Biografía
Poeta nacido en Madrid en el año 1942. Estudió en El Escorial y luego en Londres. Ha trabajado en el mundo editorial en Madrid, Londres, Bogotá, Barcelona y México, donde también fue profesor de literatura. Colabora asiduamente en publicaciones periódicas de España y América. Ha preparado antologías de poetas como Leopoldo Panero, Pablo Neruda y Octavio Paz. Ha reunido selecciones de Poesía colombiana (1880-1980) y Poesía mejicana contemporánea. Desde 1985 vive en Girona. Fallece el 16 de septiembre de 2013 en Torroella de Montgrí a los 71 años.
Obra
POESÍA
A través del tiempo (1968).
Los trucos de la muerte (1975).
Desapariciones y fracasos (1978).
Juegos para aplazar la muerte (Poesía 1966-1983) (1984).
Antes que llegue la noche (1985).
Galería de fantasmas (1988).
Los viajes sin fin (1993).
La memoria y la piedra. Antología (1996).
Poesía Completa (1968-1996) (1997).
Enigmas y despedidas (1999).
Antología (1968-2003) (2003). Selección de Felipe Benítez Reyes.
La memoria y la muerte (2009).
OTROS
Los mitos y las máscaras (1994).
Sin rumbo cierto, memorias conversadas con Fernando Valls (2000).
Leyendas y lecturas (2006).
Premios
1985: Premio Ciudad de Barcelona por Antes que llegue la noche.
1988: Premio Loewe de Poesía por Galería de fantasmas.
2000: XII Premio Comillas de Biografía.
Poética
LA DUSE EN PIAZZA CAVOUR (1985)
(FESTIVAL DE POETAS, ROMA 85)
Robert Creeley habla, inteligentemente, de su poesía
y Dario Bellezza despotrica contra los poetas extranjeros
-los invitados a este curioso festival-
mientras afirma la supremacía de los poetas romanos,
o sea de él mismo -pequeña polémica provinciana-.
Pero allí, en el escenario, no está la poesía, no lo estará nunca.
la poesía la traes tú, en esta noche tórrida de final de julio,
sin saber nada de mí, ni siquiera que escribo,
sentada a tus ochenta años, con el pelo cuidadosamente teñido,
tus medallones, tu pequeño gato en una jaula
y tus manos al aire recitando a D’Annuzio,
en la terraza de este bar desierto de la Piazza Cavour.
Sé que esperas, mientras me cuentas hermosas mentiras,
que te pague esta copa, que te regale unas liras,
lo que no sabes, no lo sabrás nunca,
es hasta qué punto me has hecho feliz.
«Me decía D’Annunzio», repites, inventas, recitas
y se escuchan sus versos en la plaza en silencio,
mientras el camarero retira ya las mesas.
Fingida Duse de esta noche loca,
mascarones de proa, riéndonos tú y yo,
sin querer me has traído, de verdad, la poesía,
con su mezcla de fábula y sueño, de fantasma y fracaso,
con su oscura verdad que nunca se define.
Fingida Duse, muchas gracias por todo,
Brindemos por D’Annunzio esta última copa,
ahora que se pierde en el aire el eco de tu voz
y a través de los árboles llega un poco de brisa.
Que nuestras voces roncas de tantas carcajadas
Y tu rostro de magia, de pasión y de farsa,
nos expliquen un poco este absurdo destino,
este extraño conjuro que afirma que aún vivimos.
(De Galería de fantasmas, 1988. «Poética», en El último tercio de siglo. Antología consultada de la poesía española, Madrid, Visor, 1999, pp. 86-87).
Texto
UN AÑO DESPUÉS DE YA NO VERTE (1975)
Este es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara.
José Alfredo Jiménez
Olor de solitario y soledad, cama deshecha,
cegados ceniceros en esta tarde de domingo,
helado soplo de noviembre en el cristal
y un vaso medio lleno de cansancio.
Te escribo por hacer algo más inútil aún
que pensar en silencio o imaginar tu voz,
o escuchar una música herida de recuerdos,
o pedir al teléfono un absurdo milagro.
«Este es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara.»
Este es el corrido pero nadie canta
y un muerto con mi nombre, vestido con mis trajes,
me saluda y observa por los cuartos vacíos,
me mira en la distancia como si fuera un niño
y acaricia en sus dedos un rastro de ternura.
Sobre su frente inmóvil va cayendo tu nombre
y humedece sus labios una lluvia perdida.
Olor de soledad y humo de aniversario
mientras busco, dolorosamente trato de recordar,
tus dos ojos insomnes con su vaho de mendigo,
devorando su luz, ahogando su locura.
Tus dos ojos como picos de presa que se clavan
y rasgan y desgarran la piel de nuestro amor.
Soplo de embriagado recuerdo, agria melancolía
rescoldo que tu lengua aún enciende
en estas horas de strip-tease solitario
en que celebro en tu derrota todas las derrotas.
Un año después y tu pelo, tu largo pelo
ardiendo desbocado entre mis manos,
clavado para siempre en esta almohada,
recorriendo esta casa, sus rincones y puertas,
como un viento insaciable que buscase su fin.
Un año después de ya no verte,
definitivamente talando en tu memoria,
qué real sigues siendo, qué difícil herirte.
La sosegada certidumbre de esta mesa en que escribo
puede tener la pasión estremecida de tu piel
y la ropa que el sillón desordena
puede ahora ocultar el temblor de tus pechos.
Sobre tu sexo abierto y tus muslos de arena,
sobre tus manos ciegas que persiguen la noche,
qué triste es el cuchillo, qué aciaga su hoja.
Un muerto con mi nombre y mis uñas mordidas,
un cadáver grotesco, me dicta estas palabras,
me señala en los cuadros, en la pared manchada,
el destino de hoy, de este día cualquiera,
al borde de mi vida, al borde del invierno,
al borde de otro año que empieza con tu ausencia,
al borde de mis ojos y tu voz que ahora escucho.
Un año después de ya no verte,
mientras te escribo, odiando hasta la tinta,
en esta tarde de noviembre, olor de solitario y soledad,
helado soplo en el cristal vacío. Un muerto.
(De Los trucos de la muerte, 1975).
A LA MAÑANA SIGUIENTE CESARE PAVESE
NO PIDIÓ EL DESAYUNO (1975)
Solo bajó del tren,
atravesó solo la ciudad desierta,
solo entró en el hotel vacío,
abrió su solitaria habitación
y escuchó con asombro el silencio.
Dicen que descolgó el teléfono
para llamar a alguien,
pero es falso, completamente falso.
No había nadie a quien llamar,
nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.
Bebió el vaso, las pequeñas pastillas,
y esperó la llegada del sueño.
Con cierto miedo a su valor
-por vez primera había afirmado su existencia-
tal vez curioso, con cansado gesto,
sintió el peso de sus párpados caer.
Horas después -una extraña sonrisa dibujaba sus labios-
se anunció a sí mismo, tercamente,
la única certidumbre que al fin había adquirido:
jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.
(De Los trucos de la muerte, 1975).
Subir