FREIXAS REVUELTA, Laura

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FREIXAS REVUELTA, Laura

Biografía

 

Laura Freixas (Barcelona, 1958) estudió en el Liceo Francés y se licenció en Derecho. Ha sido lectora de español en dos Universidades inglesas, editora, crítica literaria en El País y traductora. Compiló la antología de relatos Madres e hijas (1996) y Cuentos de amigas (2009). Es columnista del periódico La Vanguardia y hace crítica literaria en su suplemento Cultura/s.

Ha sido profesora, conferenciante o escritora invitada en numerosas Universidades españolas y extranjeras (Estocolmo, Budapest, Cornell, Rutgers, CUNY, Virginia…). Preside la asociación Clásicas y modernas para la igualdad de género en la cultura(http://blogdelaasociacionclasicasymodernas.blogspot.com/).

Tiene un blog con su propio nombre.

 

 

Obra

NARRATIVA

La octava plaga (1988).
Último domingo en Londres (1997).
El asesino en la muñeca (relatos) (1988).
Entre amigas (1998).
Cuentos a los cuarenta (relatos) (2001).
Amor o lo que sea (2005).
Adolescencia en Barcelona hacia 1970 (autobiografía) (2007).
Melina y el pez rojo (2008).
Los otros son más felices (2011).
Una vida subterránea. Diario 1991-1994 (2013).
El silencio de las madres (2014).
Todos llevan máscara. Diario 1995-1996 (2018).
A mí no me iba a pasar (2019).

ENSAYO

Literatura y mujeres (2000).
La novela femenil y sus lectrices (2009).
Ladrona de rosas (Clarice Lispector: una genialidad insoportable) (2010).
Saber quién soy (2021).
¿Qué hacemos con Lolita? (2022).

TRADUCCIONES DE OBRAS PROPIAS A OTROS IDIOMAS

Anna Kavan: Mi alma en China (1992).
Virginia Woolf: Diario íntimo II (1924-1931) (1993).
Virginia Woolf: Diario íntimo III (1932-1941) (1994).
Sylvie Germain: Inmensidades (1994).
Sylvie Germain: La niña medusa (1996).
Henri-Frédéric Amiel: En torno al diario íntimo (1996).
Rosemary Sullivan: Elizabeth Smart (1996).
Madame de Sévigné: Cartas a la hija (1996).
Elizabeth Smart: En Grand Central Station me senté y lloré (1996).
André Gide: Diario (1999).

OBRAS COLECTIVAS

El diario íntimo (1996).
Madres e hijas (1996).
Retratos literarios (1997).
Hijas y padres (1999).
Retrato de un siglo (1999).
Ser mujer (2000).
Libro de madres (2009).
Cuentos de amigas (2009).
27 de Septiembre, un día en la vida de las mujeres (2009).

Premios

 

1982: Premio de cuentos Lena con La octava plaga.

2009: Premio Leonor de Guzmán (Universidad de Córdoba) por La novela femenil y sus lectrices.

Poética

 

