MATEOS, José

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MATEOS, José

Biografía

José Mateos (seudónimo de José Rosales Mateos) nació en Jerez de la Frontera en 1963. Realizó estudios de Filosofía Pura en la Universidad de Sevilla. Sus primeros escritos aparecieron a principios de los años ochenta en la revista de literatura Fin de Siglo. A partir de entonces ha estado vinculado a diferentes proyectos culturales. De 1989 a 1992 dirigió el suplemento cultural del Diario de Jerez «Citas». De 1993 a 1995 dirigió la colección literaria «Cuadernos de La Moderna». De 1999 a 2003 codirigió la revista de literatura y pensamiento Nadie parecía.

Ha sido además miembro del consejo de redacción de la revista Contemporáneos y de la revista hispano-lusa Canal. Colabora o ha colaborado en varios periódicos y revistas de ámbito nacional. En 2007 ha publicado su  libro de ensayo Diálogos y otras divinanzas.

 

Obra

POESÍA

El sueño del presidiario (1989).
Una extraña ciudad (1990).
Días en claro (1995).
Canciones (2000).
La niebla (2003).
Haikus y otras pinceladas (2003).
Canto y cuento (2005).
Reunión (2006).
Poesía esencial (2013).
Cantos de vida y vuelta (2013).
Otras canciones (2016).
Un sí menor (2019).                                                                                                                      Primavera, año cero (2020).

NARRATIVA

Rememorias (2004).
La Razón y otras dudas (2007).
Historias de un Dios menguante (2011).
Silencios escogidos (2013).
Un año en la otra vida (2015).
Las siete palabras de Cristo en la Cruz (2016).
Un mundo en miniatura (2017).
El ojo que escucha (2018).                                                                                                                Tratado del no sé qué (2021).

ENSAYO

Soliloquios y divinanzas (1998).

Premios

2019: Premio internazionale Torino in Sintes al mejor escritor extranjero de aforismos.

Poética

NUESTRO maestro de literatura, el señor Liendres, dijo:
-«Hay una ley fundamental que actúa en todo lenguaje y que podríamos enunciar del siguiente modo: todo aquello que se dice se transforma según la manera de decirlo. Merced a esa ley fundamental, la poesía, la verdadera poesía, es infinita, siempre diferente».
*
PROSA Y POESÍA.- Como era previsible, alguien sacó a relucir la vieja e interminable discusión que gira en torno a las fronteras que separan prosa y poesía. El maestro Liendres, que ese día andaba más lacónico de lo habitual, no quiso detenerse ni hacer filigranas con el asunto, así que lo despachó rápidamente. «Nada, nada de aburrimientos bizantinos. A nosotros, de momento, nos va a bastar con esto: prosa -dijo- son palabras que sustituyen conceptos y objetos para comunicarnos. Poesía, en cambio, son palabras que quieren desaparecer, que quieren dejar de ser palabras. Y que no pueden. Y en ese no poder reside todo su poder.»
*
SE hablaba mucho por entonces de cierta etiqueta que equiparaba poesía y biografía. Cuando le preguntamos su opinión, nuestro maestro, el señor Liendres, dijo:
«Uno de los atractivos que nos brinda el ejercicio de las artes, quizás el que con mayor fuerza nos sujeta a él una vez que comenzamos a practicarlo, es el de permitirnos traspasar los límites de nuestra propia vida y conciencia. Es evidente que para saltar por encima de uno mismo sólo se puede partir de uno mismo. Así que la personalidad de un artista -sus experiencias, su carácter, sus opiniones, etc.- está en mayor o en menor medida en lo que escribe, pinta, compone o hace, inevitablemente. Pero debería estar como está el cristal en una ventana: para dejar ver lo que hay más allá, lo que hay detrás de él y de lo que él escribe, pinta, compone o hace inevitablemente.»
*
VERDADERAMENTE ningún poeta nos cuenta su vida, porque nunca es él lo que cuenta.
*
NUESTRO maestro de literatura, el señor Liendres, dijo:
«En un poema las palabras tienen que ser, sobre todo, el eco de un gran silencio, el sonido que llega de ese gran silencio al retumbar en las paredes de un corazón roto, enamorado, vigilante.»
*
UNA ACOTACIÓN.- Después de un día agitado, desenfocado, el viento desapareció. Y en la madrugada de El cabo de Trafalgar, bajo el mosaico imponente de las estrellas, estuve escuchando el silencio, sólo el silencio. Ya nada se agitaba, nada se movía y el mundo parecía diluirse como un hilo de sangre bajo el agua. Una espera invertida, pura inminencia que se prolonga fuera del tiempo, anulando el tiempo, lo llenaba todo, lo envolvía todo. Y era suficiente.
Trato de escribir, una hora después, lo que de nuevo ha significado para mí ese descubrimiento, esa profundidad tan intensa que siempre me acaba resultando irresistible. No, no me sale ni una frase satisfactoria. Imposible definir el silencio. Y sin embargo, su esencia consiste en ser definido, en ser nombrado. Todo lo que existe, existe sólo para ser una mala versión suya, una paráfrasis, un comentario.
Me sobrecoge pensar que los bisontes de Altamira, la venus de Willendorf o las columnas del Partenón, en Atenas, son demasiado jóvenes, de ayer mismo, comparadas con ese silencio que yo escuchaba. Un silencio que es mejor que la mejor música. Porque la música -la mejor música- sólo tiene sentido cuando traduce ese silencio.

(Del libro Diálogos y otras divinanzas).

 

Texto

CANCIÓN 5
(Diálogo en la oscuridad)

Todavía algunas noches,
padre mío, me despiertas
y me preguntas, temblando,
como a través de la niebla,
si ha de venir algún día
para ti la primavera.

-¿Es que no sabes que has muerto,
que donde estás no florece,
cuando es abril, la semilla,
aunque en el campo la entierres?

Y contestas: -«Hijo, ¿cómo
me hablas estando yo ausente?
¿A quién de los dos, entonces,
está engañando la muerte?»

(De Canciones, Valencia, Pre-Textos, 2000).

LA CULPA

A veces pienso: todo es un engaño;
la muerte que nos tienta con vistosos
colores, formas, movimientos,
para hacernos entrar donde la sangre
huele a sangre y a hojas secas.
Subo
penosamente esa escalera rota
y rezo. No se escucha nada.

Ahora me acuerdo que, al dormirnos, madre
ya nos lo dijo en esos cuentos suyos:
no era de chocolate aquel palacio,
oculto en el camino hay siempre un lobo
y la anciana de negro te envenena
mientras muerdes el fruto
y te seduce con algún milagro.

Llueve sobre las tumbas. Llueve
sobre estatuas y muertos que despiertan.
Estoy lejos de casa y cruzo el bosque.
Migas de pan pensando en el regreso
son estos pocos signos,
son estas melodías
que voy silbando para huir del miedo.

(De Reunión, Granada, La Veleta, 2006)

 

 

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