ORTEGA, Esperanza

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ORTEGA, Esperanza

Biografía

Esperanza Ortega nació en 1953 en Palencia. Se licenció en Filología Románica y es profesora de Lengua castellana y literatura en el IES Pinar de la Rubia de Valladolid, ciudad donde reside en la actualidad. Ha sido codirectora de la revista El signo del gorrión, de Valladolid, y de la Colección Vuelapluma de Editorial Edilesa.

Ha cultivado el ensayo y la novela, aunque la poesía es el género en el que mejor se mueve: además de sus volúmenes de poemas, ha sido antologada en varios libros (Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía española (1950-2000) -2002-, Poesía hispánica contemporánea. Antología y estudios críticos -2004-) y ha colaborado en revistas como Sibila (Sevilla), Revistatlántica (Cádiz), Cuadernos del matemático (Getafe, Madrid), Vuelta (México D.F), Falar-Hablar de poesía (Madrid-Lisboa).

Dentro del campo más académico, ha elaborado ediciones críticas y antologías de carácter pedagógico como Antología de la generación del 27, Verso y prosa de Juan Ramón Jiménez, Siempre y nunca (Antología de Francisco Pino), etc..

Obra

POESÍA
Algún día (Ediciones Portuguesas, 1988).
Mudanza (Ave del paraíso, 1994).
Hilo solo (Visor, 1995).
Lo que va a ser de ti (Plaza Janés, 1999). Antología.
Como si fuera una palabra (Lumen, 2002).
Poema de las cinco estaciones (en colaboración con los arquitectos Mansilla y Muñón) (Ediciones El gato gris, 2007).

NARRATIVA
«El dueño de la casa» (1994). Relato.
Garcilaso de la Vega. Entre memorias tristes (Editorial Omega, Colección Vidas literarias, 2003). Biografía novelada.
Las cosas como eran (2009).

ENSAYO
El baúl volador (Junta de Castilla y León, 1986).
Las palabras y los días (2020).

EDICIONES Y ANTOLOGÍAS
Antología de la Generación del 27 (Anaya, 1987).
Federico García Lorca, Romancero Gitano (introducción y comentarios de Esperanza Ortega) (Colección Austral, 1997).
Francisco Pino, Francisco Pino. 100 poemas (Edilesa 2000).
La poesía del Siglo de Oro (Anaya, 2001).
Francisco Pino, Siempre y nunca (Antología de Francisco Pino) (Cátedra, 2002).
Juan Ramón Jiménez, Verso y prosa de Juan Ramón Jiménez (Cátedra, 2006).
La mano sobre el papel (2010).

TRADUCCIONES
Umberto Saba, Pájaros (en la revista El signo del gorrión, núm 2, Valladolid, 1993).
Atilio Bertolucci, Viaje de invierno (en la revista El signo del gorrión, núm. 4, Valladolid, 1994).
Umberto Saba, Atajos (en la revista El signo del gorrión, núm. 6, Valladolid, 1994).
Dante Alighieri, Divina Comedia: Canto V, Círculo de los Lujuriosos (Ediciones Cuenca, 2008).

Premios

1986: Premio Giner de los Ríos con El baúl volador.
1993: Premio Jauja de Cuentos con «El dueño de la casa».
1995: Premio «Gil de Biedma» con Hilo solo.

 

 

Poética

 

