RODRÍGUEZ GARCÍA, José Luis

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RODRÍGUEZ GARCÍA, José Luis

Biografía

Nació en León en 1949. Catedrático de Filosofía, actualmente es profesor en la Universidad de Zaragoza. Como filósofo e investigador, ha publicado varios trabajos acerca de las épocas moderna y postmoderna y sobre el pensamiento de Hölderlin, Marx, Sartre, etc. Dirige, junto con Luis Beltrán, la revista Riff-Raff y ha colaborado en algunas publicaciones periódicas de carácter filosófico, artístico, literario, cultural… (Daimon, Convivium, Anthropos, Riff-Raff, Microfisuras) y en diarios de difusión general (Andalán, El Día, El Mundo). Como escritor, ha cultivado la poesía, la novela, el relato breve y el ensayo, obteniendo en todos estos géneros premios literarios de reconocido prestigio. Fallece el 12 de julio de 2022.

 

Obra

POESÍA

El origen de las especies (1979).
Tan sólo infiernos sobre la hierba (1980).
De luminosas estancias (1983).
Los ojos verdes del búho (1986).
Elogio de la melancolía (1986).
Luz de géminis (1992).
En la noche más transparente (1993).
Pentateuco para náufragos (1998).
En la última ciudad (2004).
Voces en el desierto (2009).
Vidrio y alambre (2011).
La residencia y otros relatos (2019).

NARRATIVA

El unicornio en su jardín (1984). Libro de relatos.
El laberinto de los espejos (1986). Libro de relatos.
El rorcual azul (1991). Novela.
Las diversas lunas de la noche (1991). Libro de relatos.
Y después de abril (1991). Novela.
Los sueños en las redes (1993) (existe una edición anterior con el título Adiós, Buonarroti -1987-). Libro de relatos.
Cuéntame una historia, por favor (1994). Libro de relatos.
Manos negras (1996). Novela.
Al final de la noche (1999). Novela.
Fotogramas del diluvio (2000). Libro de relatos.
El ángel vencido (2001). Novela.
El hombre asediado (2004). Novela.
El coleccionista de láminas (2007). Libro de relatos.
Tres horas (2009). Libro de relatos.
Parque de atracciones (2009). Novela.
El tercer concierto (2010).

ENSAYO

Escritura, poder, sentido (1979).
Antonin Artaud (1981).
Introducción a Fichte (1982).
Breves textos sobre el marxismo y España (1983).
Elogio de la melancolía: 1981-1982 (1986).
F. Hölderlin: el exiliado en la tierra (1987).
Sartre: poder, violencia y revolución (1987).
La mirada de Saturno. Pensar la Revolución (1750-1850) (1990).
Pliegues de la razón moderna (De Descartes a Cioran) (1993).
Los sueños en las redes (1993).
Verdad y escritura (1994).
Marx contra Marx (1996).
La palabra y la espada (1997).
Mirada, escritura, poder (2002).
J-P. Sartre: la pasión por la libertad (2004).
Crítica de la razón postmoderna (2006).
Panfleto contra la monarquía: sobre la inutilidad de los reyes (2006).
Parque de atracciones (2009).
El tercer concierto (2010).
Estado de sitio (2016).
Postutopía (2020).

Premios

1974: Finalista Premio Nadal.
Premio de poesía «Café de marfil».
1980: Premio Bienal Provincia de León con Tan sólo infiernos sobre la hierba.
1987: Premio Pérez Galdós con Los sueños en las redes.
1989: Accésit del Premio Gabriel Sijé con «El cuaderno con un ciervo marrón en la portada» (relato incluido en Las diversas lunas de la noche).
1990: Premio Viejo Topo de Ensayo.
Premio Gil Albert.
Finalista en el XX Premio Anagrama de Ensayo.
1990: Premio Ciudad de Valencia con El rorcual azul.
1993: Premio de cuento Ciudad de San Sebastián, con «Todos los días cuando llueve en noviembre» (incluido en Cuéntame una historia, por favor).