(…) Y vuelvo a mi escritorio, y vuelvo a mis preguntas. ¿No dice Woolf (citando a Coleridge) que «la gran mente es andrógina», lo que supone que un gran artista masculino puede inventar personajes femeninos -y viceversa- convincentes, reales? ¿Y no reprocha a los escritores «materialistas» que cuando crean a un personaje, se queden sólo en lo exterior: su casa, su indumentaria?… Así pues Woolf creía que la imaginación puede adivinar la realidad que no conoce: que saltando barreras de sexo, de clase, de época, puede conocer desde dentro otras maneras de estar en el mundo… Lástima que también afirme lo contrario. Por ejemplo: «El escritor está sentado en una torre construida sobre la posición y el oro de sus padres. Es una torre de la mayor importancia: decide su ángulo de visión.» O cuando, dirigiéndose a un congreso de obreras, reconoce su incapacidad, en tanto que persona rica y educada, de meterse imaginariamente en la piel de una de ellas. «Sería», escribe, «una imagen falsa y un juego demasiado juego para que valga la pena jugarlo.» Pues «la imaginación», asegura (pero, doña Virginia, ¿no habíamos quedado en que «la gran mente es andrógina?»…), «es hija de la carne».
La cuestión me preocupaba desde que publiqué una antología de relatos, Madres e hijas, cuyas autoras eran todas mujeres. ¿Acaso -se me objetó- un escritor varón no puede imaginar una relación madre-hija?… Claro que puede, pero me daba rabia pensar que con ese argumento, tan aparentemente neutro, lo que se justifica es una realidad histórica que de neutro no tiene nada: algunos seres humanos han hablado en nombre de los demás, sin que éstos pudieran explicarse por sí mismos.
Al final, la respuesta la da la propia Virginia, no en teoría sino con hechos: escribiendo Orlando, y subtitulándolo, provocativamente, Una biografía. Vaya biografía, cuyo biografiado es un poeta del siglo XVI que sigue vivo en 1928, convertido en poetisa… ¿Qué quería decirnos Virginia Woolf con ese divertido disparate? Lo mismo que Sofia Coppola cuando nos muestra, entre los zapatitos rococó de Maria Antonieta, unas zapatillas deportivas (es lo único que me gustó de la película). Quieren darnos a entender que existió realmente María Antonieta, y existieron poetas renacentistas, pero que la imaginación no nos suministra esa realidad, sino otra cosa. En definitiva, me dije a mí misma abriendo por última vez el balcón y presenciando cómo el cámara recogía sus bártulos y los cadáveres se levantaban y se sacudían el polvo, la imaginación tiene todos los derechos… menos uno: suplantar la realidad, sustituirla, escamotearla; hacerse pasar por lo real y pretender que nos lo creamos.

( De «Virginia Woolf, María Antonieta y un crimen en Chueca», Letras libres, marzo 2007).

 

 

Texto

 

LA ESTACIÓN

-Hola. ¿Tú eres…?
El hombre que se ha parado junto a mi mesa es alto y delgado, con el pelo gris, ojos azules, expresión afable. Viste tejanos y camisa azul claro; le asoma un periódico extranjero debajo del brazo. Yo tengo encima de la mesa, junto a la taza de café, un gran paquete envuelto en papel de regalo. El reloj de la estación marca las doce, siete minutos, cuatro segundos.
-Sí -exclamo, asintiendo con la cabeza y sonriendo alegremente.- Y tú…
-Sí -confirma él, sonriendo también, y nos estrechamos la mano-. ¿Vamos?
Me levanto, dejo unas monedas sobre la mesa y le sigo. ¡Así de fácil! Mientras camino con paso elástico, me pasa vertiginosamente por la cabeza todo lo que dejo atrás: el quinto piso de la calle Emigrantes, las fotografías enmarcadas de los muertos, las ventanas con vistas a la gasolinera, a la autopista, al descampado… Las casas de diez pisos, de ladrillo, con ropa tendida en los balcones y toldos verdes desteñidos. El bar donde desayuno cada mañana después de dejar a los niños en la escuela, tan oscuro, con papeles y colillas en el suelo y el ruido de las maquinitas tragaperras, y un rayo de luz que cayó por la ventana y se debate, como un pez en una red, sobre la pared del fondo… El brillo hostil del sol sobre el cemento, el asfalto que se derrite como plomo y mis ataques de asma… Los días que llegan y se van sin dejar nada, como agua de la que yo fuera el cauce. Las noches en que Eustaquio mira cualquier cosa en la televisión mientras yo, perfumada, en la cama, leo o finjo leer, una hora, dos horas, hasta que me quedo dormida. El dolor que desde hace tres semanas no me deja, como un invisible perro lobo. Alguna vez se duerme y lo olvido, aunque por poco rato; otras, en plena noche, me despierta a dentelladas…
¡Cómo huele la estación a aire fresco, a libertad, a verano! Ya veo los andenes, las vías que echan a correr. ¡Con qué ligereza avanzo, como si cada paso fuera un salto y bastara un golpe de talón, como soñaba de niña en el patio del colegio, para salir volando!
Miro de reojo a mi acompañante. Él me devuelve la mirada, y aunque en la suya no hay interrogación alguna, me siento obligada a aclarar:
-No he cogido equipaje porque… como no… – y me atasco.
Él me interrumpe con un gesto, sonriendo. Pero me mira de hito en hito. Ayayay, está sospechando algo… Se detendrá de golpe, fruncirá las cejas… terminará la frase que imprudentemente dejó a medias… Perderé esta oportunidad y nunca más habrá otra. ¡Por favor, no! ¡Por favor…! Tengo que encontrar algo que decir. Hablar, de lo que sea, por lo menos hasta que subamos al tren… hasta que se ponga en marcha… luego, aunque comprenda su error, será demasiado tarde para volver atrás… Decir algo, inventar cualquier cosa, entretenerle… Pero él se me adelanta:
-Por aquí, por favor.
Pasándome con galantería la mano por debajo del codo, me hace subir una escalerilla. Entramos en un vagón, y caigo en la cuenta de que su mirada, fija en la mía, me ha impedido ver los carteles en los debe figurar el destino de este tren. Y ahora hemos entrado en un compartimento, y él se apresura a correr el cerrojo y las cortinas. (…).

