MONSÓ, Imma

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MONSÓ, Imma

Biografía

Imma Monsó nació en noviembre de 1959 en Lleida. Estuvo dedicada a su Cátedra de Lengua y Literatura francesa en el Instituto «Duc de Monblanc» desde 1982. Comenzó a publicar en 1996 con No se sap mai, cuya traducción al castellano Nunca se sabe obtuvo el Premio Tigre Juan del año siguiente a la mejor primera novela publicada en la península. Más tarde le siguieron Como unas vacaciones, Todo un carácter, Mejor que no me lo expliques, y Un hombre de palabra.

Ha traducido del francés obras de Milan Kundera y sus cuentos forman parte de varias antologías. Toda su obra ha sido traducida al castellano, su más reciente libro, Un hombre de palabra ha sido traducido por la propia autora, que actualmente versiona su propia obra al castellano. Asimismo ha sido traducida al italiano, portugués, inglés, holandés y húngaro. Ha colaborado en catalán y en castellano en El País, EPeriódico y La Vanguardia.

Su obra ha sido objeto de numerosos estudios críticos, y se han destacado en ella influencias heterogéneas como la de Thomas Mann, Mercè Rodoreda o Thomas Bernhard.

Obra

NARRATIVA

No se sap mai (1997) Título castellano: Nunca se sabe.
Si és no és (1997).
Com unes vacances (1998). Título castellano: Como unas vacaciones (1999).
Tot un caràcter (2001) Título castellano: Todo un carácter.
Millor que no m’ho expliquis (2003). Título castellano: Mejor que no me lo expliques.
Marxem, papà. Aquí no ens hi volen (2004).
L’escola Estrambota (2005) Título castellano: La escuela Estrambota. Libro infantil.
Un home de paraula (2006) Título castellano: Un hombre de palabra.
Una tempesta (2009).
La dona veloç (2012).
A Man of His Word (2014).
Un sacre caractere (2014).
L’aniversari (2016).                                                                                                                      Germanes (2020).

OTROS

Hi són però no els veus (2003).

Premios

1996: «Premi Ribera d’Ebre» al libro de relatos Si és no és
1997: «Premio Tigre Juan», de la Fundación Alarcos Llorach, a la novela Nunca se sabe
1998: «Premi Prudenci Bertrana» a la novela Com unes vacances
1999: «Premi Cavall verd, de l’Associació d’Escriptors en Llengua Catalana» a Com unes vacances
2003: «Premio Com Radio» al libro de relatos Millor que no m’ho expliquis
2004: «Premio Ciutat de Barcelona» al libro de relatos Millor que no m’ho expliquis
2007: «Premi Maria Àngels Anglada» a la novela Un home de paraula
2007: «Premio Salambó» a la novela Un home de paraula
2007: «Premio Internacional Terenci Moix» a la novela Un home de paraula
2008: «Premio «Scrivere per amore» a «Un uomo di parola».
2012: Premio Ramon Llull de novela.
2013: «Premi El Setè Cel» a la novela «La dona veloç».
2013: «Premi Nacional de Cultura» a la trayectoria literaria.
2014: «Premis Sant Cugat» Premi Extraordinari a la Trajectòria.

Poética

«Imma Monsó ha sabido crear un discurso irónico y repleto de humor que hay que leer muy seriamente. La ironía como estrategia discursiva de interacción social ha sido su gran aliada en la construcción de un universo literario marcado por unas voces narradoras que se interrogan sobre los mitos y, a menudo, los desautorizan».
Montserrat Lunati, Imma Monsó: la narrativa de la ironia y la diferencia, Eumo Editoral, 2007, p. 291 (Montserrat Lunati es profesora en la Universidad de Cardiff y editora del Journal of Iberian and Latin American Studies

 

 

Texto

A, B… ¿A…? ¿B…?
INTROITUS

Ya no recuerdo como era antes de conocerle. Sólo sé que yo andaba de un lado para otro con mis huevos, en busca de un lugar donde guardarlos todos, porque detestaba la idea de ponerlos en recipientes distintos, de separarlos. Un único cesto, quería yo. Y cuando conocí al Cometa, tras un duro aprendizaje sentimental, conseguí este gran objetivo. El Gran Objetivo. Inquietud, calor, cerebro, ternura, confort… complicidad y polémica; pasión y compasión, amistad cómplice y eros salvaje… todo en el mismo lecho. El sereno fuego de la chimenea y la aventura turbadora, todo en la misma mirada. Las noches estrelladas y ardientes y el sofá de lectura mientras la pipa reposa en la mesilla, todo en el mismo escenario. Las tempestades de verano y la niebla amiga, todo en el mismo paisaje. No tenía que moverme. No tenía por qué. No necesitaba ir a ninguna parte. Todo estaba ahí, en un reducido espacio, a mi alcance.
En fin, en principio he hablado de los huevos porque mi imaginario lírico siempre ha sido bastante casero, las primeras metáforas que se me ocurren suelen ser de corte rural, he conservado la añoranza atávica de la tierra profunda, nunca me acabaron de refinar los vapores cosmopolitas de la gran ciudad, menos aún después de vivir dieciséis años con el Cometa. Y, bueno, la imagen de alguien que va con los huevos frescos que acaba de recoger, en busca de un cesto para depositarlos, es, en efecto, muy campestre. Y también muy mía, pues hasta recuerdo cómo se pegó a mi mente para siempre.
Tendría yo unos diez años y vivía con mi madre, cuya llegada diaria a casa nunca era anodina. No creo que le sucedieran cosas muy importantes, pero a las que le sucedían, les daba mucha importancia, lo cual la convertía en una enérgica narradora que llevaba a cabo llegadas triunfales, generalmente prologadas por una frase de apertura que yo, sistemáticamente, visualizaba a todo color. «Nunca pongas todos los huevos en el mismo cesto», sentenció en una de aquellas llegadas. Se conoce que por la mañana había hablado con el director de su banco o, mejor dicho, con su director de banco, de las alternativas para invertir sus ahorros. Él le había aconsejado diversificarlos, consejo que sin duda no era especialmente novedoso para ella, pero la frase coloreada y granjera le había llegado al alma, y ya se sabe que a menudo, cosas que entendemos vagamente, se iluminan de pronto en nuestra cabeza cuando alguien las resume con la frase acertada.
Ella, convencida por completo, trataba de contagiarme su convencimiento. Pero no era fácil. Como lanzaba sus palabras con la contundencia de las frases lapidarias y yo, por mi parte, estaba imbuida de una energía para polemizar que nunca se agotaba, me apropiaba sus palabras para darles en mi fuero interno el uso contrario al que en principio estaban destinadas. Y me quedé colgada ya para siempre de la imagen de una niña de diez años, que transita por un prado sembrado de flores silvestres, con los huevos recién recogidos en el regazo de su falda, buscando un sitio para guardarlos juntitos. Las palabras «banco», «ahorros» y «distribuir los huevos», quedaron borradas de mi mente en el acto. En cambio, la niña dubitativa que atravesaba prados y bosques con la falda a rebosar de valiosos huevos, me llamó poderosamente la atención. La veía como una versión de la lechera soñadora con su recipiente en la cabeza, pero a diferencia de la lechera, la niña no soñaba con multiplicar sus ganancias, no, no, nada de eso, nada que tuviera relación con el dinero…

 

 

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