PUÉRTOLAS, Soledad

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PUÉRTOLAS, Soledad

Biografía

Nació en Zaragoza el 3 de febrero de 1947. A los catorce años se instaló con su familia en Madrid, donde ha permanecido desde entonces, si bien ha realizado breves estancias en otras ciudades españolas y en distintos países europeos y americanos. Estudió Periodismo y algunos cursos de Ciencias Políticas y Económicas en Madrid, y Lengua y Literatura Española y Portuguesa en la Universidad de Santa Bárbara (California). En esta última universidad obtuvo el «Master of Arts». En 1975 regresó a Madrid, y en 1979 publicó su primera novela. Ha trabajado en editoriales, instituciones culturales, comunicación…

Es socia fundadora de una librería-café bar, El bandido doblemente armado, para los amantes de los libros, la buena música, el café y las copas. Es colaboradora de El País y ha participado en diversos libros colectivos de relatos. Su obra ha sido traducida a seis idiomas. Desde 2010 es académica de la Real Academia Española.

Obra

NARRATIVA

El bandido doblemente armado (1980; 1982; 1988).
Una enfermedad moral (1982; 1987). Relatos.
Burdeos (1986; 1992).
Todos mienten (1988; 1992).
Queda la noche (1989; 1999).
Días del Arenal (1992; 2000).
La corriente del golfo (1993). Relatos.
Si al atardecer llegara el mensajero (1995; 2003).
Recuerdos de otra persona (1996).
Una vida inesperada (1997).
La rosa de plata (1997; 1999).
A través de las ondas (1998). Relatos.
Gente que vino a mi boda (1998). Relatos.
La señora Berg (1999).
Adiós a las novias (2000). Relatos.
Como el sueño (2004).
Cuentos para catar (2005). [et. al.]
Historia de un abrigo (2005).
El clarinetista agradecido (2008).
Cielo nocturno (2008).
Compañeras de viaje (2010).
Soledad Puértolas. Obras escogidas. Tomo I (2011).
Mi amor en vano (2012).
El fin (2015) [Cuentos].
Chicos y chicas (2016) [Cuentos].
Música de ópera (2019).

Literatura juvenil

La sombra de una noche (1986; 1996). Cuento.
El recorrido de los animales (1988; 1996). Cuento.
El desvan de la casa grande (2007).

ENSAYO

El Madrid de «La lucha por la vida» (1971).
La vida oculta (1993).
«Rosa Chacel» en FREIXAS, Laura (ed.), Retratos literarios (1997), pp. 181-182.
La vida se mueve (1995). Artículos.
Lúcida melancolía (2018).

OTROS

Imagen de Navarra (1991). Guía.
Con mi madre (2001). Biografía.
Citas (2005).

OBRAS TRADUCIDAS

A través de las ondas (Alemania, 1989).
El bandido doblemente armado (Francia, 1989; Portugal, 1991; Francia, 1996).
Burdeos (Francia, 1990; EE.UU., 1998).
Pío Baroja (Alemania, 1991).
Viejas historias (Alemania, 1991; 1997).
Una enfermedad moral (Francia, 1992; EE. UU., 1996).
Queda la noche (Francia, 1990; Portugal, 1990; Grecia, 1991; Francia, 1992; Alemania, 1994; Turquía, 2003).
Todos mienten (Francia, 1990; Portugal, 1990; Alemania, 1996).
El origen del deseo (Inglaterra, 1993).
La corriente del golfo (Francia, 1995).
Días del arenal (Francia, 1997).
Una vida inesperada (Francia, 1999).
Gente que vino a mi boda (Francia, 2001).
La señora Berg (Turquía, 2003).
Adiós a las novias (Francia, 2004).

Premios

1979: Premio Sésamo con la novela El bandido doblemente armado.
1989: Premio Planeta con la novela Queda la noche.
1993: Premio Anagrama de ensayo con La vida oculta.
2000: Premio de Relatos NH por Adiós a las novias.
2001: Premio Glauka 2001 en reconocimiento a su obra literaria y a su trayectoria intelectual y personal en el ámbito de la cultura.
2003: Premio de las Letras Aragonesas.
2008: Premio de cultura de la Comunidad de Madrid.
2010: Premio Farolillo de Papel de la Asociación de Libreros de Bizkaia.
2012: Medalla de Oro de Zaragoza.
2016: Premio José Antonio Labordeta de Literatura.

Poética

[Fragmentos de diversa procedencia]

Yo soy mucho de escenarios. Supongo que eso se nota en mis novelas. No soy muy descriptiva, pero sin embargo tiene mucha fuerza el ambiente y el escenario.

Tengo muy asociada la literatura a la sensación de mirar.

