SALINERO, Antonio

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SALINERO, Antonio

Biografía

Antonio Salinero nace en Valladolid, el 23 de octubre de 1962. Es licenciado en Derecho y funcionario de la Administración de Justicia. En la facultad de Derecho de Valladolid funda con otros compañeros la revista literaria Rayuela, donde publica relatos y poemas. En el año 2001 obtiene con su primera novela El Seudónimo el XLVIII Premio de Novela Ateneo Ciudad de Valladolid, publicada el año siguiente y elogiada por la crítica. Colabora en diversos medios de prensa y prepara su segunda novela. Fallece el 9 de julio de 2022 a los 59 años.

Obra

NARRATIVA

El Seudónimo (2002).
Días de Gloria (2002). Libro colectivo de relatos deportivos.
A vida o muerte (2006).
A vida o muerte (2006).
Qué bello es morir (2017).

ENSAYO

Sublime sin interrupción (A propósito de Las Ninfas), en Nuestros Premios Cervantes. Francisco Umbral (2003).

OTRAS

Artículos de Opinión y colaboraciones periodísticas en Diario de Valladolid, El Mundo, Tribuna de Castilla y León y la revista literaria Argaya, entre otras.

Premios

2001: Premio de novela Ateneo Ciudad de Valladolid por El Seudónimo.
2002: Elegida por el suplemento El Cultural de El Mundo, una de las mejores óperas prima publicadas en España.
2002: Invitado como ponente al II Encuentro de Escritores Iberoamericanos celebrado en Cochabamba (Bolivia).
2003. Invitado como ponente al X Encuentro de Escritores en la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona.
2004: Ponente en el III Congreso Iberoamericano celebrado en Bogotá (Colombia).
2015: XX Premio Internacional de Narrativa de la Asociación de Periodistas de Ávila por el relato La vida es sueño.

Poética

Ego y soberbia.- «La literatura es un intento, la mayoría de las veces vano, de atrapar ideas, emociones…y traducirlas en palabras, palabras mágicas con las que desaparecer, atravesar el silencio y contagiar a los demás. Unas leguas de viaje submarino por un océano de letras donde naufragar y disfrutar. Esto es lo principal: disfrutar (léase, silabeando). Uno de los personajes de El Seudónimo dice que escribir no es más que contar historias, empaquetar el tiempo con un bonito lazo.
Escribiendo, uno pugna por abrirse paso entre la multitud, inmunizarse ante la epidemia de vulgaridad contagiosa que nos asola, tomarse un lingotazo de libertad. Siempre bajo fianza. La caución es el mercado. Y el mercado, prácticamente vetado para los nuevos, producido por obesos grupos editoriales, dirigido por agentes y amenizado por críticos, ha fabricado un tipo de escritor profesional que vive del cuento y de la novela, competitivo y exhibicionista, que produce en serie, que se ha tomado en serio y que su mejor personaje es ,sin duda, él mismo. El Seudónimo hurga, entre otras miserias, en el ego del escritor, que con frecuencia deviene soberbia. Algunos llegan a imaginar su gloria póstuma.
El mundo literario que atisbo me parece un baile de disfraces donde las verdades parecen mentira y viceversa. La farsa como tarjeta de visita. Un mundo lleno de seudónimos.»

(De «Las mejores óperas primas del año», El Cultural, 26de junio de 2002, p. 9).

