MILLÁS, Juan José

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MILLÁS, Juan José

Biografía

Juan José Millás nació en Valencia el 31 de enero de 1946. A los seis años se trasladó con su familia a Madrid, donde estudió Filosofía y Letras en la Universidad Complutense. Es profesor de la Escuela de Letras de Madrid, de la que forma parte desde su fundación, y colabora asiduamente con El País.

 

Obra

NARRATIVA

Cerbero son las sombras (1975).
Visión del ahogado (1977).
El jardín vacío (1981).
Papel mojado (1983).
Letra muerta (1983).
El desorden de tu nombre (1988).
Primavera de luto (1989).
Volver a casa (1990).
La soledad era esto (1990).
Tonto, muerto, bastardo e invisible (1995).
Trilogía de la soledad (1996). Recopilación de La soledad era esto, El desorden de tu nombre y Volver a casa.
Tres novelas cortas (1998). Recopilación de Cerbero son las sombras, Papel mojado y Letra muerta.
El orden alfabético (1998).
No mires debajo de la cama (1999).
Dos mujeres en Praga (2002).
Laura y Julio (2006).
El mundo (2007).
Lo que sé de los hombrecillos (2010).
La mujer loca (2014).
Desde la sombra (2016).
Mi verdadera historia (2017).
Que nadie duerma (2018).
La vida a ratos (2019).
Una vocación imposible. Cuentos completos 1989-2008 (2019).

RELATOS

Primavera de luto y otros cuentos (1992).
Ella imagina (1993).
Cuentos a la intemperie (1998).
La viuda incompetente y otros cuentos.
Cuentos de adúlteros desorientados (2003).
La ciudad (2005).
Viva el silencio (2006).

ARTÍCULOS

Algo que te concierne (1995).
Cuerpo y prótesis (2000).
Articuentos (2001).
Numeros pares, impares e idiotas (2001).
Los sueños se cumplen (2002).
Hay algo que no es como me dicen (2004).
Todo son preguntas (2005).
Sombras sobre sombras (2006).
Articuentos completos (2011).

OTROS

Números pares, impares e idiotas (2001), en colaboración con Forges.
Hay algo que no es como me dicen: el caso de Nevenka Fernández contra la realidad (2004).
Todo son preguntas (2005).
María y Mercedes. Dos relatos sobre la vida familiar y el trabajo (2005).
Un mapa de la realidad. Antología de textos de la Enciclopedia Espasa (2005).
El ojo de la cerradura (2006).
Sombras sobre sombras (2007).

Premios

1974: Premio Sésamo por Cerbero son las sombras.
1990: Premio Nadal de novela por La soledad era esto.
1994: Premio Teatro de Rojas por EEla imagina
1998: PremioContinente de periodismo por su artículo «En el vientre de la ballena».
1998: Premio XII Tiflos de periodismo por su reportaje «Ciego por un día».
1999: Premio Nacional de la Crítica de la Asociación de escritores y críticos de Valencia por El orden alfabético.
1999: Mariano de Cavia de periodismo.
2000: I Premio de Lectura Sánchez-Ruipérez.
2002: Premio Primavera de novela por Dos mujeres en Praga.
2005: Premio de Periodismo Francisco Cerecedo.
2006: Doctor Honoris Causa en la Universidad de Turin.
2007: Premio Planeta por El mundo
2007: Doctor Honoris Causa en la Universidad de Oviedo.
2008: Premio Nacional de Narrativa por El mundo.
2009: Premio Don Quijote de Periodismo por su artículo Un adverbio se le ocurre a cualquiera.

