SERRANO, Felipe

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SERRANO, Felipe

Biografía

Felipe Serrano nació en Moraleja del Peral, Cáceres, en 1953, y reside en Madrid desde los nueve años. Ha ejercido diversos oficios: vendedor de libros, representante de perfumería, actor de teatro… En la actualidad trabaja como jefe de almacén. Autodidacta, ha obtenido algunos premios en certámenes literarios y ha publicado, hasta el momento, cuatro de sus obras.

 

Obra

POESÍA

Geografía del lugar (1992).
Sagrada luz (2002).
Geografía del lugar y otros poemas (2005). Reedición corregida y ampliada de Geografía del lugar.

NARRATIVA

El hombre atrapado (1992).
Cuentos de la fascinación y el misterio cotidiano (1992).

ENSAYO

Posos y sedimentos (1993).
Razones pésimas (1997).
Receta de invierno (1997).

Premios

1989: Tercer premio en el VIII Certamen literario de Coslada.
1991: Tercer premio en el X Certamen literario de Coslada.
1991: Tercer premio en el VIII Certamen literario Casa de Aragón.
1992: Segundo premio en el II Concurso Internacional de poesía El Ateneo del Norte.

 

Poética

SOY

Soy
pozo de agua en tu boca,
oscuridad en tus ojos negros.
Soy
saliva de sello
en las cartas que te envío.
Soy
tu hilo, el alambre invisible
que enciende tu móvil con un texto mágico.
Soy
río inmenso de lava
en la espiral de tu ombligo,
ola navegable,
mar oculto en tu vientre.
Soy
roce seco en tus labios
y en tus sentidos
crepúsculo,
carne para tu carne plena.
Soy
arpa en tus pestañas,
y de tus cejas junco diminuto,
beso inmóvil en tu cara de arena,
caricia, murmullo susurrante por tu cuerpo.
Soy
hueso dividido,
esqueleto fragmentado
y ceniza.
Soy
flecha disparada que corre
por tu sangre de fuego líquido.
Soy
boya que se mece,
que oscila señalando desengaños en tu alma.
Entre el amor y el odio
soy cuchillo.
Soy
el caos de tu memoria,
reloj de tu paciencia,
cartel de cine en tus deseos,
película de papel
encendida en tu retina.
Soy
tu clamor o tu miedo,
tu frío.
Ala de luz en tu entraña
y donde el Sol se hunde, sombra.
Soy
sendero encerrado para tus pies,
guía callado,
tejedor de tu leyenda oscura.
En tu globo ocular
soy nube,
en tu iris, duna.
Soy
llanto, estalactita de cristal legítimo,
nubarrón en tu genio,
en tu carácter, diente de granito,
estrellas de leche en tu sueño.
No soy
tu conciencia.
Soy
amor o desamor.
Soy
lo que tú quieras, aéreo, etéreo, olvido.

(De Sagrada Luz, Madrid, Devenir, 2002, pp. 20-22)

VIAJERO AL VACÍO


Derretido en escarcha
el sudor de mi trabajo.
Fundido el ánimo.
Sordo al murmullo
y al rumor
de los demás.

Último comentario de moda.
Banalidad,
fatalidad,
vacío.

Honduras
negrísimas y sutiles
golpean
el encantamiento supremo
del amanecer.
Aislados
dentro de un recinto.
Visión oscura
del día.

Soterradamente,
con precisión de orden dada,
sobrevivimos
durante ocho horas diarias.
Jornada eterna.

Una meta: la nómina,
imaginar un mes
prisionero de un papel.
Subsistir asido al tiempo,
colgando
en un equilibrio
de permanencia inhóspita
en el lugar.

(De Geografía del lugar y otros poemas, Madrid, Devenir, 2005, pp. 10-11)

 

Texto

EL HOMBRE ATRAPADO (1992)


El tren de Alcalá llegó con un retraso de casi dos minutos, Martín subió confundido entre la gente que pugnaba por entrar al mismo tiempo. Algunos buscaron con rapidez un lugar donde sentarse, mientras él, cabizbajo y ausente, comenzaba su andadura de vagón en vagón. Sus ojos negros miraban sin verlos los techos artificiales plagados de luces blancas. Tocaba los asientos, semivacíos porque a esa hora temprana no iban más de cuatro solitarios a Alcalá y Guadalajara, en un día laborable la gente iba a Madrid a trabajar o a buscar trabajo. Un hombre viejo aquí, dos señoras mayores allá. Nadie joven, nadie. Todos llevaban las manos juntas, calladas, inexpresivas, los puños cerrados, descansados y bien prietos, cercenando su visión entre los muslos, donde más calor genera el cuerpo, calor que sube enhiesto y duro hasta el cerebro y bendice nuestros sueños dormidos; sueños de viajero fugaces, breves, interiores, intensos, que descienden a ocultarse en el postrer regazo dueños del momento; y nuestras manos, frías o calientes, lo abren descapullándolo en un silencio excepcional, como si fuera un pequeño gorrión que asoma por su nido moteado de blanco. El tren avanzaba, corría e iba dejando imágenes veloces en su memoria. Terraplenes de hierba y arena, edificios altos, casas bajas, tubos, tubos grandes grises y barandillas sueltas del color negro de la hiel urbana. Sin detenerse, Martín desviaba su mirada hacia las vías llenas de piedras blancas, como en un río seco que no era río, que no podía llevar agua. Entrevías, basura y pintadas en las paredes de la estación, basura y coches. Se detuvo, como el tren, hasta que una algarabía de risas y voces nuevas, mezcladas con un ¡chas!, ¡chas! monótono e ininterrumpido, le puso de nuevo en marcha.
-¡Tío!, ¡oye tío!, ¡tronco!, ¡colega!
Su mano bajó veloz hacia las profundidades del bolsillo de su pantalón y se aferró con fuerza a la navajita que le regalara Andrea. Por un momento había tenido la sensación de que alguien con una de aquellas voces iba a saltarle encima para darle el último adiós.

(De El hombre atrapado, Madrid, Libertarias/Prodhufi, 1992, pp. 52-53)

CUENTOS DE LA FASCINACIÓN Y EL MISTERIO COTIDIANO (1992)


La noche iba quedando envejecida por las horas, alterada en su más íntimo silencio. El viento bramaba con fuerza y la tormenta aullaba herida de lejanía. Tenebrosas gotas oscuras eran iluminadas en su rápido descenso a través de los cristales, convirtiéndose en su caída en líneas delgadas que desaparecían esfumándose en la tierra. Las peripecias nocturnas, aliadas con la tormenta, habían provocado que el sueño más profundo se desvaneciera y en su lugar se aposentara otro más ligero y visionario. Esporádicamente se dejaba oír algún trueno acompañado de relámpagos fugaces.
La lluvia cesó y un alba nítido y limpio asomaba su largo y extendido cuerpo preguntando a la noche si podía pasar. Un par de ojos, grandes como melones dormidos, se abrieron calando la tibia claridad de la habitación.
-Tengo miedo de la luz oscura -susurró Claudia soñolienta.
– Nena, no tengas miedo -contestó David, que despertaba en ese momento, con una voz resuelta, firme y profundamente ronca por la carraspera- ahora mismo voy a coger la piedra y lanzarla lejos para que no la vuelvas a ver más.
-¿Y no te va a pasar nada?
-No, ya verás.
-Es que tiene poderes.
– ¿? ¿? ¿?

(De Cuento de la luz oscura, Cuentos de la fascinación y el misterio cotidiano, Madrid, Libertarias/Prodhufi, 1992, pp.33-34)

 

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