Me horroriza el localismo, puede ser perjudicial para lo que quiero conseguir. No soy curiosa, y el costumbrismo de detalles no me interesa. Este obedece a necesidades profundas que uno tiene y el empleo de escenarios y nombres extranjeros me ayudó a salir de ese posible localismo y esa obsesión por el detalle que para mí era perderme en un tema que no me ha interesado nunca.
El argumento esencial de una novela es otro diferente del anecdótico. No me gusta envolver ni adornar la narración. Me ha interesado siempre más dar una sensación de falso argumento porque no quisiera en modo alguno que mis novelas fueran abstractas. Eso me horrorizaría: creo que siempre hay una sensación de argumento, e incluso mis obras se pueden leer como si fuera una novela de acción sin serlo, como un relato de aventuras.
El argumento esencial no se puede formular, podría parecer petulante, pero en todo caso sería el argumento de la sugerencia, del misterio y del sentido de la vida de cada persona. La búsqueda del sentido de la vida que, como creo que es muy difícil, por eso hay tan poco argumento en mis libros.
La mujer suele ser más proclive a analizar los mundos interiores, pero no es determinante porque hay escritoras que pueden hacerlo y mujeres que no lo hacen, aunque sí existe una tentación a captar detalles de vida interior.
A veces tengo la novela en la cabeza y no hace falta que la estructure. Para mí, lo más difícil es cuando los personajes hablan por sí mismos, el momento del diálogo es el presente y mantener esa naturalidad, esa frescura, no es sencillo. Para mí la convicción del personaje es la novela.

El monólogo interior es cómodo porque te permite ligar las cosas. Te da mucha libertad, ahora se utiliza mucho porque lo tenemos muy asimilado, ya no es rompedor.

A mí me sigue interesando Si al atardecer llegara el mensajero. No sé lo que seguiré escribiendo, pero creo que ahí está el germen. Es una novela llena de cosas, también tengo un pequeño libro que es El recorrido de los animales, que trata de un mundo metafórico. Después de haber escrito libros tan intensos, con un sentido de la realidad muy potente, me tentaría escaparme. La rosa de plata tampoco me parece mal camino para cambiar.
El personaje lo ves, lo ves en parte. No sabes hasta qué punto lo conoces del todo, tu escribes lo que ves. Sabes cómo se va a comportar en general, lo ves venir y hay cosas de él que no sabes, cuento lo que conozco, no soy Dios.

El cuento nace en la deformación a los hechos, no en su fidelidad. El cuento no es crónica, es un producto de la imaginación y responde a la necesidad fabulador del hombre, acaso más fuerte que su necesidad de ser testigo de la realidad.
En razón de su brevedad, de su necesaria concisión, el cuento tiene un centro (a diferencia de al novela, que puede tener varios centros) y su final es tanto una conclusión como una invitación a volverlo a empezar, o empezar otra cosa. Exactamente como sucede en los relatos de Las mil y una noches, a un cuento le sucede otro. El cuento lleva el germen de algo y cuando acaba, no se acaba. Está destinado a permanecer, a volver a ser contado, a ser inmortal.
El cuento es como la piedra que se lanza al aire, describe una parábola y vuelve a caer sobre la tierra. Pero vuelve a la tierra con algo de lo que ha encontrado por los aires. Cuando el cuento concluye, sabemos algo más de lo que sabíamos al principio, sepamos o no formularlo. Y tal vez en esta dificultad de formulación se diferencie fundamentalmente, el cuento de hoy del cuento clásico, el cuento moral. El antiguo y claro mensaje, la enseñanza, ha desaparecido pero no nos podemos dejar engañar por esa aparente ausencia de mensaje. Sencillamente, no somos capaces de decir qué es exactamente lo que nos está diciendo. Tal vez, sólo nos quede una inquietud, una pregunta sin respuesta. Pero la función es la misma. Nuestra conciencia ha sido sacudida.
Los cuentos de hoy nacen de la misma necesidad: detener el tiempo, suspender la sentencia. Mientras la muerte amenaza, el contador de historias le vuelve la espalda y habla de otra cosa. No nos engañemos: está hablando de lo mismo, siempre de lo mismo. Y la piedra lanzada al aire cae siempre sobre la realidad.

 

 

Texto

Jacobo estaba completamente desvelado y se impuso el deber de esperar a su padre, llegara cuando llegara, como si al tomarse tan al pie de la letra las palabras que él había pronunciado por la mañana, transformando en orden su proyecto, pudiera demostrar de antemano su inocencia. No era un deber penoso, no le costaba ningún esfuerzo. Mientras todos dormían, mientras transcurría la noche y seguía nevando, mientras se consumían los rescoldos en la chimenea, él estaba en guardia, y era el depositario de la seguridad de todos, porque el cabeza de familia no estaba en casa.

(De La sombra de una noche, Madrid, Anaya, 1986).

 

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