SERRANO BELINCHÓN, José

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SERRANO BELINCHÓN, José

Biografía

Escritor y profesor de Filología. Nació en Olivares de Júcar (Cuenca) el 19 de marzo de 1939. Colaborador habitual del periódico Nueva Alcarria de Guadalajara -ciudad en la que vive- y de varias revistas. Sus primeros contactos con los medios de comunicación fueron a través de la radio en la Cadena SER, allá por la época heroica del medio como profesional en Emisiones y Producción. Le ha interesado de manera especial la Literatura y la Historia. En Nueva Alcarria, periódico en el que colabora con una sección fija desde el mes de marzo de 1979, ha publicado más de mil artículos y reportajes sobre Guadalajara y Cuenca, sus gentes, sus tierras y pueblos. Es académico correspondiente de la Real Academia Conquense de Artes y Letras.

 

Obra

NARRATIVA

Diálogos con la Provincia (1980).
Viaje a la Serranía de Cuenca (1983).
Atienza, montañosa y medieval (1985).
La Alcarria (1988).
La Serranía de Cuenca (1988).
Guadalajara (1991).
Rutas turísticas de Guadalajara (1993).
Diccionario Enciclopédico de Guadalajara (1994).
Olivares de Júcar (1995).
El Condestable (2000).

OTROS

Plaza Mayor (1981). Recopilación de artículos sobre los pueblos de Guadalajara.
Notas de agenda (1996). Diario de actualidad publicado en Nueva Alcarria.

Premios

1992: Antonio Ortiz. Nacional de la F.E.P.E.T.
1997: Licenciado Torralba. Regional Castilla- La Mancha de la A.C.M.E.T.

 

Poética

¿Y qué decir de la capilla de los Arce? ¿Qué de la estatua recostada de don Martín, El Doncel, la pieza más universalmente conocida de toda Sigüenza? El joven santiaguista que dejó su vida peleando contra los moros en la Acequia Gorda de Granada en octubre de 1486, duerme y piensa con sueños de eternidad sobre su propio sepulcro, teniendo por armadura y por carne el alabastro mejor trabajado del mundo. Obra de ángeles y no de hombres debiera ser la estatua de don Martín Vázquez de Arce, con la mirada y el pensamiento fijos en las páginas del libro que sostiene entre sus manos, sin que en el gesto sereno de su rostro de adolescente parezca contar el tiempo, ni la vida, ni siquiera la muerte.

(De La Alcarria, p. 80)

 

Texto

EL CONDESTABLE (2000)

El Condestable, versado en todo tipo de infidelidades, en palabras vanas y promesas que nunca se llegaron a cumplir, desconfió de la inconstancia del Príncipe y de la rectitud de intención de su privado en pasos tan delicados como los que se pensaba dar; pero, viendo en aquella propuesta el único camino por donde salir de la situación de retiro en la que se encontraba, y tan persuadido por los ruegos constantes del obispo Barrientos, aceptó al fin y se unió a la liga con algunas reservas.
El paso siguiente era reconciliar al príncipe don Enrique con su padre el Rey, preso y a merced de los confederados, como el más importante cabo suelto antes de pasar adelante. No era fácil ponerlos en contacto a espalda de los Infantes, sabida la estrecha vigilancia a la que estaba sometida la persona del Rey. La solución la dio el propio Barrientos que actuó de intermediario. El Rey fingió encontrarse enfermo con grandes calenturas y se metió en la cama hasta que llegara su hijo. Cuando el Príncipe acudió a visitarlo, bajo pretexto de querer tomarle el pulso para comprobar si tenía fiebre, se acercó hasta él, le besó las manos y le entregó un escrito en el que le prometía librarlo de aquella prisión. El Rey por su parte le prometió fiarse de él, honrarle y ayudarle.
El cambio de semblante, bien visible en el rostro del Rey después de su conversación con el Príncipe, levantó ciertos recelos entre los nobles encargados de su vigilancia, hasta el punto de que el almirante don Fadrique se atrevió a preguntar al obispo Barrientos, presente en el encuentro, de qué se había hablado allí.
– De nada importante, señor. Cosas sin importancia. Burlas acaso y nada más -le dijo.
– Pues, cuidado Obispo con esas burlas. El rey de Navarra tiene sobre vos grandes sospechas -replicó el Almirante-; y si por él fuera ya se os habría echado a un pozo.
A lo que don Lope Barrientos contestó con el temple y la serenidad que en él era costumbre.
– Pues mal hacéis en sospechar de mí si estáis seguros del Príncipe, porque yo no he de hacer más que seguirle en lo que quiera y obedecer en lo que me mande.
Las palabras en su contra oídas de boca del Almirante, y las amenazas y sospechas hacia su persona por parte del rey de Navarra, no hicieron otra cosa sino estimular a don Lope para cumplir sus proyectos. Se llevó con él al Príncipe hasta Segovia, y una vez allí, luego de haber despachado de manera no muy cordial el mensaje que le envió su suegro, el rey de Navarra, recordándole el compromiso que había contraído con él y con el resto de los nobles confederados, se anunció como primer comprometido en poner a su padre en libertad y alzó a voz en grito la bandera de la guerra.

(De El Condestable, pp.142-144)

 

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