GALLEGO RIPOLL, Federico

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GALLEGO RIPOLL, Federico

Biografía

Federico Gallego Ripoll nació en Manzanares (La Mancha) el 24 de febrero de 1953. Cursó estudios de Turismo en Madrid y de Teología en Barcelona.

Integrante del grupo de poetas que editaron entre 1993 y 1996 los cuadernos de poesía Bauma y miembro fundador, junto a Jordi Virallonga, Concha García y Eduard Sanahuja, del «Aula de Poesía de Barcelona» . Es poeta y dibujante (miniador de códices, pintor de abanicos y diseñador de ex-libris).

Entre otros, ha sido reconocido con los premios Jaén, San Juan de la Cruz, Emilio Alarcos y Creación Literaria Villa del libro.

 

 

Obra

POESÍA

Poemas del Condottiero (1981).
Libro de las metamorfosis (1985).
Crimen pasional en la plaza roja (1986).
Escrito en No (1986).
Caín (1990).
Tarot (1991).
Tratado de Arquitectura (1991).
Ciudad con puerto (2001).
La sal (2001).
Para entrar en la nieve (2002).
Quién, la realidad (2002).
La torre incierta (2004).
Mal de piedra (2005).
Cantos prófugos (2005).
Los poetas invisibles y otros poemas (2007).
Un lugar donde esperarte (2008).
Dentro del día, acaso (2011).
Cuaderno de Valdepeñas (2011).
Quien dice sombra (2017).
La sombra de Miró (2019).
Las travesías (2020).

Premios

1985: Accésit del Premio Adonáis por Crimen pasional en la plaza roja.
1985: Premio Castilla-La Mancha por Escrito en No.
2000: Premio Barcarola por Ciudad con puerto.
2000: Premio Feria del libro de Madrid por La sal.
2002: Premio Jaén por Quién, la realidad.
2004: Premio San Juan de la Cruz por La torre incierta.
2005: Premio Ciudad de Irún por Cantos prófugos.
2006: Premio Emilio Alarcos por Los poetas invisibles (y otros poemas).
2011: Premio Ciudad de Badajoz por Dentro del día, acaso
2015: Premio de Creación Literaria Villa del Libro por Quien dice sombra.
2019: Premio Juana Castro por Las travesías.
2019: Premio de Aforismos Rafael Pérez Estrada por La sombra de Miró.

Poética

LA PALABRA poética siempre es primordial: ni precisa ni utiliza explicación. La palabra poética cae o brota o empapa; mana desde su propio centro y no es importante ni no importante. Es lo que es. Y decide cuándo se da, y cómo, y a pesar de quién, y en qué modo ha de escribirse el poema. Ella manda.

LA PALABRA poética siempre es exenta. No acata servidumbre ni dispone de andamio. Su armazón es interno; el propio nervio de su fluir la levanta y proyecta. Escribir es encender hogueras. Y no se trata de caminar sobre las cosas, ni por el borde de las cosas, sino dentro de las cosas. Es ruin buscarle oficios profanos al fuego. No se deben malversar la risa ni el asombro ni el espanto. Hay palabras herramienta y palabras cimiento; luego está la palabra poética, en la que hay que adentrarse desnudo.

LA POESÍA habla con la voz del desconcierto. La poesía se inventa a sí misma mientras se escribe. A veces se sorprende al contemplarse reflejada en el espejo de su propia expresión escrita, porque la poesía es lo que existe un instante antes de su concreción en la palabra, y el hueco de color complementario que se advierte si apretamos los ojos con fuerza un instante después de que desaparezca. Acontece cuando el hombre le es propicio. Es un don de sí que precisa nuestro don de ser, nuestra aceptación y complicidad, el gesto de nuestra mano, nuestra mirada. La palabra poética funda al poeta, lo fundamenta, lo justifica.

[De Por vivir aquí (1980-2003). Antología de poetas que, en Cataluña, escriben en castellano, Madrid, Bartleby Editores, 2003, p. 41]

 

 

Texto

I

Son los pájaros quienes alzan el día para el ciego.
Se oye la luz colgada de los árboles
y un trasiego de sangre acelerada que acumula en los tímpanos
los latidos hurtados a la noche.

Amanece.

Tibias gotas de azul salpican de mañana
el parabrisas de los coches.
Alguien, equivocado,
ha abierto su paraguas creyéndose que llueve.

(De Ciudad con puerto, Albacete, Barcarola, 2001)

 

OFICIO DE TINIEBLAS

Permanece la luz
aunque el día complete sus funciones
y los ojos decanten sus fluidos.
El oficio de ver
está en el centro mismo de las cosas.

Lo que ve es el afán de ser mirado,
lo perpetuo que existe en ese ritmo
de ser visto y de ver.

Mirar es respirar más allá de la vida.
Poner los ojos sobre el mundo es darle
nuevamente razón de ser.
Mirar
y ser mirado es ser
la posibilidad de la memoria,
ser recordado, recordar, ser ámbito
sobre el que no se extinga lo cesante.

No muere la mirada aunque muera quien mira
y muera quien, mirado, permanece.

(De Quién, la realidad, Madrid, Hiperión, 2002)

 

 

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