SANCHEZ ADALID, Jesús

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SANCHEZ ADALID, Jesús

Biografía

Nace en Badajoz, en la localidad de Don Benito, en 1962. Es Licenciado en Derecho por la Universidad de Extremadura y doctorado por la Complutense. Tras dos años como juez realizó estudios de Filosofía y Teología. Actualmente es párroco de Alage.

Además, es licenciado en Derecho Canónico por la Universidad Pontificia de Salamanca. Sacerdote católico, actualmente ejerce su ministerio en Mérida, como párroco de la Parroquia de San José, Canónigo del Cabildo de la Catedral Metropolitana de Mérida y como delegado episcopal en la Pastoral Universitaria. También es profesor de Ética en el Centro Universitario Santa Ana, adscrito a la Universidad de Extremadura. Nombrado académico de número de la Real Academia de las Artes y las Letras de Extremadura, hoy dirige la biblioteca de dicha institución.

Es considerado un escritor polifacético y original, que ha conectado con un amplio público lector gracias al peculiar tratamiento de sus personajes, a la intensidad de sus experiencias y a los apasionantes periplos que emprenden, verdaderos viajes iniciáticos en busca de su verdad interior.

Sus novelas están publicadas y difundidas en toda Hispanoamérica y traducidas y publicadas en Portugal, Grecia, Holanda, Polonia, Hungría y próximamente en Italia, Francia, Alemania y Turquía.

Sánchez Adalid colabora en Radio Nacional, en el diario Hoy y en las revistas “National Geografic Historia”, “La aventura de la Historia”, “Marca Extremadura” y “Vida nueva”. Participa asimismo en documentales del prestigioso “Canal Historia”.

Obra

La fuente del Atenor (1998).
La luz de Oriente (2000).
El Mozárabe (2001).
Félix de Lusitania (2002).
La tierra sin mal (2003).
El cautivo (2005).
La sublime puerta (2005).
En compañía del sol (2006).
El alma de la ciudad (2007).
El caballero de Alcántara (2008).
Los milagros del vino (2010).
Galeón (2011).
Alcazaba (2012).
El Camino Mozárabe (2013).
Treinta Doblones de oro (2014).
Y de repente, Teresa (2014).
La Mediadora (2015).
En Tiempos del Papa Sirio (2016).
Los Baños del Pozo Azul (2018).

Premios

1998: Finalista del Felipe Trigo por La fuente del Atenor.

2007: Premio Fernando Lara de Novela por El alma de la ciudad.

2009: Medalla de Extremadura.

2011: Premio Grada de Cultura.

2012: Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio por Alcazaba.

2013: Premio Internacional de Novela Histórica de Zaragoza por la calidad de su obra en conjunto.

2013: Premio Dialogo de Culturas.

2013: Premio Hispanidad.

2014: Premio Troa Libros con valores.

2015: Premio Abogados de Novela.

2019: Mediador de Honor nombrado por ASEMED (Asociación Española para la Mediación).

Poética

«En mis libros hay una peregrinación espiritual de los personajes, y esto es novedoso. Quien lea mis libros descubrirá, posiblemente, el sentido de la vida, que no es una fatalidad que está destinada al fracaso. La novela española es pesimista y hay un culto desmedido por el placer y el dinero. El bien hace poco ruido y el mal es estruendoso, y a los medios de comunicación de hoy les interesan más el árbol que se cae y que produce estruendo que el silencio permanente del bosque en crecimiento.»

Cita del autor tomada de: http://www.4buenasnoticias.com/hoy/cautivo.html

 

Texto

Cuando el sol estaba a punto de llegar a su cenit, Decio y Herenio llegaron revestidos de Pontifex Máximus de Júpiter, con las cabezas veladas, y acompañados por un gran número de militares y senadores. El cortejo atravesó los jardines que se extendían delante del pórtico y frente a ellos se abrieron las grandes hojas de bronce de la puerta del Panteón. Entonces apareció el sumo sacerdote y los invitó a entrar con un solemne saludo. Quienes pudimos, accedimos al interior detrás de ellos y nos sumergimos en el ambiente inquietante que reinaba bajo la inmensa cúpula revestida de bronce dorado y resplandeciente. El padre de los dioses resaltaba majestuoso, al fondo, en la hornacina principal, presidiendo a las otras seis oquedades que contenían estatuas de otras tantas deidades; entre las que destacaban Marte y Venus, y el divino Cesar. Las paredes del gran círculo interior estaban adornadas con gaillo autico (una clase de mármol amarillo jaspeado de forma hermosa, pulido y brillante); las columnas estaban echas con mármoles de colores ingeniosamente intercalados. Pero llamaba la atención sobre todo la cúpula, enorme, en cuya parte superior, en el centro hay una abertura de cuarenta pies de diámetro, a través de la cual entraba desde el cielo limpio un gran rayo de luz.
Los esclavos del templo acercaron el buey, la oveja y el cerdo de la suovetaurilia, inmaculadamente blancos, perfectos, coronados de flores y adornados con cintas. Decio alzó los brazos al cielo y el victimario descargó su hacha sobre las víctimas, que se desplomaron y convulsionaron durante un momento en el suelo, cubriéndose de rojo con su propia sangre. Un camillus presentó la caja con el incienso al emperador y éste arrojó una buena cantidad sobre las brasas del altar en llamas, mientras el sumo sacerdote rociaba los animales con la libación del vino. Resultó sobrecogedor ver alzarse el humo blanco tiñendo el chorro de luz y buscando el firmamento por la abertura de la cúpula. En ese momento, el ejército de sacerdotes que estaban dispuestos alrededor, en el círculo interior de la soberbia nave, inició un canto ritual con voces guturales y profundas, que retumbaron y parecieron provenir de un lugar ultraterrenal.
Cuando los intestinos de las víctimas fueron examinados por los auspicis, sin que detectaran ningún presagio desfavorable fueron rociados con vino y quemados en el altar entre oraciones. Entonces los sacerdotes despojaron a Decio y Herenio de las togas pictas y ambos lucieron las armaduras doradas que traían debajo, que brillaron iluminadas por el rayo del sol que penetró por la abertura; recibieron la corona de oro y el cetro. «Son dioses», pensé, estupefacto, abrumado por tanta grandeza.
Al día siguiente, el emperador recibió en el Capitolio, uno por uno, a todos los oficiales que habían colaborado con él y le habían sido fieles. Era un hombre magnánimo y agradecido que quería hacer partícipes de su triunfo a quienes le apoyaron en su encumbramiento. Repartió oro y regalos en abundancia, y situó en importantes cargos a los principales generales.

De Félix de Lusitania, Ediciones B, , p.p.249-250.

 

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