Genoveva de Bravante guardaba los desperdicios para dárselos en secreto a los pobres. El rey, su esposo, odiaba ese gesto. Un día en que Genoveva llevaba escondidos los mendrugos de pan en la falda, el rey con su séquito interrumpió su camino. -Enséñame eso que escondes- le dijo. Genoveva sitió un temor tan grande al ser sorprendida que cerró los ojos y se desvaneció. Todos se asombraron al ver cómo su delantal rebosaba de flores. Este es uno de mis primeros recuerdos. No recuerdo de lo vivido, sino recuerdo de lo imaginado. Voy a leer un cuento, la pasta es de color amarillo y en el centro se ve a una mujer muy guapa, con los ojos bajos, en disposición de abrir el delantal. No he encontrado otra imagen más precisa para expresar lo que yo entiendo como gesto poético. Primero recoger los desperdicios, aun corriendo el riesgo de ser descubierta. De hecho, Genoveva acabaría por perder su papel de reina a causa de un error en sus pesquisas. Al lado del temor, el deseo de dar, de darse a comer, la cortesía eucarística de quien se siente furiosamente impelida hacia el desmoronamiento; y por fin el milagro, los mendrugos convertidos en flores. El poeta sabe sacar Luz del Humo, Rosas del Estercolero, y otorgar alguna Vida a lo Inanimado. – Esto lo dijo Horacio-. No es el que disfruta del olor de las flores, el que se deja arrastrar por una complaciente vocación de belleza, sino aquella que, avergonzada, esconde los desperdicios y pone en ellos su esperanza de salvación. Por eso el poeta labora contra sí. Ofrece un holocausto a favor de algo en lo que tiene fe, y no puede hacer posible nada más que a través de su incendio. – Esto lo dice Francisco Pino-. Transgresión y metamorfosis, equívoco al fin, que acalla las palabras posibles. Un cortejo enmudece ante la aparición de lo inesperado. Poéticas no son las flores, ni el prodigio que las suscita, ni siquiera el asombro consiguiente. Poético es el gesto insignificante y poderosísimo de abrir el delantal, poético es el temblor de la mano, su carga de esperanza y de temor a lo desconocido, instante fugaz que se reitera y anula así los otros gestos, los no concertados. Pero su misma formulación puede convertir el milagro en retórica, atrapar la escena y debilitarla. Lo mejor sería callar, no dar pistas. La poesía es concentración y concierto, las ideas sobre la poesía desconcentran y desconciertan. El peligro está ahora en que Genoveva espere demasiado de su delantal, que retoque sus pliegues, que se contemple ella misma centro de la escena y olvide su misión inaudita: dar de comer. No otro es el riesgo de formular una poética, el de hacernos demasiado sabedores. El Candor-Preceptor mío, es mi único ardid. -Esto lo decía Émily Dickinson-. Además del candor, el poeta puede contar con otro guía: el lector. ¡Qué buenos lectores eran el séquito y el esposo de Genoveva! ¡Con cuánto interés escudriñaban su delantal! No hubieran perdonado una vacilación en su pirueta. Porque son los ojos del lector los que hacen necesaria la metamorfosis, los que han de recoger las palabras justo en el momento en que se pierden en el aire, cuando, como Jonás, se arrojan decididas para escapar del vientre de la ballena. Ahora tienen que ser escuchadas, van a vivir, a abrirse, a estallar en llanto e iluminar con su fogata. Y lo enciende de amor para que hable por sí solo. -Esto lo dice José Miguel Ullán-. Y esto es lo que desea expresar el poeta, lo que dice el delantal por sí solo. Un delantal incendiado, justo en el instante en que dejan de sujetarlo las manos temerosas de la desvanecida.

 

 

 

Texto

 

Labor atenta de hilo solo
-sigues tejiendo tu tapiz indócil-

ése que no se ve
ni engaña su hermosura
a los reyes sedientos

una puntada aquí
en el quicio oscilante
donde ayer escondías los más frescos racimos

¿qué será de tus manos
que palpan los tesoros
en los pliegues?

-acaba ya
esta labor de sombras-

reconoce
vencida
que únicamente ofreces hilo solo

y que tu desnudez ha naufragado
sobre un océano
sin límite

pero esta voz
-¿de dónde?-
vuelve cada mañana
con su rama de olivo.

(De Hilo solo)

¿hubo una ventana?
pequeña
rigurosa

en las fotografías
sus fugaces sonrisas

entraron y salieron
pero no deseaban hablar de su aventura

-esta era…
y cerraron los ojos

habían sobrevivido
¿qué más podrían reclamarles?

-aquella…
con su túnica lacia arrastrando el secreto

retratos
muda nostalgia de isla abandonada

su memoria
¿por qué puñal
estaba herida?

todo lo habían olvidado

y la única huella fueron esas sonrisas
resistentes

(De Como si fuera una palabra)

EN UN ÁRBOL ESCRITO
Nunca nada de ellos te había conmovido,
ni siquiera sus nombres.
Recogías del suelo
a veces una hoja desprendida a tu paso,
la mirabas ausente
con tosca indiferencia,
segura de su verdor, que iba a responder
con el silencio suyo a tus preguntas, ¿cuándo?

Debajo de sus copas pasó el amor contigo
y aspiraste el perfume
de su hospitalidad ensombrecida,
mas no leíste nunca
su caduca escritura,
los trazos del reflejo inestable del sol
en la sombra que era de tus sueños cobijo.

Ahora no responde, ahora te interroga:
¿desde dónde ha caído esta hoja amarilla
sobre el papel en el que escribes?

Y mientras se deshace
en tus manos su escuálido esqueleto,
le contestas que has visto esta mañana
al mirar a tu hijo
-que de repente es alto, tan alto como ellos-
la esbeltez de sus troncos,
que en su vello incipiente hay restos de resina
e intuyes en sus labios un sabor de raíces.

¿Lo recuerdas ahora? Ése era el mensaje
perenne, de aquella escritura:
en ti había un árbol,
de su copa ha caído esta hoja amarilla.
El árbol que ha brotado de la alfombra invisible
de las horas de espera,
aquél en el que añoras llegar a cobijarte,
bajo la sombra tuya,
junto al tronco soñado
en cuyo cerne estaba escrito este poema.

(Poema inédito, 2003)
 

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