Biografía
Miguel Delibes nace en Valladolid, el 17 de octubre de 1920. Mientras estudiaba Comercio, comienza a colaborar en el periódico El Norte de Castilla, primero como caricaturista y luego como redactor. En 1946 se casa con Ángeles de Castro. Terminados sus estudios, obtiene por oposición la plaza de Catedrático de Derecho Mercantil en la Escuela de Comercio. En 1948 consigue el Premio Nadal (edición de 1947) con su primera novela, La sombra del ciprés es alargada. En 1958 es nombrado director de El Norte de Castilla y se rodea de un equipo de periodistas progresistas (Manuel Leguineche, José Jiménez Lozano, Francisco Umbral, César Alonso de los Ríos, etc). En 1974 fallece su esposa y, al año siguiente, pronuncia su discurso de ingreso en la RAE, con unas emotivas palabras iniciales dedicadas a ella. Se le ofrece la dirección del nuevo diario El País, pero declina la oferta. En las décadas de los 80 y 90 recibe los más prestigiosos galardones literarios en el ámbito hispano: el Príncipe de Asturias, el Cervantes, el de Castilla y León de las Letras, etc. Fallece el 12 de marzo de 2010.
Obra
NARRATIVA
La sombra del ciprés es alargada (1948).
Aún es de día (1949).
El camino (1950).
Mi idolatrado hijo Sisí (1953).
La partida (1954). Cuentos.
Diario de un cazador (1955).
Siestas con viento sur (1957). Relatos.
Diario de un emigrante (1958).
La hoja roja (1959).
Las ratas (1962).
Viejas historias de Castilla la Vieja (1964). Relatos.
Cinco horas con Mario (1966).
Parábola del náufrago (1969).
La mortaja. Relatos (1970).
El príncipe destronado (1973).
Las guerras de nuestros antepasados (1975).
El disputado voto del señor Cayo (1978).
Los Santos Inocentes (1981).
Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983).
El tesoro (1985).
Madera de héroe (1987).
Señora de rojo sobre fondo gris (1991).
Diario de un jubilado (1995).
El hereje (1998).
Correspondencia con José Vergés (2002).
La tierra herida (2006).
Viejas historias y cuentos completos (2006).
El novelista IV (1981-1998) (2009).
ENSAYO
La censura en la prensa en los años 40 y otros ensayos (1985).
España 1936-1950: Muerte y resurrección de la novela (2004).
De Valladolid (2009).
OTROS
Un novelista descubre América (1956). Libro de viajes.
Por esos mundos: Sudamérica con escala en Canarias (1961). Libro de viajes.
Europa: parada y fonda (1963). Libro de viajes.
USA y yo (1966). Libro de viajes.
La primavera de Praga (1968). Libro de viajes.
Vivir al día (1968). Colección de artículos periodísticos.
Un año de mi vida (1972). Diario.
Dos viajes en automóvil: Suecia y Países Bajos (1982). Libro de viajes.
Pegar la hebra (1990). Colección de artículos periodísticos.
He dicho (1996). Colección de artículos periodísticos.
Miguel Delibes y Joseph Vergés, Correspondencia, 1948-1986 (2002).
La tierra herida (2005). Libro sobre los problemas ecológicos escrito junto con su hijo, Miguel Delibes de Castro.
Premios
1948: Premio Nadal por La sombra del ciprés es alargada.
1957: Premio Fastenrath de la Real Academia por Siestas con viento sur. Relatos.
1962: Premio Nacional de la Crítica por Las ratas.
1973: Es elegido miembro de la Real Academia de la Lengua, para ocupar el sillón «e» minúscula. El ingreso tiene lugar en mayo de 1975.
1982: Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
1984: Premio de las Letras de Castilla y León.
1986: Es nombrado Hijo Predilecto de Valladolid.
1991: Premio Nacional de las Letras Españolas.
1993: Premio Cervantes.
1999: Premio Nacional de Narrativa por El hereje.
1999: Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo.
2006: Premio Vocento a los valores humanos.
2008: Investido doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca.
2009: Nombrado Hijo Adoptivo de Molledo, Cantabria.
2009: Medalla de Oro de Castilla y León, entregada por el presidente de la Junta de Castilla y León.
2009: Medalla de Oro al Mérito Turístico del Gobierno de Cantabria.
Poética
– «Debemos escribir como somos. Entre el hombre que vive y el escritor que escribe no debe abrirse un abismo» («Palabras inaugurales», en Ramón García Domínguez y Gonzalo Santonja (eds.), El autor y su obra: Miguel Delibes, Madrid, Universidad Complutense, 1993, p. 17).
– «Yo entiendo que novelar o fabular es narrar una anécdota, contar una historia. Para ello se manejan una serie de elementos: personajes, tiempo, construcción, enfoque, estilo. A mi ver, con estos elementos se pueden hacer todas las experiencias que nos dé la gana… todas menos destruirlos, porque entonces destruiríamos la novela. El margen de experimentación es inmenso, pero tiene un límite: que se cuente algo» (César Alonso de los Ríos, Conversaciones con Miguel Delibes, Barcelona, Destino, 1993, p. 111).