(De Cuentos a los cuarenta, 2001).

***

CATALANES Y CASTELLANOS

Como muchos catalanes, yo crecí entre dos lenguas; como muchos españoles de mi generación, entre dos modos de vida: la ciudad y el campo, aunque éste fuera ya sólo una sombra, un recuerdo, un fantasma hermoso y triste; yo además crecí entre dos clases sociales: burguesía catalana e inmigrantes castellanos, y estudié en un colegio francés, donde nuestra realidad se contemplaba con desdén, como si fuera de juguete o de segunda mano, comparada con la vida verdadera encarnada por la France lejana y prestigiosa; y crecí, como todo el mundo, entre personas de dos sexos. Todo, en fin, a mi alrededor era doble, contrastado, conflictivo; nada terminaba de casar. Yo misma me sentía un híbrido, una combinación contra natura, un bicho raro, uno de esos animales fantásticos inventados por los lectores de Pilote y que la revista publicaba acompañados de un dibujo hecho por sus ilustradores; mandé uno, el taureaussignol, que apareció con su ilustración correspondiente -el cuerpo de un toro rascando el suelo con la poderosa pezuña mientras su cabeza de ruiseñor trina dulcemente- en el número 555 de la revista; fue la primera vez que vi mi nombre en letra impresa.
Mis dos familias representaban dos maneras muy distintas de estar en el mundo. Los unos eran ricos, los otros pobres; los unos catalanes, los otros castellanos; los unos asentados y enraizados, familias de toda la vida, gente que estaba y se sentía en su casa, en todos los sentidos del término; los otros de paso, en tierra ajena, realquilados, empujados por los vientos de la miseria y de la historia. Si en Cataluña -esa es la sensación que tengo desde que empecé a verla desde fuera- la gente se divide en dos: nosotros y los otros, mi familia reunía a ambos grupos, y yo los veía contemplarse con curiosidad, pero sin cariño; tolerarse y convivir mal que bien, sin amalgamarse nunca; cuando por fin ha nacido una generación, la mía, en que se mezclan las dos vetas, no por eso se confunden: vemos las cosas desde dentro y desde fuera, de frente y de lado, en dos colores. (…)

(De «Catalanes y castellanos» primer capítulo de Adolescencia en Barcelona hacia 1970, 2007).

 

 

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