Biografía
Miguel Herráez (Valencia, 1957) es doctor en Filología Hispánica y profesor universitario en Valencia. Ha sido profesor invitado en universidades e instituciones argentinas y europeas. Colaborador en revistas y en prensa diaria desde los años setenta (Triunfo, Papeles de Son Armadans, Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos), publicó inicialmente libros de relatos y más tarde ha escrito y publicado novela y ensayo. Experto en Julio Cortázar, suyos son Julio Cortázar, una biografía revisada, Dos ciudades en Julio Cortázar, París en Julio Cortázar y Variaciones Cortázar. Ha sido traducido al ruso, francés, italiano, portugués y catalán.
Obra
NARRATIVA
Las claves de Trilby (Relatos) (1982).
La tregua de los ángeles (Relatos) (1985).
Cada vez la muerte(Relatos) (1986).
Click (1994).
Confía en mí (1999).
Bajo la lluvia (2000).
Te lo puedo decir ahora (Relatos) (2001).
Dos cuentos de invierno (Relatos) (2002).
Cuentos franquistas (Relatos) (2004).
El confidente (Relatos) (2005).
Detrás de los tilos (2007).
La vida celular (2014).
Diario de París con 26 notas al pie (2014).
La mitad de la memoria (2020).
Los días rojos (2021).
La estratagema (2022).
ENSAYO
La estrategia de la postmodernidad en Eduardo Mendoza, prologado por Germán Gullón (1997).
Cartas de cine (Coautoría) (1998).
Diccionario de autores literarios valencianos (Coautoría) (1999).
Epistolario de Vicente Blasco Ibáñez-Francisco Sempere 1901-17 (Ed.) (1999).
Julio Cortázar, el otro lado de las cosas, prologado por Sergio Ramírez (2001).
Julio Cortázar, el otro lado de las cosas (2004).
Literatura e imaginarios sociales: España y Latinoamérica (Coord.) (2004).
Los venenos y otros cuentos, Julio Cortázar (Ed.) (2004).
Cuentos de fantasmas (Pío Baroja, Mario Benedetti, Alfonso Sastre…) (Ed.) (2004).
Julio Cortázar, una vida de exiliado (2005).
Julio Cortázar, una vida de exiliado (2005).
Dos ciudades en Julio Cortázar (2006, 2010).
Sobre nosotros (2008).
Sobre ellos (2010).
Julio Cortázar, una biografía revisada (2011).
París en Julio Cortázar (2014).
Variaciones Cortázar (2017).
El día que el Sena no se desbordó (2018).
Premios
1997: Premio Juan Gil-Albert de Ensayo.
1998: Premio de la Crítica Literaria Valenciana.
Poética
-Pregunta: No obstante, su Germán Tello no parece el tipo que milita desde la conciencia política. Me refiero a que su percepción de la realidad pasa por una especie de filtro que relativiza la dureza de esos años de lucha.
-Respuesta: Quede claro, en principio, una cosa: que afronte la realidad desde el distanciamiento que me permite el tiempo, no significa, en absoluto, que observe, como dice, aquellos años de lucha con tibieza. No. Fue una época tremenda para quienes se enfrentaron con su propia vida a un sistema vertical, autoritario, injusto, trágico, doloroso. Otra cosa es que me apetezca desmitificar determinadas acciones de determinados activistas. Yo conocí gente que usaba la política como puro ejercicio narcisista. Porque no estoy hablando de miembros de partidos que daban su respuesta desde el riesgo de la clandestinidad sino de personas que se llenaban la boca de términos como dialéctica o con expresiones hechas, muy en línea con Gramsci, sobre la función social del intelectual y todo eso, pero que de jugar no se jugaban un ápice su bienestar y seguridad.
(Extracto de la entrevista publicada en la revista Espéculo, de la Universidad Complutense de Madrid, año 2000, a raíz de la publicación de la novela de Miguel Herráez Bajo la lluvia.)