Poética

 

Hace años, en octubre de 2004, redacté unas líneas que podrían resumir lo que asumiría como «Minima poetica». El texto apareció en una plaquette editada en Varese (Italia) y, salvo algunas modificaciones o breves añadidos que incorporo, decía lo siguiente: Qué imprudencia más exagerada aquella de Adorno cuando sugería que, vivido Auschwitz, escribir poesía era un sarcasmo… Y ficción -añado-, y recuperaciones teóricas sobre unos y otros… Entiendo, por el contrario, que precisamente después de Auschwitz -y de Irak y de Guantánamo- es urgente escribir porque entiendo que hacerlo es dejar testimonio de un compromiso con los sueños propios y ajenos, un juramento, por lo mismo, con la tradición de la que hemos recibido aliento y con el futuro el que remitimos la verdad de nuestros fracasos y la constatación de nuestros júbilos.
Mi literatura pretende atender a estas solicitudes. Jamás he hablado de mí mismo -siempre me ha parecido una tarea ociosa y desventurada-: he hablado en todo caso de un mí mismo que tenía las marcas de unos y otros -no de todos, no de cualquiera: tan sólo de quienes compartíamos la amargura crepuscular de una navegación costosa-. Nunca he olvidado volver el corazón hacia el rostro de quienes bebieron el mismo alimento caducado -los olvidados, los vagabundos sin brújula, los héroes sin patria: esas sombras que pretenden decirnos algo para que lo transmitamos a los fantasmas del mañana- y hacia las órdenes que injurian la dignidad humana -para que nadie olvide su nombre y su ofensa.

 

 

Texto

 

I
Saltaron los candados de los portalones,
de los establos, de los cementerios,
preguntándose las sombras y los ausentes
por el motivo del asedio
que ha oscurecido las fotografías que animan los domicilios.
Primera y furiosa tormenta del otoño,
como siempre ha sucedido cuando avanza septiembre.
Aguacero implacable,
y los que se alejan, prematuramente amortajados,
se extrañan. Mas preciso resulta
que todo se renueve,
y que desolación y vida se amen en la tormenta.
Los animales y lo sonámbulos se refugian
en las catedrales, en las bibliotecas,
mientras las olas de los mares se rizan
y el humo de las chimeneas
advierte del peligro a los últimos pájaros.
(De En la última ciudad)

VII
En el espejo llamativo del palacio
baila un padre de labios de cristal,
hablando con un niño, que es mariposa
y luna de caballos, en el espejo del palacio
las manos del hombre aprietan el cuello del hijo,
pues no desea que viva la ociosidad maldita del porvenir,
en el espejo
el padre baila, llorando,
baila sobre el cadáver victorioso del niño,
cuya sonrisa estremecerá siempre.
(De En la última ciudad)