Poética

La literatura zurda es aquella practicada con la mano con la que no sabemos escribir, y también de las negociaciones que continuamente hemos de entablar con nosotros mismos y con los demás.
Predomina la literatura más convencional, la destinada a satisfacer las demandas de consumo inmediatas, la creada desde el lado diestro. A nivel personal nunca me ha interesado.
Si no se cuestiona la realidad es muy difícil construir otra. El predominio de una literatura conformista se debe quizás a que lo que venimos denominando pensamiento único ha alcanzado a las letras.
Para un escritor alcanzar el sentimiento de extrañeza frente a lo cotidiano es absolutamente fundamental, porque si no las cosas no te dicen nada o, peor, te dicen lo que el Ministerio de Interior quiere que digan. Este es el problema de las sociedades demasiado uniformadas, que uno ve lo que espera ver y oye lo que espera oir.
Todo autor escribe a partir de un conflicto, nadie que esté de acuerdo con su entorno y con su vida va a hacerlo, no tendría sentido, nos sentamos frente al papel en blanco para comprender lo que ha pasado. Se escribe porque no se entiende algo y se acude a la escritura para hallar respuestas y lenitivos para la falta de certidumbres.
La única garantía cuando te pones a escribir es que nunca vas a alcanzar la respuesta que buscas, ese ir detrás de algo que estás a punto de rozar es lo que te hace seguir escribiendo una novela tras otra.
Mi labor periodística y mi faceta como novelista son actividades complementarias, todo son artefactos literarios. Me gusta la variedad, poder repartir mi energía entre varias cosas, si solo tuviera una novela entre manos me agobiaría tanto que no podría levantarme de la cama. Lo que me resulta excitante es que no dejo de estar haciendo lo mismo, o sea, escribir. He advertido que tengo un temperamento muy infantil, pues los niños exigen que les cambies de actividad cada diez minutos. Todo se reduce a un juego que tiene mucho de aprendizaje, pues un niño está ensayando sin cesar con la realidad, desmontándola para intentar montarla otra vez y así dominarla, algo muy similar a lo que hace un escritor como yo.
La columna es un espacio estupendo, aunque su verdadera fascinación nace de su caducidad, algo que le da mucho morbo. Es cierto, sin embargo, que esta rápida extinción es más imaginaria que real, puesto que algunas columnas dejan una huella más profunda que algunos libros. No solo porque luego se recopilan en libros, sino porque en más de una ocasión se me ha acercado gente que llevaba una columna recortada en el interior de la cartera o que me ha asegurado que tiene una colgada en el corcho de su estudio. Un segundo atractivo es que te obliga a la economía narrativa, y te das cuenta de hasta qué punto todo puede decirse con menos palabras. Hace poco me preguntó una periodista por qué mis columnas siempre tienen tres párrafos, algo en lo que no había caído. Entonces le respondí, por salir del paso, que ello se debía a que creía que el insecto es el animal más perfecto de la naturaleza. Al contrario de los mamíferos, la cucaracha que te puedes encontrar en la cocina de tu casa es igual a sus ancestros de 5.000 años atrás. El hecho de decir entonces que, a su semejanza, mis columnas tienen cabeza, tórax y abdomen pareció una boutade pero, pensándolo bien, no carecía de lógica: el primer párrafo es la cabeza, donde aparece la idea deslumbrante; el segundo es el tórax, el espacio por el que respiran los insectos y en la que aquella se explaya, y finalmente el abdomen es donde tiene lugar la digestión de todo lo anterior, el cierre que aglutina. La columna ha sido un territorio de experimentación increíble, si pensamos que está anclada en un medio de masas. Y muchos de sus hallazgos los he llevado luego a la novela, al igual que el reportaje es un vehículo de aprendizaje para escribir cuentos.
