Biografía
Olvido García Valdés nace el 2 de diciembre de 1950 en la localidad asturiana de Santianes de Pravia. Es licenciada en Filología Románica por la Universidad de Oviedo y en Filosofía por la Universidad de Valladolid.
Fue co-directora de la revista Los Infolios y miembro fundador de la revista El signo del gorrión (1992-2002), de cuyo consejo de redacción formó parte.
Ha publicado artículos, entre otras, en Revista de occidente, El Crítico, Un Ángel más, Espacio/Espaço escrito, Ínsula y El Urogallo. Ha escrito asimismo textos para catálogos de exposiciones y muestras de arte (Kiefer, Tàpies, Bienal de Venecia 2001, Broto, Zush…).
Su libro Caza nocturna ha sido traducido al sueco (Nattlig jackt. Stockholm, 2004); otros poemas suyos han sido traducidos al francés, inglés, alemán, húngaro, polaco y portugués. La revista francesa Noir et Blanche le dedicó un monográfico en 1995.
Ha obtenido varios galardones literarios; entre otros, el Premio de las Letras de Asturias (2016), el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2021) y el XXXI premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2022).
Obra
POESÍA
·Libros:
El tercer jardín (1986).
Exposición (1990).
ella, los pájaros (1994).
caza nocturna (1997).
Del ojo al hueso (2001).
La poesía, ese cuerpo extraño (2005). Antología.
Y todos estábamos vivos (2006).
Esa polilla que delante de mí revolotea. Poesía reunida (1982-2008) (2008).
Poética y poesía (2009).
Racines d’ombre (antología) (2009).
Lo solo del animal (2012).
Poesie (antología preparada por Mariano Peyrou) (2012).
Obraz, który trwa tyle, co zycie (antología) (2018).
Confía en la gracia (2020).
Dentro del animal la voz (antología 1982-2012) (2020).
·Plaquettes:
Mimosa de febrero (1994).
Si un cuervo trajera (2000).
Todo acaba cayendo del lado que se inclina (2002).
Siete poemas (2006).
ENSAYO
Los poetas de la República. Estudio y antología (1997). (En colaboración con Miguel Casado)
Teresa de Jesús (2001).
TRADUCCIONES
Pier Paolo Pasolini, La religión de mi tiempo (1997).
Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva, El canto y la ceniza. Antología poética (2005) (En colaboración con Monika Zgustova).
Pier Paolo Pasolini, Larga carretera de arena (2007).
Bernard Noël, El resto del viaje y otros poemas (en colaboración con Miguel Casado) (2014).
OTROS
Vincent : la sombra debida (2005). Catálogo de la exposición de Luis Costillo.
Un lugar donde no se miente. Conversación con Olvido García Valdés (2014).
La sorpresa del mundo. Conversación con Miguel Marinas (2017).
Premios
1989: Accésit del Premio Esquío con Exposición.
1990: Premio Ícaro de Literatura con Exposición.
1993: Premio Leonor de Poesía con Ella, los pájaros.
2007: Premio Nacional de Poesía por Y todos estábamos vivos.
2016: Premio de las Letras de Asturias.
2021: Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda.
2022: XXXI premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
Poética
Alguien dijo que el misterio de un libro no está en su final, sino en su principio. Cada uno de mis libros deja atrás una época, un modo de estar, y después de cada uno viene un vacío, una incapacidad de sentir emoción. Como si de una enfermedad se tratase, todo se vuelve irreal: mi vida, la manera en que según observo se relacionan las personas, la falta de sentido en casi todos lo que oímos -pura palabrería sin soporte, sin raíz: telarañas de las que parece imposible desprenderse. Todo resulta entonces aleatorio: ya no sólo por la intrínseca movilidad y gratitud de las cosas, por el azaroso vaivén de la vida, sino por esta confusión de lenguas. por el progresivo vaciamiento de las palabras.
Esa desesperanza, ese volverse todo ajeno cuando no claramente detestable o peligroso, lo atempera la escritura. Un poema, lo sabemos como lectores, es el lugar donde las palabras alcanzan a las cosas.: en él late el hálito de lo que no estará o de lo que estará cuando uno ya no esté. Reconocer y nombrar, lo descarnado, pero no perecer: conservar pensamiento y emoción y tejido con el mundo; así, el poema.
Arrebato, la mítica película de Iván Zulueta, reivindicaba un cine-mundo, un cine que diese cuenta de la pausa, del parón, del vértigo temporal en una imagen. Ahora alguien me cuenta: «ayer estaba en la cocina, la cocina da a un camino en pendiente y llovía; sólo se veía agua que arrastraba barro, un río de barro que bajaba, y abajo, en el borde inferior de la ventana, el verde de las plantas que tengo allí». Eso es pausa.
O lo escasos que son los lazos verdaderamente fuertes. La enfermedad, sabemos, ocupa a veces el espacio del alma, es el alma: la falta de emoción. Después uno vuelve poco a poco en sí y encuentra lo que se va quedando en la cabeza. El poema, como determinada pintura, parece resultar de una atención extrema, de ese hacernos melancólicos y extraños vigilantes de lo que está ahí, de lo que no somos y que por completo nos atrapa y nos ocupa. Lo que pasa al corazón.