Texto
C’est fini
«Lo cierto es que la historia derivó al final en la Piscina Vedri, la única reglamentaria, cubierta y con agua climatizada que había por entonces aquí. Pero déjenme que les cuente, déjenme que empecemos por el principio.
Fue en diciembre del 70 o 71, cuando se intuía el final de la dictadura, y ya metidos en una atmósfera navideña. Si digo navideña quiero decir con las calles y las copas de los árboles del centro iluminadas, con los escaparates de las tiendas saturados de adornos y con un exceso también de falsa nieve salpicada en sus cristales. Unos días fríos y desangelados que recuerdo de color sepia. En aquellos años, bastante más que ahora, la Navidad me producía una inexplicable sensación de melancolía física, de vacío de estómago y de flojedad sicológica, como si aquélla fuera posible tocarla o sentirla igual que lo hacemos cuando tenemos un tobillo dolorido y nos lo torcemos al subir un peldaño. Mi hermano Juan me había implicado en un tema, algo que tenía que ver con dar un mensaje a una persona del partido, y yo había aceptado colaborar. Él, además de hacer como que estudiaba segundo de Agrónomos (con asignaturas de primero pendientes), era integrante de una célula, o lo que (eran seis) llamaban una célula antifranquista. Se reunían en el piso del padre de uno de ellos que tenía un negocio de exportación de frutas, un piso de la parte vieja, ruinoso, de pasillo muy largo y oscuro, habitaciones de techo alto, de paredes con grandes manchas de humedad, muy oscuro, y que olía a melón y a melocotones maduros porque se usaba precisamente como almacén.
Allí, en Navellos 12, se reunían y recibían instrucciones. ¿Instrucciones de quién? No me pregunten, no lo sé. Todos tenían nombres supuestos, sus alias respectivos. Juan se llamaba Caspio, que ya es tener ganas. Que Juan (Caspio) anduviera en política era cosa que mis padres, por supuesto, desaprobaban, y que yo, tres años menor que él, admiraba; y lo admiraba porque Caspio (Juan) creía a tope en lo que hacía, en su respuesta al franquismo (como él decía), en su intento por minar (decía minar) la estructura (decía estructura) de la Momia (decía la Momia).
-Das el mensaje y vuelas -me dijo en Navellos-. ¿Entiendes?
-Entiendo.
Me paró del hombro con dos dedos en uve.
-Esto no es una película.
Me lo dijo serio, sin sonreír, y no pude dejar de sentir que ambos, era verdad, en ese mismo instante, él manteniendo sus dedos contra mi hombro y yo alzando las cejas irónicamente, estábamos rodando la escena de una película. De una mala película.
-Vale.
-Nada de riesgos tontos, ¿sabes?
-Digo que vale.
-Te acercas a la barra, pides un café y le dices al de la bufanda que será en astilleros, a la hora convenida, y te das el piro.
-¿Y eso no se le puede decir por teléfono?
Juan chasqueó la lengua y se descolgó el Ducados. El humo le subió hacia los ojos que entornó. Bilbado movió la cabeza por detrás de él. Ese tal Bilbado era grandote y, aunque no era bilbaíno, se identificaba tanto con su seudónimo que le gustaba pasar por serlo, y lo hacía sobre todo dándole un toquecito interrogativo a sus frases, cantarín, en especial al final de ellas. Tenía una barba tan cerrada que, en mentón y mejillas, no dejaba un solo milímetro de piel al descubierto. Lo había visto en dos o tres ocasiones y en seguida había registrado el tipo al que pertenecía: le gustaba dar órdenes. Presumía -lo había dicho la primera vez que lo vi, tomando un café en el Bar Che, ¿en qué bar se podía reunir aquella célula de seis si no era en el Che de la Avenida de José Antonio?- de que Santiago Carrillo había dormido una noche, huyendo de una redada, en casa de su tío. Contó que Carrillo había consumido dos paquetes de tabaco en menos de siete horas y un termo de café sin un grano de azúcar».
(Del libro El confidente, ediciones El Copista, 2005, República Argentina)
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