Alguien me dijo en una ocasión que yo veía entrar una mosca por la ventana y escribía una columna. A lo que respondí que es un acontecimiento fantástico tanto para ella como para mí. Lo mismo pasa con un periódico, que es una fuente de rarezas y cosas demenciales si sabes detectarlas. Ya no te digo si acudes a lo que llamo la periferia del mismo, los anuncios por palabras, las cartas al director, las farmacias de guardia… Ahí hay joyas con mayor representación de la realidad que muchas noticias. Soy muy aficionado a leer Segunda Mano, donde de forma recurrente topo con un anuncio alucinante: «Vendo bombonas de butano vacías». Estas cino palabras me dicen mucho más del país en que vivo que un sesudo editorial de la prensa económica. Cuando voy a una ciudad que no conozco lo primero que hago es comprarme el periódico local y leer loas anuncios por palabras.
Soy un insomne que se duerme nada más acostarse para abrir los ojos al cabo de tres horas. Las primeras horas después de despertarme son muy extrañas, me siento un excéntrico respecto a la realidad, paseo por mi casa como un fantasma y mi percepción de las cosas es muy distinta de la habitual.
Me da miedo la poca importancia que damos a la palabra. Es poderosa y puede matar. No hay pensamiento sin ella. Todo lo que el ser humano nombra, aparece. Por eso hay que tener tanto cuidado con lo que se dice, piensa o sueña, porque la palabra está ahí, como intermediario. Decir que hay pensamiento sin palabras es una fantasía y un disparate.
Quien domina la palabra, tiene más posibilidades de dominar el mundo y se lleva el gato al agua. Las asambleas estudiantiles siempre se han ganado con la palabra; he visto perder una reunión a altos ejecutivos, porque no sabían articular sus conocimientos a través de la palabra; ha habido políticos cuyo único don ha sido la palabra… Puede arrastrar a millones de personas, es poderosa y nada ingenua.
Las palabras son activas, de manera que tienden a colocarse por su cuenta…, escribir no sólo consiste en decir lo que uno quiere, sino en evitar que el lenguaje diga lo que le da la gana… Por eso, un texto literario es el resultado de un acuerdo entre lo que quería decir el lenguaje y lo que pretendía expresar el escritor.
La realidad se caracteriza porque sólo somos capaces de acceder a ella a través del símbolo. El periódico es en sí mismo una realidad simbólica dotada de su particular geografía. Es como una casa: pasas de las Cartas al Director a las páginas de televisión con la facilidad con la que vas del cuarto de baño a la cocina.
El conjunto de algunos relatos míos puede parecer una pieza de relojería en la que cada pieza debe jugar un papel específico. Sin embargo, todo ello no es el producto de una planificación o de un diseño; es fruto del dejarme arrastrar sin violencia ppor una idea o una imagen que desde el momento en el que se nace lleva en su interior una lógica que el novelista ha de saber escuchar para no introducir interferencias en el desarrollo. Es preciso escuchar lo que dice la novela, que frecuentemente es tan confusa como el Oráculo, para no equivocar el camino a seguir.
Lo irreal existe. Muchas veces forma parte de lo real y es más importante. Muchas veces lo irreal determina más nuestra existencia que lo real. En parte, la realidad es una tensión entre el orden y el desorden. Entre ambos tienen que llegar a acuerdos, igual que uno tiene que llegar permanentemente a acuerdos consigo mismo para hacer la vida soportable.
Gran parte de la realidad que conocemos la conocemos porque la podemos nombrar. La ausencia de palabras borra la realidad.
Las buenas novelas se producen cuando se cruza el oficio con la experiencia vital. La novela es un género de torpes porque exige ir a la obra todos los días. Sin embargo, uno puede escribir un gran poema en un rato de inspiración.
Narrativamente, aspiro a la simplicidad compleja de El desorden de tu nombre y creo que no lo he vuelto a conseguir hasta El orden alfabético. Hay dos modelos literarios, uno para lectores experimentados, -sería James Joyce en Ulises-, y otro al que su carga de profundidad, no le impide ser comprendido por los no iniciados. Este segundo modelo, el de Juan Rulfo en Pedro Páramo, Tolstoi en La muerte de Ivan Ilich o Kafka en La metamorfosis, es el que a mí me interesa, aunque reconozco que los dos son igual de importantes.
Escribir es una práctica de ciegos, cuyo fin consiste en que la calle de fuera se convierta en una prolongación de la de dentro.
Contemplo mi obra como un urbanista lee un plano.
En lo periférico es más fácil encontrar significados.

