EGIDO, Luciano G.

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EGIDO, Luciano G.

Biografía

Luciano González Egido nació en 1928 en Salamanca. Allí se doctoró en Filosofía y Letras en la universidad de su ciudad natal con una tesis sobre El Criticón de Baltasar Gracián y dirigió la revista Cinema Universitario hasta que fue prohibida en 1963. Es entonces cuando se traslada a Madrid, donde trabaja como editorialista en Pueblo bajo el seudónimo de «Copérnico». cineasta. Trabajó en el periodismo, el cine y la televisión y no es hasta 1993 cuando publica su primera novela, iniciando una carrera que ha merecido diversos reconocimientos.

Obra

NARRATIVA

El cuarzo rojo de Salamanca (1993).

El corazón inmóvil (1995, 1997).

La fatiga del sol (1996).

El amor, la inocencia, otros excesos (1999).

La piel del tiempo (2002).

Cuentos del lejano oeste (2003).

Veinticinco historias de amor y algunas más (2004).

Un escritor plural: antología (1963 – 2003) (2004).

Mentir como querer: memorias de un sesentón (in)controlado (2005).

Los túneles del paraíso (2009).

Tierra violenta (2014).

 

ENSAYO

Bardem (1958).

J. A. Bardem (1983).

Salamanca, la gran metáfora de Unamuno (1983).

El estudiante de Salamanca. Estudio histórico, literario y psicoanalítico (1986).

Agonizar en Salamanca: Unamuno (Julio-diciembre 1936) (1986, 2006).

Miguel de Unamuno (1997).

La cueva de Salamanca (2004).

El segundo corazón: Salamanca (2007, 2013).

Las raíces del árbol: pequeña enciclopedia personal de Salamanca (2010).

 

OTROS

Las ramas del árbol (2014).

La sinrazón de la razón. Una lectura del Quijote: Cuarto centenario de la muerte de Cervantes (1616-2016) (2016).

Cultivando mi jardín: Memento. Momento. Diverimento. Cocktail-silogismo (2018).

Premios

1993: Premio Miguel Delibes por El cuarzo rojo de Salamanca.
1995: Premio Nacional de la Crítica por El corazón inmóvil.
2003: Premio de la Crítica de Castilla y León por La piel del tiempo (I premio).
2004: Premio Castila y León de las Letras.
2009: Premio de Novela Histórica Fundación Villalar por Los túneles del paraíso.

 

 

 

Poética

«Una prosa soberbia, una exuberante riqueza lingüística, un dominio magistral de la tensión narrativa, una imaginación tan sutil como incontaminada de banalidades al uso, convierten las novelas de Luciano G. Egido (Salamanca, 1928) en una fiesta para el lector. Una fiesta verbal de la que no hay convidado que no salga siempre exultante y euforizado debido a los efectos de la celebración del lenguaje. Así sucedió con los cuatro títulos anteriores de este autor, que empezó a publicar narrativa a los 65 años (El cuarzo de Salamanca 1993; El corazón inmóvil, Premio de la Crítica 1995; La fatiga del sol , 1996, y El amor, la inocencia y otros excesos, 1999) y así sucede en La piel del tiempo, su quinta y última novela. Si hay lectores que aún no han frecuentando ninguna de las fiestas de Luciano G. Egido, les recomiendo que no dejen de asistir a la de La piel del tiempo: en sus páginas, la fiesta se ha convertido en auténtica orgía literaria, una orgía que, a buen seguro, les creará adicción».

(Moix, Ana María: “Manuscrito salmantino”, en Babelia. El País, 19-X-2002)

 

 

 

Texto

Equívoco

¿Será posible estar vivo, cuando uno está muerto?
Elias Canetti

Cuando me habló comprendí que el muerto era yo y no él.

La vuelta a casa

Vuelvo, una vez y otra, del mundo,
mi pensamiento cada vez más rico.

Juan Ramón Jiménez

Al cabo de muchos años volví al pueblo y mi familia me rechazó, porque no recordaban haber tenido un hijo tan imbécil.

Amor nocturno

Es hermoso que le sea al hombre tan
difícil convencerse de la muerte de lo que ama.

Friederich Hölderlin

Colgada del techo, había una escueta bombilla encendida al fondo del pasillo, lo que me permitió atravesarlo sin hacer ruido, directamente al cuarto de mi joven cuñada. Después caí en la cuenta de que en el pueblo no había luz eléctrica. Que mi cuñada se hubiera muerto hacía muchos años, era ya lo de menos.

(De Cuentos del Lejano Oeste, Barcelona, Tusquets, 2003)

Mi niñez fue la nieve. Siempre nevaba sobre Salamanca y el frío acartonaba las orejas, ablandaba la nariz y trepanaba las rodillas, hasta el tuétano del hueso. El primer recuerdo que asentó mi memoria era una ciudad blanca, ensabanada y helada, traspasada por un viento gélido que enloquecía las veletas de las espadañas de las muchas iglesias, de las torres y palacios que erizaban el horizonte urbano y trastornaban mi cabeza. Mi madre me arropaba con amor y con mantas y coberteras, junto a un brasero débil que apenas llegaba a calentar las pantorrillas, insuficiente para vencer el aire congelado que se metía por las rendijas traicioneras de las ventanas y las puertas mal ajustadas. Los tejados destilaban los carámbanos, como cuchillos afilados, que agredían el paisaje d árboles sumisos y tejados unánimes, bajo la blancura de la nieve inmaculada. Siempre nevaba sobre nuestra pobreza de pan duro y leña escasa, administrada con usura por mi madre, que, para dormirme y hacerme olvidar el frío inhumano de la cama, me contaba la historia de mi abuelo, como si fuera un héroe de antiguas leyendas, invencible, alto como la catedral, fuerte como un tronco de caballos y loco como el Tormes, cuando se salía de madre. Era al mismo tiempo un príncipe dorado, un ogro hirsuto y un caballero andante, incansable y generoso, imprevisible y audaz.

(De La piel del tiempo, Barcelona, Tusquets, 2002, p.123)

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