Biografía
Paloma Díaz-Mas nació en Madrid en 1954. Estudió Filología Románica y Periodismo en la Universidad Complutense. Desde 1978 hasta 1982 trabajó en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de Madrid, donde se especializó en literatura sefardí. De 1983 a 2001 fue profesora de literatura española y sefardí de la Universidad del País Vasco en Vitoria. Actualmente es investigadora en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC en Madrid, donde dirige un equipo que investiga sobre la cultura de la diáspora sefardí.
Publicó su primer libro de relatos en 1973; no volvió a publicar narrativa hasta 1984, tras quedar finalista del I Premio Herralde de novela con El rapto del santo Grial. Desde entonces ha ido dando a la imprenta, a ritmo lento pero constante, novelas, relatos, teatro… Además de estas obras de creación, es autora de ensayos y estudios de tipo académico sobre temas de literatura española (en especial, sobre el romancero y literatura oral) y sobre cultura sefardí. En 2021 fue elegida para ocupar la silla «i» de la Real Academia Española.
Obra
NARRATIVA
Biografías de genios, traidores, sabios y suicidas según antiguos documentos (1973). Cuentos.
El rapto del santo Grial o el caballero de la verde Oliva (1984).
Tras las huellas de Artorius (1986).
Nuestro milenio (1987). Cuentos.
El sueño de Venecia (1992).
La tierra fértil (1999).
Como un libro cerrado (2005).
Lo que aprendemos de los gatos (2014).
Lo que olvidamos (2016).
El pan que como (2020).
ANTOLOGÍAS Y OBRA EN COLABORACIÓN
«La niña sin alas», en Freixas, Laura (ed.), Madres e hijas (1996). Cuento.
Tusquets, Esther (ed.), El libro de los sueños (2005). Relato.
«Toda la culpa», en Díez Ménguez, Isabel (ed.) Antología de cuentistas madrileñas (2006). Cuento.
«La visita del comendador», en Marías, Fernando (ed.), Don Juan (2008). Cuento.
«Los mayorales exhaustos», en Freixas, Laura (ed.), Cuentos de amigas (2009). Cuento.
TEATRO
La informante (1983).
ENSAYO
Los sefardíes: Historia, lengua y cultura (1986).
Romancero (2001).
«Memoria y olvido en mi narrativa», en Romanica Gandensia XXVII (1997), pp. 87-97.
«Mi vida en media página», en Percival, Anthony (ed.), Escritores ante el espejo. Estudios de la creatividad literaria , (1997), pp. 313-321.
«Lugares y objetos en la génesis de la novela histórica», en Ínsula, 641 (mayo 2000), pp. 23-24.
«La construcción de una escritora», en Henseler, Christine (ed.), En sus propias palabras (2003), pp. 17-34.
Judaísmo e islam (2007). Junto a Cristina de la Puente González.
«Judíos y conversos en la narrativa española de los años 80 y 90», en Rehrmann, Norbert (ed.), El legado de Sefarad. Los judíos sefardíes en la historia y la literatura de América Latina, España, Portugal y Alemania (2003), pp. 167-180.
«La imagen de la escritora: cómo nos ven y cómo nos vemos», en Ecos silenciados. La mujer en la literatura española. Siglos XII al XVIII (2006), pp. 15-28.
«Del Ensayo histórico a la novela histórica», Boletín Hispánico Helvético 6, (otoño 2005), pp. 111-124.
Judaísmo e islam (2007). Junto a Cristina de la Puente González.
«Cómo se escribe una novela histórica (o dos)», en Jurado Morales, José (ed.), Reflexiones sobre la novela histórica, (2006), pp. 37-50.
Los sefardíes ante los retos del mundo contemporáneo. Identidad y mentalidades (en colaboración con María Sánchez Pérez) (2010).
La Celestina, edición y notas (en colaboración con Francisco Lobera, Guillermo Serés, Carlos Mota e Iñigo Ruiz Arzalluz) (2011).
Los sefardíes y la poesía tradicional hispánica del siglo XVIII. El Cancionero de Abraham Israel (Gibraltar, 1761-1770) (en colaboración con María Sánchez Pérez) (2013).
Cartas sefardíes de Salónica. La Korespondensya (1906) (en colaboración con Teresa Madrid Álvarez-Piñer) (2014).
Mujeres sefardíes lectoras y escritoras (en colaboración con Elisa Martín Ortega) (2016).
OTROS
Una ciudad llamada Eugenio (1992). Libro de viajes.
Romances de la rata sabia (2021). Literatura infantil.
