OREJUDO UTRILLA, Antonio

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OREJUDO UTRILLA, Antonio

Biografía

Nació en Madrid en 1963. Obtuvo su licenciatura en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid y más tarde se doctoró en la Universidad del Estado de Nueva York (Stony Brook) de los Estados Unidos, país en que trabajó de profesor de literatura española durante siete años. Como investigador, se ha dedicado fundamentalmente a la literatura de la Edad Media y los Siglos de Oro.

Ya con su primera novela, Fabulosas narraciones por historias (1996), se dio a conocer en el panorama literario español, y desde entonces ha compaginado esta actividad con colaboraciones en publicaciones periódicas (Babelia, ABC Cultural o en Letras Libres, entre otras) y con alguna incursión en el cine (fue guionista de la película Se buscan fulmontis).

En la actualidad es profesor titular en el departamento de Filología Española en la Universidad de Almería y se le considera uno de los mayores representantes de la generación de escritores nacidos en la década de 1960.

Obra

NARRATIVA

Fabulosas narraciones por historias (Novela) (1996).

«Horizontes de expectativas» (incluido en la antología Páginas amarillas) (relato) (1997).

Ventajas de viajar en tren (Novela) (2000).

La nave (Novela corta) (2003).

Reconstrucción (Novela) (2005).

«Alonso» (en Molinos de viento) (Relato) (2005).

«Los congelados» (Relato) (2006).

Un momento de descanso (2011).

Los cinco y yo (2017).

Grandes éxitos (2018).

ENSAYO Y EDICIONES CRÍTICAS

Cartas de batalla (1993).

Las ‘Epístolas familiares’ de Antonio de Guevara en el contexto epistolar del Renacimiento (1994).

Mala suerte (Con Helena González Vela) (1995).

Lope de Vega: Fuente Ovejuna (1996).

Miguel de Cervantes: Tres novelas ejemplares (1997).

En cuarentena. Nuevos narradores y críticos a principios del siglo XXI (Coord.) (2004).

OTROS

Páginas amarillas(et. alii) (1997).

¡Mío Cid! (Con Rafael Reig y Luisgé Martín) (2007).

Almería crónica personal (2008).

Premios

1997: XX Premio Tigre Juan a la mejor primera novela del año con Fabulosas narraciones por historias.

2000: XV Premio Andalucía de Novela con Ventajas de viajar en tren.

2005-06: Finalista del I Premio Mandarache Jóvenes Lectores de Cartagena con Reconstrucción.

 

 

 

 

Poética

Preguntas

Uno: ¿Qué es lo que hace escritor a un escritor? ¿El talento, el genio irracional del creador, una disposición natural hacia la narración de historias? ¿O es más bien el oficio, las lecturas realizadas a lo largo de la vida, y el propio aprendizaje novela tras novela?
Dos: ¿Cuál es la función de la literatura? ¿Deleitar en un sentido amplio del término, entretener como se dice ahora? ¿O más bien formar, mostrar otro modo de ver las cosas, contar lo que no se ha contado nunca, enseñar también en un sentido muy amplio?
Y tres: ¿Qué es más importante en una obra literaria? ¿La construcción, el lenguaje, las transiciones narrativas, las audacias formales? ¿O más bien el asunto que trata, el modo de hacerlo?
Los lectores y los escritores de todas las épocas toman partido siempre, implícita o explícitamente, por una opción u otra, o por ambas, en cada una de estas tres preguntas. Sus respuestas constituyen la columna vertebral de cualquier poética, el tronco del que nace la hojarasca que suele adornar los pronunciamientos sobre literatura.
Yo presento una alarmante falta de criterio. Si hablo con un lector formal-hedonista por llamarlo así, con alguien más partidario de la literatura deleitosa que de otra más trascendente, me convierto en un desaforado defensor de los libros entretenidos, en un partidario de los escritores que se esfuerzan a la hora de escribir para que los lectores no se esfuercen a la hora de leer, en un admirador de las tramas bien urdidas, en un defensor de la intriga, de los episodios que dan miedo y de los diálogos que dan risa.
Si por el contrario converso con un lector didáctico-contenidista por llamarlo así, con un lector que más allá del divertimento busca en los libros una ideología, una manera de ver el mundo, un nueva mirada sobre los viejos asuntos o una vieja mirada sobre asuntos nuevos, entonces abomino de la literatura intrascendente, critico la banalidad contemporánea, abrenuncio al entretenimiento como medida de todas las cosas, y echo en falta un compromiso social de nuevo cuño, reelaborado a la medida de los tiempos que corren.
Como escritor hago lo mismo que como persona: hago pasar mis defectos por virtudes y convierto mis muchas limitaciones en características de mi personalidad. Nunca voy donde no llego y digo que mi contención es un marcado rasgo de estilo. Por eso he reciclado mi incapacidad para tomar partido en un ideal estético. En otras palabras: me gustaría firmar algún día una novela de Don Delillo, construida por Thomas Mann con personajes de John Irving y rehecha por Stephen Zweig.
Alarmante, ¿verdad?, esta ausencia de criterio. Me gusta todo. Sólo me molesta una cosa: repetirme yo o que se repitan los demás. Pero esto también es una cuestión peliaguda, porque tampoco tengo claro dónde termina el estilo y dónde empieza la imitación más ridícula, que es la imitación de uno mismo.

