ELORDUY FLORES, Rafael Enrique

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ELORDUY FLORES, Rafael Enrique

Biografía

Nace en Bilbao en 1953. Licenciado en Ciencias Sociales, ha realizado estudios de Ingeniería, Historia del Arte y Música. Aparte de su labor como poeta, ha colaborado como periodista en diversos medios impresos y radiofónicos, como El Correo, El Mundo del País Vasco, Periódico Bilbao, en programas culturales de Radio Correo y Radio Euskadi, así como en conferencias y ciclos sobre Historia de la Música en instituciones culturales. Destaca su colaboración en las revistas culturales Zurgai, Turia y Papeles de Zabalanda. A principios del 2009 inicia una nueva andadura dentro de la nueva publicación de la Facultad de Historia del Arte de la UPV, Sans Soleil. Fallece el 31 de agosto de 2013.

 

 

Obra

POESÍA

Cabalgata nocturna y amanecer (1984).
Imágenes (1986).
La noche transfigurada (1988).
Entre la música y el aire (1993).
Voces íntimas (1995).
Esperando la luz (1999).
Lieder de Otoño (2006).

 

COLABORACIÓN EN ANTOLOGÍAS POÉTICAS

La voz y la escritura (2001).
Bilbao verso a verso (2001).
Los poetas de Zurgai (2009).
Viernes del Sarmiento (2009).

Premios

1994: Premio de Poesía «El Sitio».

 

 

Poética

«Respecto a los motivos que nos impulsan a escribir, podría decir que inevitablemente, todo hombre alcanza aquello que su impulso más auténtico le pide buscar. Recuerdo todavía con emoción – y han pasado ya bastantes años – aquella lectura iniciática que fue para mí y para otros muchos, El lobo estepario de Hesse, donde se afirma: Quien quiera vivir en la actualidad y sentirse contento con su vida, no puede ser una persona como tú y como yo. Quien exige música en lugar de sonidos, alegría en lugar de diversión, alma en lugar de dinero, trabajo verdadero en vez de ocupación, pasión auténtica en lugar de jugueteo…para él este mundo bonito no es un lugar.

«Siempre será así y seguirá siéndolo: el tiempo y el mundo, el dinero y el poder, pertenecen a los pequeños y a los chatos. A los demás, a los seres humanos auténticos no les pertenece nada, excepto la muerte.

«Intentando seguir el hilo, tal vez observe el lector de Lieder de Otoño, que un hombre al llegar un momento de su vida – que puede ser éste para mí – en el que uno se abandona a su demonio o a su genio, siguiendo una ley misteriosa que le ordena destruirse o trascender. Y en un tiempo de crisis total solo el arte puede expresar la angustia y la desesperación del hombre, ya que a diferencia de otras actividades, es la única que capta la totalidad del espíritu, la revelación metafísica que decía Heidegger, especialmente en las grandes ficciones de los que logran adentrarse en el ámbito sagrado de la poesía (concepto muy platoniano, por otra parte)».

[…]

«En realidad, uno escribe sobre todo para ser distinto, para expresar cosas que aún podemos sentir. No somos nosotros quienes tenemos el lenguaje, sino que es el lenguaje quien nos posee.
«No es que se exprese nada escribiendo. Se construye otra realidad, que es la palabra. La poesía no es un sentimiento, aunque los refleje, sino un estado. No un entender sino un ser. Aunque en verdad y bien mirado, nunca se ha visto que la poesía haya cambiado las cosas.
«En ello difiero bastante con Gabriel Celaya y su «arma cargada de futuro», aunque me gustaría pensar, y en esto soy optimista, porque espero que su destino sea como el del teatro, en perpetua crisis, pero disfrutando de una mala salud de hierro. Si esto no fuese así, el mundo que resultaría no sería desde luego digno de ser vivido».

(«Presentación» de Lieder de Otoño).

 

 

Texto

Poesía

El primer verso nos
lo dan los dioses.

(José Hierro).

Decir lo indecible,
y el primer verso nos lo dan los dioses.
Y el resto, a golpes de vida,
noches desveladas y desgarros del alma.
Silencios huecos en la noche,
que palpitan entre las sombras.
Y una interminable sucesión
de anhelos, amores encontrados y perdidos,
y soledad omnipresente.
Así te forjas, así naces,
y eres distinta, como cada uno de nosotros.
Vuelves enamorada y pura,
encerrada en una cárcel de léxicos,
que cada hombre sueña descifrar.
Y cada mudo asombro, te eleva,
o te lanza a la vorágine del mundo,
para ser luz en los ojos de los ciegos
y bálsamo en el alma.

(«Poesía», Entre la música y el aire, p. 67).

El poeta se hace en la humillación,
y de eso puedo hablar un poco:
Amaneceres sin luz, dolor en el cuerpo
y el espíritu insomne.
Luminosos días como reflejo de otros
que no tienen nombre, ni fecha.
Como si fuese una mirada que interroa al mundo,
el poeta se hace en la humillación
como nos dice Auden.
Y también en los sueños
que otros sueños disiparon,
envueltos en un destino
que como un inmenso sol
nos iluminaba un día,
y ahora como despiadado eclipse
se nos opone.

(Sin título, Esperando la luz, p.20).

El caminante

Un hombre va hacia el resplandor
con el ánimo entero.
Su sonrisa ilumina la estancia.
Bromea con sus amigos sobre cosas banales,
y a uno de ellos le encarga un epitafio.
¿Hacia dónde avanza este hombre?
¿Tal vez se dirige a un mundo mágico
donde arde inmóvil el fuego
y allí yacen los colores?
Es quizás, ese otro lado de las luces,
que un día, por fin, descubriremos.

(«El Caminante», Lieder de Otoño, p. 19).

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