Acabé Caza nocturna, mi último libro, en abril del 96; aún no sé cómo será el proximo. Sin embargo, he vuelto a desear escribir, como si antes del poema se acercara la sombra del poema se acercara la sombra del poema. Eso de la sombra del poema. Eso de la sombra del poema: si llegan a hacerse, los próximos tendrán que tener algo de Bruno Schultz y líquenes o la huella de líquenes y algo de Emily Dickinson (ahora, al escribirlo, pienso que quizá eso es otro modo de decir misterio y emoción y materia). Parece que cesó la violencia, la soterrada ira, la autopunición. No así el luto, tal como de él habló Benjamín, su demorado ánimo meditativo. Pero hay también un muy antigüo deseo de ligereza. Y en ese sentimiento de lo aleatorio a veces parpadea alear: cobrar aliento quien convalece, reparar algún afán o trabajo. De la poesía sólo sabemos por sus misteriosos resultados, los poemas, pero también es misterioso su origen, lo extraña que es la vida.
Toledo, noviembre de 1997.
(En El último tercio del siglo (1968-1998). Antología consultada de la poesía española, Madrid, Visor, 1998, p.p. 424-425)
Texto
LA CAÍDA DE ÍCARO
1
Los atardeceres se suceden,
hace frío
y las casas de adobe en las afueras
se reflejan sobre charcos quietos.
Tierra removida.
Cézanne elevó la «nature morte»
a una altura
en que las cosas exteriormente muertas
cobran vida, dice Kandinsky.
Vida es emoción.
Pero quedará de vosotros
lo que ha quedado de los hombres
que vivieron antes, previene Lucrecio.
Es poco: polvo, alguna imagen tópica
y restos de edificios.
El alma muere con el cuerpo.
El alma es el cuerpo. O tres fotografías
quedan, si alguien muere.
Tambien un gesto inexplicable,
díscolo para los ojos, desafío,
erizado. Cuerpo es lo otro.
Irreconocible. Dolor.
Sólo cuerpo. Cuerpo es no yo.
No yo.
Lo quieto de las cosas
en el atardecer. La quietud,
por ejemplo, de los edificios.
El ensombrecimiento
mudo y apagado.
Como ojos,
dos piedras azules me miran
desde un anillo.
Los anillos
cuidadosamente extraídos
al final.
Como aquél de azabache y plata
o este otro de un pálido, pálido rosa.
Rostros y luces
nítidamente se reflejan en él.
En la noche corro por un campo
que desciende, corro entre arbustos
y choco con algo vivo
que trata de ovillarse, de encogerse.
es un niño pequeño, le pregunto
quién es y contesta que nadie.
Esta respiración honda
y este nudo en la pelvis
que se deshace y fluye. Esto soy yo
y al mismo tiempo
dolor en la nuca y en los ojos.
Terminada la juventud,
se está a merced del miedo.
2
Verde. Verde. Agua. Marrón.
Todo mojado, embarrado.
Es invierno. Es perceptible
en el silencio y en brillos
como del aire.
Yo soy muy pequeña.
Un cuerpo caminando.
Un cuerpo solo;
lo enfermo en la piel en la mirada.
El asombro, la dureza absoluta
en los ojos. Lo impenetrable.
La descompensación
entre lo interno y lo externo.
Un cuerpo enfermo que avanza.
Desde un interior de cristales muy amplios
contemplo los árboles.
Hay un viento ligero, un movimiento
silenciosos de hojas y ramas.
Como algo desconocido
y en suspenso. Más allá.
Como una luz
sesgada y quieta. Lo verde
que hiere o acaricia. Brisa
verde. Y si yo hubiera muerto
eso sería también así.
(De Exposición, Ferrol, Esquío, 1990)
Verde. Las hojas de geranio
en la luz gris de la tormenta
tiemblan, tensión
de nervadura verde oscuro.
Te mirabas las manos,
nervadura de venas; si los dedos
fueran deliciosos, decías.
Al caminar
apoyaba mi sien contra la tuya
y en la noche escuchaba
el ruiseñor y el graznido
del pavo. Indiferencia
de todo, oscuridad.
Me llamabas con voz muy baja.
Sólo un día reíste.
(De Ella, los pájaros, Soria, Diputación de Soria, 1994.)
escribir el miedo es escribir
despacio, con letra
pequeña y líneas separadas,
describir lo próximo, los humores,
la próxima inocencia
de lo vivo, las familiares
dependencias carnosas, la piel
sonrosada, sanguínea, las venas,
venillas, capilares.
(De Caza nocturna, Madrid, Ave del Paraiso 1997.)
Al salir a la calle, sobre los plátanos,
muy por encima y por detrás de sus hojas
doradas y crujientes, el cielo, muy por encima
azul, intenso y transparente de la helada.
A cuatro bajo cero se respira
el aire como si fuera el cielo
que es el aire lo que se respirara.
Corta y se expande y un instante
rebrota antes de herir. Ritmos
de la respiración y el cielo, uno
lugar del otro, volumen
que quien respira retrajera, puro
estar del mundo en el frío,
de un color azul que nadie viera, intenso,
que nadie desde ningún lugar mirara,
aire o cielo no para respirar.
(De Del ojo al hueso, Madrid, Ave del Paraiso, 2001.)
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