Premios
1983: Finalista del I Premio Herralde de novela por El rapto del santo Grial.
1983: Premio Ciudad de Toledo de teatro por La informante.
1985: Premio Ciudad de Cáceres de novela por Tras las huellas de Artorius.
1988: Finalista del Premio Nacional de Narrativa por Nuestro milenio.
1992: Premio Herralde por El sueño de Venecia.
2000: Premio Euskadi por La tierra fértil.
2000: Finalista del Premio Nacional de la Crítica por La tierra fértil.
2022: Premio de la Fundación Cuatrogatos por Romances de la rata sabia.
Poética
– «Nadie es perfecto, y yo no puedo dejar de reconocerlo: además de escritora soy profesora de literatura. Alguna vez me han preguntado si lo uno no constituye un obstáculo para lo otro; o, dicho de otra forma, si el ser profesora no me entorpece más que ayuda a la hora de crear, y si la teoría literaria no es más bien un obstáculo para el libre fluir de una labor creativa. He contestado siempre que no, porque para mí ser profesora es sobre todo estar obligada a leer mucho y con atención, y el mucho leer no puede ser un obstáculo para el escribir poco y breve, que es lo que yo hago.» («Los nombres de mis personajes», en Marina Mayoral (ed.), El oficio de narrar, Madrid, Cátedra-Ministerio de Cultura, 1989, p. 107).
– «Muchas veces, por el hecho de ser escritora, se me identifica con una feminista militante […] Siempre me ha parecido que esa actitud parte de una postura un tanto paternalista: considerar que la actividad literaria de una mujer sólo puede estar motivada por un deseo reivindicativo de su condición. Lo cual, a mi modo de ver, lleva implícito el prejuicio de negar a la literatura escrita por mujeres otra finalidad, otra motivación u otro valor que no sea la reivindicación de su propia condición femenina.» («Mujer y escritora», en Luisa Echenique (ed.), Espacio de Mujer. Actas de II Encuentro de Escritoras…, San Sebastián, 1989, p. 13).
– «Como para mí escribir es sobre todo un placer, y dado que a nadie le obligan a ser escritor, no entiendo cómo hay gente que dice sufrir escribiendo y continúa haciéndolo. […] Comprendo que puede pasarse mal si uno tiene que escribir por obligación […] Por eso precisamente no me gustaría vivir sólo de la literatura; creo que el tener un trabajo aparte -en este caso, un trabajo que me gusta […]-me da mucha libertad a la hora de escribir lo que quiero, cuando quiero y al ritmo que quiero, sin sentir la presión de compromisos adquiridos o de la misma necesidad de ganar con la literatura un poco de dinero para vivir. En otras palabras, prefiero seguir escribiendo por gusto a hacerlo por necesidad.» (entrevista en Miguel González San Martín, «Ironías de la historia», Margen cultural 8 (1993), pp. 13-16: p. 14).
– «Soy una novelista histórica que nunca ha escrito una historia verdadera. Hasta el punto de que, la primera vez que me vi clasificada entre los autores de novela histórica de la nueva narrativa española, me sorprendí: ¿cómo podían ser calificadas de históricas mis obras, cuando todos los personajes son ficticios y todas sus peripecias inventadas? Y, sin embargo, ahora creo que aquel crítico tenía razón: se puede escribir novela histórica inventándoselo todo» («Memoria y olvido en mi narrativa», en Patrick Collard (ed.), Romanica Gandensia, XXVII: La memoria histórica en las letras hispánicas contemporáneas, Ginebra, Droz, 1997, p. 87).
Texto
Arnau de Bonastre vagó todo el día por aquella tierra, recorriendo el pueblo, la vega y los campos de labor, y no pudo encontrar a nadie que le diese razón de qué había pasado con su padre ni con su casa; todos aquellos a los que preguntó le repitieron que aquellas tierras eran de don Bertrán Guerau y antes habían sido de don Ferrán, el padre del actual señor, y de ahí no los pudo sacar ni logró que le dijesen más.
Al final, cansado y con hambre -porque no había comido nada desde el día anterior, cuando salió del convento de la Merced de Vic-, se sentó en unas piedras, cerca de unos alcornoques a cuyo pie hozaban media docena de cerdos. Al caer la tarde, vinieron unos niños a recoger los puercos para encerrarlos; y como el más pequeño, que tendría cinco o seis años, les lanzaba piedras a los cerdos para recogerlos, la hermana mayor, que tendría unos nueve o diez, le dijo:
-Andreu, no hagas mal, que si haces mal a los puercos vendrá don Arnau, que Dios nos valga contra él, y te llevará a los infiernos, con las almas penadas.