– «Cada novela requiere una técnica y un estilo. No puede narrarse de la misma manera el problema de un pueblo en la agonía (Las ratas) que el problema de un hombre acosado por la mediocridad y la estulticia (Cinco horas con Mario)» (Miguel Delibes, Un año de mi vida, Barcelona, Destino, 1972, p. 213).
– «Una vez en posesión de la fórmula (técnica) y cogido el tono (estilo), lo difícil no es hacer una novela larga, una novela río, sino decir lo que queremos decir con el menor número de palabras posible» (Miguel Delibes, Un año de mi vida, Barcelona, Destino, 1972, p. 213).
Texto
VIEJAS HISTORIAS DE CASTILLA LA VIEJA (1964)
«El pueblo en la cara»
Cuando yo salí del pueblo, hace la friolera de cuarenta y ocho años, y me topé con el Aniano, el Cosario, bajo el chopo del Elicio, frente al palomar de la tía Zenona, Cena, ya en el camino del Pozal de la Culebra. Y el Aniano se vino a mí y me dijo: «¿Dónde va el Estudiante?». Y yo le dije: «¡Qué sé yo! Lejos». «¿Por tiempo?» dijo él. Y yo le dije: «Ni lo sé». Y él me dijo con su servicial docilidad: «Voy a la capital. ¿Te se ofrece algo?». Y yo le dije: «Nada, gracias Aniano».
Ya en el año cinco, y al marchar a la ciudad para lo del bachillerato, avergonzaba ser de pueblo y que los profesores me preguntasen (sin indagar antes si yo era de pueblo o de ciudad): «Isidoro ¿de qué pueblo eres tú?» Y también me mortificaba que los externos se dieran de codo y cuchichearan entre sí: «¿Te has fijado qué cara de pueblo tiene el Isidoro?» O, simplemente, que prescindieran de mí cuando echaban a pies para disputar una partida de zancos o de pelota china y dijeran despectivamente «Ése no; ése es de pueblo». Y yo ponía buen cuidado por entonces en evitar decir: «Allá en mi pueblo»… o «El día que regrese a mi pueblo», pero, a pesar de ello, el Topo, el profesor de Aritmética y Geometría, me dijo una tarde en que yo no acertaba a demostrar que los ángulos de un triángulo equivalen a dos rectos: «Siéntate, llevas el pueblo escrito en la cara». Y, a partir de entonces, el hecho de ser de pueblo se me hacía una desgracia y yo no podía explicar cómo se cazan gorriones con cepos o colorines con liga, que los espárragos, junto al arroyo, brotarán más recio echándoles porquería de caballo, porque mis compañeros me menospreciaban y se reían de mí. Y toda mi ilusión, por aquel tiempo, estribaba en confundirme con los muchachos de ciudad y carecer de un pueblo que parecía que le marcaba a uno, como a las reses, hasta la muerte. Y cada vez que en vacaciones visitaba el pueblo, me ilusionaba que mis viejos amigos, que seguían matando tordas con el tirachinas y cazando ranas en la charca con un alfiler y un trapo rojo, dijeran con desprecio: «Mira el Isi, va cogiendo andares de señoritingo». Así que, en cuanto pude, me largué de allí, a Bilbao, donde decían que embarcaban mozos gratis para el Canal de Panamá y que luego le descontaban a uno el pasaje de la soldada. Pero aquello no me gustó, porque ya por entonces padecía yo del espinazo y me doblaba mal y se me antojaba que no estaba hecho para trabajos tan rudos y, así de que llegué, me puse primero de guardagujas y después de portero en la Escuela Normal y más tarde empecé a trabajar las radios Philips que dejaban una punta de pesos sin ensuciarse uno las manos. Pero lo curioso es que allá no me mortificaba tener un pueblo y hasta deseaba que cualquiera me preguntase algo para decirle: «Allá, en mi pueblo, el cerdo lo matan así, o asao.» O bien: «Allá en mi pueblo, los hombres visten traje de pana rayada y las mujeres sayas negras, largas hasta los pies » O bien: «Allá, en mi pueblo, la tierra y el agua son tan calcáreas que los pollos se asfixian dentro del huevo sin llegar a romper el cascarón» O bien: «Allá, en mi pueblo, si el enjambre se larga, basta arrimarle una escriña agujereada con una rama de carrasco para reintegrarle a la colmena.» Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras las pilas de ladrillo y los bloques de cemento y las montañas de piedra de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí un solo testigo del nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro.
(En Obras completas, vol. 2, Barcelona, Destino, 1966, pp. 373-74).
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Enlaces
Página web de El Norte de Castilla:
www.nortecastilla.es
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