Biografía
Isabel San Sebastián (Chile, 1959) es una escritora y periodista española licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Los comienzos de su carrera periodística se hallan en La Gaceta del Norte y la revista Época. Tiempo después fue contratada por ABC para trabajar en diversas secciones, llegando a formar parte del diario once años. Asimismo, colabora en múltiples programas de radio y televisión: esRadio, COPE, SER, Antena 3, TVE, Telemadrid…
En cuanto a su faceta literaria, ha escrito varios ensayos y novelas, siendo estas últimas lo más reconocido de su producción, pues ha llegado a vender más de medio millón de ejemplares. Mientras que La Esfera de los Libros ha publicado La visigoda (2007), Astur (2008) e Imperator (2010), sus últimas novelas han sido editadas por Plaza & Janés, un sello de Penguin Random House: Un reino lejano (2012), La mujer del diplomático (2014), Lo último que verán tus ojos (2016), La peregrina (2018), Las campanas de Santiago (2020) y La dueña (2022). Dos de estas obras —La visigoda y La peregrina— le han valido sendos galardones: el Premio Ciudad de Cartagena y el Premio Internacional Pentafinium Jacobeo.
Finalmente, cabe mencionar que es miembro de la Asociación de Escritores con la Historia y fue organizadora de la II Semana de Novela Histórica en Pozuelo de Alarcón.
Obra
NARRATIVA
Cuentos de María la Gorda (2005).
La visigoda (2006).
Astur (2008).
Imperator / La cátara (2010).
Un reino lejano (2012).
La mujer del diplomático (2014).
Lo último que verán tus ojos (2016).
La peregrina (2018).
Las campanas de Santiago (2020).
La dueña (2022).
ENSAYO
¿A qué juegan nuestros hijos? (2004).
OTROS
El árbol y las nueces (2000).
Mayor Oreja (2001).
Los años de plomo (2003).
Fungairiño: el enemigo de ETA defenestrado por el proceso de paz (2007).
Premios
2007: Premio Ciudad de Cartagena por La visigoda.
2018: Premio Educatio Especial.
2019: Premio Internacional Pentafinium Jacobeo en la modalidad ‘Literatura’ por La peregrina.
Poética
«Fundamentalmente, soy una persona libre y la literatura te brinda ese espacio de libertad, porque de las librerías, como tus libros gusten, no te echan.
Una de las cosas que se suelen decir de mí es que soy muy rigurosa documentando mis novelas, y es verdad que lo soy. Estudio mucho antes de ponerme a escribir. Así que sí es una novela fiel a la Historia. Pero la novela histórica se diferencia del ensayo primero en que es entretenida, tiene que ser entretenida. Está escrita para entretener y para emocionar. Y segundo en que allá donde la historia deja huecos, el escritor está autorizado a rellenarlos con honestidad y sin incurrir en anacronismos. Como ya digo que las crónicas medievales silencian prácticamente todo lo que hicieron las mujeres, pues es lícito que esta autora rellene esos huecos contando la peripecia de personajes femeninos de ficción, pero personajes femeninos que se mueven exactamente en el contexto histórico en el que se mueven, con los reyes que gobernaban, con las batallas que se libraban, con los tejidos que se usaban, con los ajuares que existían en las casas y también con la mentalidad de la época. Una mentalidad en la que Dios era el referente de todas las cosas. La religión tenía enorme peso, la familia también, el honor también. Es decir, todo eso que son conceptos de la época, está presente en mis novelas. Luego hay mucho de reconstrucción honesta de esos huecos gigantescos que la historia oficial, la historia relatada en las crónicas, ha dejado sobre el papel de esas mujeres.
Yo a todas [mis novelas] les tengo mucho cariño. Todas tienen su parte buena y además, aunque tuviera una favorita no lo diría como hago con mis hijos o con mis nietos. Pero no la tengo. Las quiero a todas igual».
Texto
En el año del Señor de 1230
Surgieron del desierto al caer el sol, como una tormenta de arena, levantando una polvareda que habría podido advertirme de los sombríos designios que auguraban, de no haber estado yo cegado por mi propio resplandor.
En la lejanía de ese horizonte chato no era posible precisar su número ni tampoco distinguir sus ropajes, pero el modo en que cabalgaban en tromba, sin orden ni formación, así como los alaridos que nos transmitía el viento, eran prueba suficiente de que no estábamos ante guerreros de la Santa Cruz, como nosotros, sino ante sarracenos enemigos. Aquélla era la respuesta de Dios a mis plegarias, pensé, jubiloso. Al fin tendría la oportunidad de templar mi acero en verdadera sangre infiel, en lugar de chocar la espada de madera con la que había estado entrenándome desde niño contra el muñeco de paja que nos servía de adversario en el patio de armas del Palacio de los Normandos.
Sin pensármelo dos veces ni encomendarme a mi superior, piqué espuelas en los lomos de mi corcel y me lancé a galope tendido contra esa masa compacta de jinetes que iba tomando forma ante mis ojos a medida que desenvainaba. La cabeza se me había convertido en un tambor cuyo retumbar seguía el ritmo de las zancadas de mi montura. Sordo y ciego de furia, embestí…
—¡Pero qué modales son ésos, Guillermo! —me reprendería mi madre si me oyera—. Ya te has lanzado a la batalla y ni siquiera te has presentado.
(De Un reino lejano, 2012).
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