SÁNCHEZ GARCÍA, Francisco Javier

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SÁNCHEZ GARCÍA, Francisco Javier

Biografía

Nació en 1970, en Campillo de Llerena (Badajoz). Ha cursado las Carreras Universitarias de Derecho y Trabajo Social y cuenta con un Título de Especialización en Gestión Cultural por la Universidad de Extremadura. Ha desarrollado su actividad profesional en las áreas social y cultural, a lo largo de todo el ámbito geográfico de la región extremeña.

Desde el punto de vista literario, comenzó a escribir en 2003, año en el que vieron la luz sus primeros relatos. A partir de entonces, y gracias a diversos premios de literatura, ha publicado en varias editoriales y modalidades literarias (relatos, novelas, cuentos infantiles) y ha colaborado periódicamente en la publicación bajoextremeña Ensacoroto. En 2009, La Junta de Extremadura le concedió una Beca de creación literaria en la modalidad de novela. Casado y con una hija, reside actualmente en la ciudad de Mérida (Badajoz).

Obra

NARRATIVA

-Novela:

Huir (2005).
Tratado geográfico sobre la aversión (2006).
El Engendrador (2009) .
El adobe y el pánico (2009).
Árboles de carne (2010).

-Relatos y cuentos:

Mientras (2003).
El buzón (2005).
Jilgueros oxidados (2005).
Culebras y besos (2006).
Hermógenes de los pozos (2006).
Mariposas de libertad (2009).
Eugenia y los córvidos (2009).

POESÍA

Vereda y regreso (2007).

Premios

2005: Premio de novela «Calamonte Joven».
2005: Premio IFACH de narrativa.
2006: Premio de novela «J.A. Saravia».
2006: Premio de novela «Villanueva del Pardillo».
2007: Premio de cuento «Marco Fabio Quintiliano».
2007: Premio de Poesía «González Castell».
2008: Premio de novela Ategua.
2008: Premio «Táramela» de Poesía. .
2009: Premio de novela CERSA.
2009: Premio de relatos «Los Cristos».
2010: Premio de novela Ceder-Serena.
2010: Premio de relatos Miajadas.

Poética

«Toda novela es un fracaso«, escribió George Orwell, armado con toda la razón del mundo. Y es que, el ejercicio de escribir, es una búsqueda insomne que ya nace muerta.
Lo que me rodea es todo lo que no soy yo, así es que escribo para traducir lo que veo en un lenguaje que sea, al menos, más comprensible para mí. Por ello, no creo que exista gran relación entre el hecho de escribir y el hecho de publicar. Escribir significa interpretar. Publicar no es más que un ejercicio de tierna vanidad, un cárdeno juego infantil.
Escribir es traducir lo que se ve. Es decir, plagiar.

 

 

Texto

Entonces, a veces, los robles melojos asemejan mamíferos rumiantes que están solos y que miran al camino desde la lejanía con sus goteantes cuernas de palo. El musgo logra vestir los troncos de esos árboles casi por completo como si se tratase de una piel roma y ceñida que no se desprende jamás. Hay hombres y mujeres valientes en el pueblo que guardan un respeto infinito a los caminos en tiempos de neblina por esa misma razón, ya que piensan que los árboles son cérvidos insomnes, ávidos por inseminar a todo ser vivo.
Las vecinas más avispadas de Berzocana dicen que, en ocasiones, se echan a faltar árboles de un día para otro porque han cobrado vida gracias a la humedad perfumada a enebro que trae la niebla desde las cárcavas de las Villuercas. Según cuentan las vecinas, esos robles rumiantes abandonan su cárcel de raíz, bajan a beber al río Viejas cuando el aire es tibio y se aparean entonces con los ciervos montaraces, engendrando crías que nacen con los ojos del color de los niños huérfanos. Eso ocurre en toda la comarca de las Villuercas a finales de todos los septiembres, desde el principio de la vida.

(De Tratado geográfico sobre la aversión, 2006).

***

En el interior de su cuerpecillo de gineta, siente que el contenido vesical alcanza el nivel señalado y que llega la hora del derrame. El memo se acaricia la piel de las nalgas propias, de manera tierna, con las yemas de sus dedos, porque así consigue un mayor estimulo para el ejercicio del orinar. Ya lo ha hecho otras veces con semejantes resultados, sobre todo cuando trabaja en la finca de don Leopoldo y se toma un respiro para orinar, antes de seguir acarreando comida para los cerdos. El memo vuelve a resoplar victorioso ante la mirada vacuna de don Pedro, y espera la salida inminente del meado mientras ase con delicadeza su pene fláccido.
Pero micciona de una vez.Observa don Pedro con mal remedada paciencia. Micciona de una vez.
El meado brota desde el rosáceo bálano de Emilio como agua milagrosa, como un chorro de lluvia concentrada que escapa del presidio anatómico y va a estrellarse, voluptuosamente, sobre el cuerpo desnudo de Pedro, extasiado en un silencio de ojos cerrados. El joven veterinario contempla el fluir victorioso desde aquel miembro blanquecino, bicorne y lo recibe deslumbrado. El caldo explota en una discurrir de gotillas cerúleas que empapan su barriga y su pecho y es entonces cuando el joven tumbado, hace descender su mollera para que el soberano líquido moje su suave tez in misericorde.
El bobo suelta risotadas fofas mientras su orina cae sobre el veterinario, dibujando un arco salpicante, que se detiene al tocar el abdomen plegado y el pecho oblongote de don Pedro Herrero de las Eras. Emilio el memo humedece a su señorito con el meado propio, como si se tratase de un juanbautista mínimo y convencido, ejerciendo la potestad de cristianizar al Mesías.
Con aquellas aguas bautismales suyas cristianiza a su señor tumbado y recipiente.

(De El engendrador, 2009).

 

 

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