 

Texto

La visita de Hoffmann causó una honda impresión en Jan Mathijs, que a partir de aquella cena redujo su interés por el mundo exterior y comenzó a prestar más atención al interior. Pero nunca lo hubiera dejado todo para seguir a Hoffmann si aquel año las cosechas no hubieran sido nefastas y el precio del celemín de trigo no se hubiese puesto por las nubes. Mathijs apenas si compró cereal. Cocía poco pan, y el poco que hacía lo vendía carísimo para recuperar el dinero de la harina. La única hornada del día se la llevaban de madrugada las casas más ricas, así que Mathijs ni siquiera se molestaba en abrir la panadería. Hasta que un día los vecinos le echaron la puerta abajo. Saquearon el horno y le prendieron fuego. Qué culpa tengo yo del clima, gritaba Mathijs, a mí las malas cosechas me afectan como a vosotros. Es el Señor -se oyó decir, sorprendido de sus propias palabras-, que nos anuncia los desastres del fin del mundo. Pero la gente no quería cosas abstractas, sino reales. Y ellos lo eran. Los panaderos, gritaba la multitud, quieren matarnos de hambre, son unos avaros y unos usureros, son unos lobos y unos monopolistas.

Jan Mathijs y su mujer perdieron la panadería y tuvieron que huir de Haarlem porque una creciente mayoría proponía comérselos asados. Salvaron lo que pudieron, desenterraron el dinero ahorrado y huyeron a Estrasburgo, en busca de Melchior Hoffmann, que los acogió con suma alegría y los bautizó solemnemente. Corrían los últimos días de 1531. El año siguiente lo pasaron anunciando la inminente llegada del fin del mundo. Pero 1532 se desgranó monótonamente sin sobresalto alguno. Tanto habían alborotado a la población que a principios de 1533, cuando las autoridades de Estrasburgo constataron que Hoffmann era un simple charlatán, lo metieron en la cárcel por revoltoso.
El año 1533 fue muy duro para Mathijs, Beukels y Diara. Hicieron una y mil veces las operaciones algebraicas del profeta, por si hubiera habido algún fallo y el fin del mundo hubiese sido erróneamente adelantado. Pero si mil veces hicieron las cuentas, mil veces obtuvieron el mismo resultado: 1532. ¿Qué habían hecho con sus vidas? ¿Habían seguido a un loco? Mathijs nunca admitió ese supuesto, y siempre reaccionó violentamente cuando alguien habló mal de Hoffmann en su presencia. Aún quedaba la posibilidad de que el Apocalipsis se hubiese retrasado un par de años, pero aquel cálculo secundario le parecía más forzado y nunca le había convencido del todo. Por eso sintió una euforia tan intensa cuando alguien le dio la noticia de que en un pueblecito perdido de la Westfalia alemana un predicador llamado Bernd Rothmann había subvertido con la palabra el orden establecido y fundado con la bendición de Dios una comunidad anabaptista.
Antes de tomar una decisión, Beukels y Mathijs tuvieron que dirimir quién de los dos era el sucesor de Hoffmann. Y fue Beukels quien motu proprio cedió el testigo a Mathijs, que empezó a ejercer de jefe en ese preciso instante: le pidió a Beukels que fuera a Münster y que trajera información precisa sobre lo que allí estaba sucediendo.
(De Reconstrucción, Barcelona, Tusquets, 2005, pp. 65-67)

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