, autores, tradiciones culturales y nacionales, disciplina y eras; numerosas pistas intratextuales y extratextuales que hacen innecesaria la presencia del autor o el conocimiento de su biografía para comprender el texto.»
[…]
Empujados por la necesidad de hacerse oír, algunos escritores interesados en la experimentación estética han empezado a practicar una especie de juego del escondite con las convenciones técnicas de la escritura sin abandonarlas por completo, sirviéndose de los significados transmitidos por el espectáculo para mostrar lo de surreal que existe en su discurso.
(De «Ciencia y Ficciones: Apuntes para una estética literaria posthumana», en http://homepage.mac.com/germansierra/malaga.html)

Texto

«Hable usted con el portero del edificio», le dice el abogado por teléfono, «es difícil encontrar el camino si no conoce la oficina, es un edificio, ya sabe, demasiado grande, un poco aterrador. A mi esposa, cada vez que pasa por delante, la predispone a imaginar catástrofes, como en las películas de gilipollas heroicos atrapados en incendios, o en esa novela de J. G. Ballard, al que tanto le gusta leer. ¿No lo conoce? Bueno, yo tampoco lo he leído, pero a ella le entusiasma; yo, la verdad, tengo poco tiempo para leer otra cosa que legajos y actas notariales; tanto trabajo y tan poco tiempo para disfrutar de la vida, ya ve, uno se acostumbra a trabajar y luego no puede detenerse, los clientes se acumulan en la sala de espera, no se puede dejar a nadie en la estacada. Vienen, llaman, consultan. Hay tantos resquicios legales que un día reventará el negocio, acabaremos saliendo a las calles a dirimir nuestros asuntos a balazos, como en el Salvaje Oeste americano: ¡Considerando…! ¡Bang…! ¡Considerando…! ¡Bang! Todo depende de a dónde quiera uno llegar, ¿no cree?» La señal se pierde en la ultratumba sónica, pero le tranquilizan los esfuerzos del abogado por mostrarse afable y amenizar con su charla el atasco que lo retiene. Mientras se deja caer en el hundido asiento trasero del taxi que intenta abrirse camino en medio del abotargado caos circulatorio, el hombre llega a la conclusión de haber sido invadido por un ardor plomizo, presa de la pájara que se abate, febril, sobre los recién llegados a las grandes ciudades -debido a la falta de costumbre al calcular el esfuerzo adicional-, como sobreviene a un ciclista o un corredor de maratón mal entrenado: dificultad para respirar, taquicardia, diplopía, fotopsias, migraña terebrante. Y no es ése el único inconveniente; la desconfianza es peor, la paranoia de estar siempre rodeado por desconocidos con aspecto de evaluar su indumentaria, llevar la mano en el bolsillo para proteger la cartera. Huelen el sudor del paleto rico, esos tíos. Y después vete a la policía, que te tratarán como a un imbécil. El taxi se interna por una calle en obras esquivando las vallas anaranjadas que rodean los cráteres abiertos en el pavimento y a los peatones que cruzan estorbando de continuo el trabajo de los obreros; da un par de frenazos bruscos a causa de otros automóviles procedentes de salidas de aparcamientos que se cruzan en su camino; los conductores intercambian insultos; los obreros amenazan con bloquear la calle y los caminantes despotrican contra la autoridad municipal. Aprovechando el descuido de los trabajadores, dos bandas de colegiales toman posesión de un par de socavones como si se tratase de trincheras y comienzan a lanzarse puñados de barro negro unos a otros. «Cuando empiece a nevar», musita el conductor, «estas calles se volverán intransitables» -todas las que salen y entran de la plaza del Cardenal Gormaz, donde las piernas de navaja de las putas se acecinan al aire-. Uno de los niños, embadurnado de lodo como un cerdo, persigue a sus compañeros intentando abrazarlos e imprimirles su huella, obligándolos a desperdigarse por las aceras. Varias damas caminan con prisa muy arrimadas a la pared, esquivando la pringosa batalla. El coche vuelve a salir a una avenida, gira a toda prisa en dirección prohibida y sale disparado hasta que se detiene ante un portal amplio y elegante construido según las tradicionales normas de funcionalidad y economía en la decoración que pretenden hacer entender a quien cruza el umbral que, lejos de abandonar toda esperanza, puede dejarse llevar tranquilamente por el profesional criterio de quienes allí anuncian y prestan sus servicios: esteticistas y peluqueros, médicos y asesores fiscales, detectives, editores, decoradores y abogados. Hacia el cielo, un cucurucho de cristal. La mano amiga del conserje le franquea la entrada.
(De Efectos secundarios, Madrid, Debate, 2000, pp. 17-19)

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