Cuando oyó decir su nombre, don Arnau llamó a la niña y le preguntó por qué decía aquello y quién era aquel don Arnau. La niña le respondió que lo decía por Arnau Malastruc, al que todos los de aquellas tierras habían oído nombrar; porque hacía muchos años que en ellas había vivido un señor que tenía un solo hijo, cuyo nombre era Arnau, y por malos hados que le hadaron en el nacimiento le empezaron a llamar el Malastruc.
-Este Arnau Malastruc, ya de niño, se rebeló contra su padre y dedicó toda su vida a esquilmar la tierra y a hacer mucho mal, que mataba la caza y quemaba los campos y los sembraba de sal, y preñaba a las donas casadas y por casar, no quería oír misa ni menos confesar, daba paja a su caballo al mismo pie del altar y cabalgaba la iglesia cuanto quería cabalgar, y a los frailes y monjes los pasaba a filo de es-pada, con otros muchos pecados que hacía. Hasta que el señor, su padre, vino a morir de pesar y en su muerte maldijo al heredero: que nunca lo heredaría y moriría a manos de infieles. Y así fue, que lo mataron moros negros en tierra extraña. Pero aún vuelve algunas noches sin luna y se aparece a los malos y se lleva al infierno a las gentes que lo han merecido, a los que han hecho malo han obrado pecados y no se han arrepentido, o los han callado en confesión, o han hecho pecados secretos que no los sabe nadie más que Dios: a éstos los busca y los toma en su compaña para que cabalguen con él en un caballo de fuego, que no come paja ni cebada, sino ánimas condenadas. Y de nada vale cerrar las ventanas ni las puertas ni los postigos para atajarle el paso, que por la ventana enrejada y por la puerta barrada y por el candado echado pasa este caballero para llevarse las almas, y su cuerpo está cubierto de fuego de la cabeza a los pies: llamas le brotan de la boca cuando habla, su lengua es una brasa, las llamas le hacen arder el pecho y donde más llamas tiene es en aquella parte por la que más pecó. Que en esa parte que no se nombra es donde le sale el fuego más ardiente, porque forzó a muchas doncellas y viudas y casadas y echó al mundo muchos hijos suyos, que son hijos de uno peor que el diablo, y se les reconoce porque tienen rabo, aunque hacen por ocultarlo y nunca se muestran desnudos.
Cuando Arnau de Bonastre oyó esto, cayó en la cuenta de que aquella historia la contaban por él, porque efectivamente se había rebelado contra su padre, había forzado casadas y doncellas y había cabalgado dentro de la iglesia y hecho todo el mal que había podido; y como luego marchó a la cruzada y tardó tanto en volver, era fácil que lo hubiesen dado por muerto en tierras de moros. Al pensar todo esto se aterró y sintió que no estaba seguro en aquella tierra, que era la suya, y ni siquiera quiso subir al Castell del Puig a reunirse con su amigo don Bertrán, porque le daba en el corazón que podía sucederle algún mal si lo hacía. Así que decidió volverse a Barcelona y acogerse a lugar seguro donde pensar qué podía hacer y cómo recobrar el feudo de su padre.
Aquella noche la durmió al raso, emboscado en un sitio que sabía, porque como había nacido y vivido en aquellos montes desde niño, conocía cada rincón de los bosques y cada camino y cañada. No comió más que un pedazo de pan que le dieron los niños porqueros, que estaba muy duro y seco y era muy negro, y comiéndolo lloró y se amargó mucho, porque le sabía mal comer pan negro en su propia tierra; pues aunque en su cautiverio lo había comido de toda manera, blanco o negro, leudado o cenceño, en su tierra no comió nunca sino pan de flor de harina, blanco y tierno, como hijo del señor.
Cuentan en Castilla que aquel rey don Rodrigo, que por su pecado perdió España y la hizo caer en manos de los infieles, cuando fue vencido en la última batalla, estando sus tropas destruidas y su caballo herido y él maltrecho, huyó del campo de batalla y se refugió en unos montes, donde un pastor le dio de comer a cambio de un anillo muy rico que llevaba, que valía él sólo el precio de una ciudad. Al ver el rey que había de comer pan negro, y pagándolo a peso de oro, lloró por primera vez su desdicha, pues en aquel pan veía con claridad que había perdido su reino. De la misma manera, Arnau de Bonastre leyó en aquel pan negro hasta dónde había llegado su infortunio.
(De La tierra fértil, Barcelona, Anagrama, 1999).
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