(Fragmentos de diversa procedencia)

 

Texto

El inspector me miró como si se encontrara muy alejado de mí y del mundo en general. Después abrió un cajón y sacó de él los folios mecanografiados. Los echó sobre la mesa y dijo:
-Esto es papel mojado, amigo, letra muerta, y más vale que sea sí, pues de tener alguna utilidad, ésta no sería otra que la de llevarle a usted a la cárcel.
-¿Y eso?-pregunté algo pálido ya, aunque con cierto tono indiferente.
-Bien- respondió con cansancio- , usted necesitaba que su amigo muriera, no ya para escribir una novela, sino para ser alguien simplemente. No abundaré en esa idea que está presente a lo largo de todo el relato. Sin embargo, el azar le hizo un favor gracias al cual descubrió que, si su amigo moría, ni siquiera necesitaría escribir esa novela, porque ya estaba escrita. Se lo diré de otro modo: esta novela en la que usted y yo hablamos ahora mismo fue escrita por su amigo Luis María Ruiz.
Se calló unos segundos para observar en mi rostro el efecto devastador de sus palabras. En seguida continuó:
-Es mentira que no volvieran a verse después de aquella tarde que pasaron juntos en el teleférico, detrás de Campuzano. Su amigo le llamó a los pocos días y se encontraron en la buhardilla que éste tenía en la calle de La Palma. Hablaron de los tiempos pasados, quizá también de las ambiciones adolescentes no realizadas, y entonces Luis María le enseñó esta novela en la que al final nos encontramos usted y yo en una comisaría de Madrid. Por si fuera poco, y por uno de esos juegos a los que sin duda era muy aficionado, la había escrito en primera persona utilizando el nombre de usted y colocándose a sí mismo en el papel del muerto. Usted leyó el relato y le gustó, llegó a creer incluso que era suyo, pero había un testigo. Eliminó, pues, al testigo, al verdadero escritor, y cambió la firma. Le dije el otro día que en tiempos fui un buen aficionado al género policiaco y por lo tanto sé que, cuando un autor conoce el final, no puede evitar contarlo en el transcurso de la acción. Luis María sabía ese final y no deja de lanzar señales que lo explican. ¿Acaso no recuerda un capítulo en el que Carolina y usted están en la buhardilla de su amigo cuando ésta descubre un papel en el que hay una idea para una novela? Para esta novela precisamente. Por eso se encarga usted de destruir esa prueba. Teresa dice en otra ocasión, no sé en qué capítulo, que Luis María había escrito o estaba escribiendo una novela en la que sacaba a atodos los amigos; hablaba también de esta novela. Y, en fin, ¿no recuerda las preguntas que hace usted a todo el mundo sobre si el muerto ha dejado algún manuscrito? Temía que hubiera una copia fuera de su control que pudiera delatarle. A todo esto aún habría que añadir el canto que hace su personaje al asesino solitario en el capítulo once, pero creo que no vale la pena insistir más en algo que resulta evidente.
El inspector puso las manos sobre la mesa en un gesto que quería decir que la función había terminado. Yo estudié sus ojos con desconfianza durante algunos segundos y al fin pregunté:
-¿Por qué no me detiene, pues?
-Porque no vale la pena, amigo- respondió. Mi carrera profesional termina con este capítulo y a estas alturas me encuentro algo cansado. Recibirá usted un castigo peor que la cárcel: ser un mal detective de ficción. Irá de una novela a otra como un Caín imaginario, despojado de la realidad y de sus adherencias. No lo lamente; a fin de cuentas todo es tan imaginario como esta situación absurda que nos ha tocado vivir a usted y a mí durante estos últimos días.

(De Papel mojado, 1983).

 

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