Biografía
Nacido en 1960 en Calzada de Calatrava (Ciudad Real), es Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Lengua y Literatura. Dirigió, entre los años 1987 y 1999, el Aula Literaria «Gerardo Diego» de Pozuelo de Alarcón, donde coordinó la colección «Homenajes». Sus cuatro primeros libros de poesía, Señales de ceniza (1986), Pentagrama para escribir silencios (1987), El desván sumergido (1999), y Calendario de sombras (2005), aparecen parcialmente recogidos en La erosión y sus formas (Antología 1986-2006). Posteriormente publicó Anaqueles sin dueño (2010), y en ese mismo año la Agrupación A-7 de Valdepeñas le editó la plaquette titulada Dodecaedro. Además de numerosas colaboraciones de crítica literaria en prensa y revistas, es autor del ensayo Aproximación a la poesía manchega (1988). Y en el ámbito de la narrativa ha publicado Los puentes rotos (2007), Más allá de la llanura (2009) y La mujer de la escalera (2018).
Obra
POESÍA
Señales de ceniza (1986).
Pentagrama para escribir silencios (1987).
El desván sumergido (1999).
Calendario de sombras (2005).
La erosión y sus formas (Antología 1986-2006), (2007)
Anaqueles sin dueño (2010).
Dodecaedro (2010).
El ruido de la savia (2013).
NARRATIVA
Los puentes rotos (2007).
Más allá de la llanura (2009).
La mujer de la escalera (2018).
ENSAYO
Aproximación a la poesía manchega (1988).
La musa a la deriva (2016).
Premios
1985: Premio «Joaquín Benito de Lucas».
1986: Accésit del «Adonáis».
1997: Premio «Villa de Madrid- Francisco de Quevedo» .
2005: Premio «Tiflos».
2006: Premio «Villa de Aoiz».
2007: Premio «Manuel Alcántara».
2007: Premio «Río Manzanares de novela».
2010: Premio «Valencia-Alfons el Magnànim».
2016: Premio de ensayo “Fray Luis de León” por La musa a la deriva.
2017: Premio café Gijón por La mujer de la escalera.
2020: XXXII Premio Poesía Conrado Blanco por el poema “Para entrar en la noche”.
Poética
PARA UNA POÉTICA
Aquella mariposa
con el abdomen traspasado por el frío
de un alfiler, no es ya
la mariposa. Ella
aún está en la flor,
sobrevolándola;
está enredada entre el color y el polen,
viva aún en el roce que dejó en sus estambres.
Tampoco es ya el poema
esa reseca cáscara que queda
sobre el papel, la frágil
arquitectura de sus nombres, ese
pentagrama de sílabas que quisieran ser pájaro.
Aquí, sobre el papel,
sólo está, bien curtida,
la piel que no revela nada más que el oficio
de un buen taxidermista.
Pero el poema
(su verdad no escrita,
sus vísceras calientes
no enfriadas aún por las palabras,
su voz no traspasada todavía
por el bello alfiler de una metáfora)
se quedó ahí, aún no pronunciado,
manando por la herida,
turbia voz del dolor,
sobrevolándonos.
(De Calendario de sombras, Visor, 2005)
Texto
DESVÁN LA VIDA
Desván la vida, pero no la memoria.
Espacio saqueado, de paredes que sólo
conservan ese borde fantasmal que unos cuadros
dejaron, esa huella
de lo que fue un paisaje, una mirada,
y que ahora es un signo
de que todo se ha ido despoblando despacio;
huellas como si fuesen
ojos que están mirándonos desde un rostro vacío,
como si fuesen hojas
de un calendario antiguo
que ve pasar las horas, las semanas, los muertos,
desde la lejanía de su tiempo sin nadie.
Espacio donde quedan sólo huecos de muebles
o el frío de unos zócalos donde dejó sus mapas
dibujados la cal.
Aquí no quedan restos
de ninguna batalla:
cartas escritas, rotas
fotografías, números
tachados, ni siquiera
un viejo libro, algo
que en otro tiempo hubiera podido compartirse;
ni espejos que pudiesen
conservar una forma, una imagen acechante
o alguno de esos gestos
que están como asomados siempre al borde de algo.
Ni siquiera hay baúles, pero es baúl el aire.
Todo está escrito en sombras, pero todo está aquí
escrito en esa piel de las paredes
que ahora ven pasar
al otro lado de este
viejo desván, la vida.
(De El desván sumergido, Libertarias, 1999)
EL SALTO
«Con la fe de hoy, contemplo
mi derrota de ayer.
Comprendedme, yo quise
pero no pudo ser».
(J. A. Goytisolo)
A veces sólo en esa mínima ecuación
de tierra y aire se resuelve la vida:
Saltar.
Último vuelo
de un pájaro con las alas quemadas
por el peso excesivo de la luz.
La verticalidad.
La perfección.
Herir el aire,
trazar la línea exacta del regreso,
abrazarse al abismo para saber si algo
continuará elevándose.
Saltar,
caer,
salir del laberinto.
Rasgar en el descenso
la claridad. Dejarse en la ventana
asomada la sombra
o guardarla doblada dentro de algún armario
porque, herido ya de levedad, el cuerpo
no volverá a necesitarla nunca.
Dar el salto tal vez
con la ciega esperanza de que algo
siga aún elevándose
después de la caída.
(De Anaqueles sin dueño, Hiperión, 2010)
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