HA LLEGADO LA HORA
Está esperando desde hace horas, desde que le comunicaron que no había remedio. El hombre está acostado en su viejo camastro, que cruje, mientras escucha el animoso primer movimiento de la sinfonía 1 de Beethoven. De vez en cuando, acaricia su rostro marcado por la viruela. El sol comienza a ocultarse. Levantándose tambaleante, bebe a morro de la botella semivacía de Jack Daniels, se acerca a la mesa sobre la que se extiende el puzzle de los cinco continentes y coloca una ficha. Ha resuelto el juego mil veces. Ha aprendido a hacer el puzzle escuchando a Beethoven. Es un tipo raro, esto piensan en Cohenville. En verdad que lo es porque las escasas veces que acude a la taberna habla de piratas y de osos blancos hasta que los jugadores de póker se van a dormir y él, entonces, le confiesa a Katy que algún día se irá. Como la camarera suele estar cansada de tanto servir hamburguesas y despedir a los camioneros que recorren las carreteras nocturnas, no le hace caso porque está harta de escuchar confidencias semejantes. Y, entrada la noche, el hombre regresa a su casa, que está en las afueras de Cohenville, para descansar con los ojos abiertos mientras escucha a Beethoven. Tal y como está haciendo en este crepúsculo, cuando el reloj que cuelga en la pared del destartalado salón debiera marcar las diez de la noche si no estuviera estropeado desde hace años, desde la tarde en que el hombre que está tomando Jack Daniels disparó con su fusil contra su blanca esfera de nácar. Cuando ya la luna blanca corteja las transparencias pálidas del cercano desierto, escucha los pasos sobre la grava que rodea su casa, ladró Star, la perra canela que está tuerta desde que luchó con un coyote hambriento en el otoño de 1956, días después de que Rocky Marciano se retirara. Y reconoce la voz del alcalde, quien, después de empujar la puerta, tan sólo anuncia que ha llegado la hora. El hombre se levanta y se calza las botas altas, se ajusta el sombrero ante el espejo y, luego, con parsimonia extraña, coge su rifle. Después de comprobar que el arma está cargada, se encamina con paso lento hacia la puerta. No ha dicho nada, ni una palabra. Los dos hombres se montan en la vieja camioneta Dodge. Tampoco intercambiaron comentario alguno mientras recorrían la carretera de tierra que conduce al rancho de los Simpson. Cuando llegan, descubren a los niños que lloran apoyados en la pared de madera del establo y, de pie en la cercana colina, al granjero que mira la lejanía, de espaldas para que sus hijos no vean que también está llorando. El hombre que camina con el rifle sin mirar a su alrededor tose, se tambalea. Ha llegado la hora, se repite una y otra vez en silencio. Siempre ha evitado la mirada de sus víctimas, pero, en esta ocasión, al entrar en el establo ha oído un lamento como de niño o de pez que exhala sus últimas bocanadas de auxilio. El hombre, faltando a las normas de la disciplina que ha respetado desde hace años, desde que regresara de la guerra, levanta la mirada y descubre entonces el caballo más hermoso que ha visto nunca, inmóvil, incapaz de moverse, herido en la pata que supura sangre y pus, enseñando sus dientes grandes y amarillos como si quisiera hablar, suplicar. El hombre comprende que tiene que obrar con rapidez y resolución. Levanta el fusil y apunta a la cabeza del caballo negro. Dispara. El caballo negro da un salto y cae. Sus patas se estiran como si hubiera sufrido una descarga eléctrica. El hombre susurra: se acabó. Los niños invisibles estallan en llanto cuando se acerca para darle el tiro de gracia. El hombre tararea el movimiento de la sinfonía de Beethoven que ha escuchado una y otra vez en la larga espera de la tarde. Se dispone a irse. Pasaré a cobrar otro día, dígaselo a mister Simpson, susurra despidiéndose. No se preocupe, alcalde, regresaré andando, añade. El hombre se pierde en la lejanía, sombra de animal desolado bajo la luz de la luna. Aúllan en la oscuridad los coyotes hambrientos. No se dirige a su casa, sino que camina hasta la taberna de Cohenville. Tarda una hora poco más o menos. Cuando llega, y ya sentado, le pregunta a Katy si le puede hacer una hamburguesa, aunque sea muy tarde, y si le gustaría escuchar esta noche a Beethoven. La muchacha se echa a reír. Otra vez, replica, llevas invitándome años y ni siquiera sé de dónde es el tal Beethoven, seguro que con ese nombre es de algún estado del Este, y sabes, agrega alejándose, odio a todos los tipos del Este porque ninguno huele al perfume de las colinas, todos los que he conocido se pasan el día hablando de dólares y coches.
(Relato de El coleccionista de láminas)

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Enlaces

Reseñas:
http://davidmayor.blogspot.com/2007/07/el-coleccionista-de-lminas-de-jos-luis.html (sobre El coleccionista de láminas)