 

Texto

EL SEUDÓNIMO (2002)

Vacío, desordenado y silencioso, en mi cuarto oscuro. Borracho de soledad y desengaño, mientras el humo del tabaco formaba una espesa niebla que me obligaba a pestañear aún más.
Soy Juan Galeras, accionista mayoritario de Andrés Linero, S.A. y prácticamente el autor de Camino Tartessos. Aquella noche otorgaban el maldito premio Nebrija y ya no recuerdo si puse la radio. Sí, creo que sí lo hice, sin buscar tertulias o noticias, una emisora de las de sólo música. «Radio – fóoormula», decía la fastidiosa locutora. Aunque yo no estaba para músicas. Abandonado en la contemplación de mí mismo, repasando mi vida desde la infancia en sólo unos minutos. Solo. Atropelladamente acudían imágenes infantiles: Los dibujos de la enciclopedia Álvarez, con su moralidad truculenta, sus capuchones y su ritmo marcial, su pudridero, su purgatorio, el pecado mortal y el pecado venial, el ayuno, la vigilia, los torpes tocamientos, amigos y juegos en el patio del colegio, la botella de leche del recreo, el babi de cuadros azules, la Orbea de mi padre, la Singer de mi madre, la visera del abuelo, el puré de lentejas, los sellos para los negritos, los cromos pegados con engrudo, las pinturas Alpino, los dos rombos, los amores adolescentes… Como dicen que ocurre a los moribundos que regresan a la vida.
En la mesita, los periódicos del día releídos y apilados y una botella de Carlos III. Hundido en esta estúpida hamaca ergonómica de diseño, de metal y tiras de cuero negro que nos regaló Javier, como en la silla eléctrica, contemplando con indiferencia, casi en penumbra, mis pequeñas acuarelas azules que Beatriz había colocado en orden simétrico, de cuatro en cuatro, por toda la casa.
La respiración se hacía cada vez más profunda y pesada, y la acidez de estómago ascendía punzante hasta la garganta y pujaba por salir en sonoros eructos, como el rayo y el trueno.
El Ayuntamiento me había facilitado invitaciones para el Palace, pero no me dio la gana ir. Además llovía. Jarreaba.
¡ Dios! Qué estúpida razón me habría impulsado a mantener tanto tiempo aquel juego. En teoría económica se llamaría la ?teoría de los juegos? o maximizar beneficios por cooperación. Pero claro, eso tiene unos costes. Los jugadores han de incluir en el acuerdo la creación de algún instrumento que garantice su cumplimiento. Si los beneficios son superiores a los costes… Adelante. Tres novelas ya. Aquella idea machacona, pin, pan, pin, pan, me martirizaba. Un círculo vicioso que se había enmadejado a fuerza de silencios, mentiras, lealtades mal comprendidas y yo qué sé que más, que nos impedía abandonarlo. Un día te encuentras con que la historia se ha desmadrado, con que la mentira ha ido demasiado lejos, tiene ya vida propia y cuesta más trabajo deshacerla que seguir con ella.
Yo, Juan Galeras, autosuficiente y triunfador, con una ocupación considerada y bien retribuida en el Ayuntamiento, enamorado del arte y de la cultura y, por estúpido y pusilánime, atado de pies y manos, esclavo de mí mismo. Y enamorado de Beatriz, que nada sabía, que tampoco sabía porque razón no lo sabía, que no estaba allí y que seguramente no volvería conmigo. Sin más. Una carta suya me separaba de la realidad: una carta que, sin abrir, custodiaba en el bolsillo interior de mi chaqueta, pegada al corazón.
Oía las gotas en las ventanas, y me oía. Hablaba en voz alta para acallar la voz de mi mente, más rápida y devastadora, y bebía, bebía para cansarla y anestesiarla; las ideas, por fin, nacían en el corazón, no en la cabeza. Miré el reloj, un Lotus regalado por la suscripción a Fotogramas. Eran las doce y cuarto. Sonó el teléfono, pero no me encontraba de humor para descolgarlo y sólo me incorporé para coger otro cigarrillo, estrujé el paquete contra mi boca y mordí uno. Una lágrima resbaló, salaba los poros de mi mejilla y se iba a estrellar sobre los periódicos de la mesa. No me contuve, me pareció un gesto de humanidad. Me hacía falta. Sólo los humanos lloramos, ningún otro animal lo hace.

(De El Seudónimo, Sevilla, Algaida, 2002, pp. 49-51).

 

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