LORIGA, Ray

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LORIGA, Ray

Biografía

Jorge Loriga Torrenova nació en Madrid en 1967; personaje polifacético, es escritor, guionista y director de cine.
Sus relatos aparecen cuando tiene 18 años en la revista El Canto de La Tripulación y su primera novela, Lo peor de todo, en 1992. Ha colaborado en diversas publicaciones: Ajoblanco, El País, El Europeo

En el año 1996 Ray Loriga se estrena como guionista y director de cine con La pistola de mi hermano , versión de su novela Caídos del cielo. Como guionista ha escrito El séptimo día, dirigida por Saura en el 2004, y ha colaborado con Pedro Almodóvar en la película Carne trémula (1997) y con Calparsoro y Elio Quiroga en Ausentes (2005).

En 2011 escribe su primera novela juvenil, El bebedor de lágrimas, y en 2017 es galardonado con el Premio Alfaguara de Novela por Rendición.

 

Obra

NARRATIVA

Lo peor de todo (1993).
Héroes (1994).
Días extraños. Relatos (1994).
Caídos del cielo (1995).
Tokio ya no nos quiere (1999).
Trífero (2000).
El hombre que inventó Manhattan (2004).
Días aún más extraños (2007).
Ya sólo habla de amor (2008).
Los oficiales y El destino de Cordelia (2009).
Sombrero y Mississippi (2010).
El bebedor de lágrimas (2011).
Za Za, emperador de Ibiza (2014).
Rendición (2017).
Sábado, domingo (2019).

INFANTIL

Los indios no hacen ruido (2005).

GUIONES

La pistola de mi hermano (Basado en su novela Caídos del cielo.) (1997).
Carne trémula junto a Pedro Almodóvar (1997).
Todos los aviones del mundo (2001).
El séptimo día de Carlos Saura (2004).
Ausentes junto a Daniel Calparsoro y Elio Quiroga (2005).
Teresa, el cuerpo de Cristo (2007).
La mujer del anarquista (2008).
Vernon Walks (2016).
Born To be King (2019).
Picasso y el Guernica (2021).

OTROS

Prólogo a Evangelio según San Lucas (1999).

Premios

1993: Premio de novela El Sitio, de Bilbao por Héroes.
2004: II Premio Lateral de Narrativa por El hombre que inventó Manhattan.
2017: Premio Alfaguara de Novela por Rendición.

Poética

[···] El principal malentendido que surge en España cuando se habla de Ray Loriga es la asociación inevitable con otros autores de su generación, principalmente José Ángel Mañas. En cierto modo los dos comparten una cierta visión desencantada del mundo: son escritores madrileños de los 90, y eso no es decir poco. Los 80 fueron una época de explosión creativa en toda España y particularmente en su capital. Un paraíso de innovación, drogas, experiencias nuevas… del que sólo quedan las ruinas en la década posterior. En ese contexto, Loriga escribe su primera novela, Lo peor de todo (1992). Por entonces, el autor contaba con 25 años y se puede considerar como una obra particularmente autobiográfica.
Ahora bien, el estilo de Loriga y el de Mañas (recordemos que Historias del Kronen se edita en 1994) es muy distinto. [···] Loriga busca el lirismo en sus páginas, nos trae mundos sacados de las canciones de rock de los 70 y personajes cargados de ternura, buscando siempre una ayuda (esa chica rubia y escandinava que aparece en casi todos sus libros), una escapatoria. Los personajes de Loriga creen que el mundo puede ser mejor, y están dispuestos a esperar a que llegue. [···] No son revolucionarios, pero se encuentran envueltos en un mundo hostil en el que no saben cómo integrarse. No sucede lo mismo con Mañas: sus personajes viven en un continuo nihilismo y les da igual todo. Sólo intentan aprovechar sus oportunidades. Si el mundo de Loriga es de soñadores el de Mañas es de francotiradores. Las chicas no se piden a Dios, se buscan… y se encuentran.

Extractos de Ray Loriga: la tinta y el talento, artículo de Guillermo Ortiz en www.babab.com/no22/loriga.php

«Creo que no se puede escribir sin estar perplejo. La duda es el verdadero motor de la inteligencia».

http://www.el-mundo.es/encuentros/invitados/2000/12/240/

«Tengo muy claro que no soy escritor de un solo registro. Siempre he huido de los clichés que me han querido colocar y de los posibles éxitos que haya podido tener. Me apasionan literaturas diferentes y en cierto modo intento recrearlas con cada libro, pero también soy consciente de que cuando un determinado pozo se seca hay que ir a por otro»

http://www.elmundo.es/elmundolibro/2000/11/22/anticuario/974921070.html

 

Texto

El hombre que inventó Manhattan

El hombre que inventó Manhattan se hacía llamar Charlie aunque su verdadero nombre era Gerald Ulsrak, estaba casado y tenÌa dos hijas. A lo mejor sólo una. Se decía que la mayor de las niñas era hija de otro hombre, tal vez por la forma en la que Charlie la miraba o, mejor, no la miraba. Gerald Ulsark había nacido en un pequeño pueblo en las montañas de Rumanía y siempre había soñado con un sitio mejor, Manhattan, y un nombre distinto, Charlie.
Charlie tenía un amigo, al que todos llamaban Chad y que era la clase de persona a la que nadie suele referirse usando sólo su nombre de pila, de manera que Chad era siempre «el bueno de Chad», o «el viejo Chad» o «menudo es Chad». Por supuesto Chad no se llamaba Chad, ni nada por el estilo, se llamaba Pedja Ruseski, pero, como digo, todos le llamaban Chad.
Charlie pensaba que Chad era el tipo más divertido que había conocido nunca, a pesar de que la mayor parte de la gente opinaba justo lo contrario.
Charlie siempre contaba que Chad había llegado antes que él a Nueva York y que, por lo tanto, parte de la invención debía de ser suya, pero Chad negaba tales acusaciones con un ligero movimiento de su dedo índice y levantaba su pinta de cerveza para brindar por Charlie, mientras gritaba: «POR EL HOMBRE QUE INVENTÓ MANHATTAN». Así que no había más que hablar.
Por cierto, Chad negaba siempre con el dedo y en cambio afirmaba con un frenético movimiento de cabeza, que más parecía un no que un sí. Lo cual justificaba la aseveración favorita de Charlie: «Jamás intentes comprender a un rumano».
En opinión de Pedja Ruseski, al que todos llamaban Chad, el hombre que inventó Manhattan era sin lugar a dudas Gerald Ulsark, al que todos llamaban Charlie.
Los dos rumanos apenas se veían, porque la vida tira de un brazo y la amistad del otro, pero cuando se veían, bebían, y cuando bebían, trataban de recordar, y a menudo recordaban con pelos y señales cosas que no habían sucedido. No importaba. Llevaban en Nueva York tanto tiempo que algunos recuerdos se habían quedado escondidos en ese lugar de la memoria que respeta por igual los acontecimientos reales y los inventados.

De El hombre que inventó Manhattan, Barcelona, El aleph, 2004, pp. 9-10.

 

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