CEREZALES LAFORET, Agustin

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CEREZALES LAFORET, Agustin

Biografía

Agustín Cerezales nació en Madrid en 1957 y se licenció en Filología Francesa. Es hijo de Manuel Cerezales, ex director de El Faro de Vigo y crítico literario de ABC, y de la escritora Carmen Laforet. En semejante ambiente, la pasión por la escritura y la lectura le brotó desde muy joven. En el campo literario ha escrito principalmente libros de cuentos que le han llevado a ser considerado como uno de los mejores autores españoles de relato breve. No obstante, es también articulista y traductor, y cuenta con incursiones en el ámbito del cine (fue uno de los guionistas de la película El hermano bastardo de Dios, 1986), del ensayo, de las memorias y de la novela, la primera de las cuales (La paciencia de Juliette) vio la luz en 1997.

 

Obra

NARRATIVA
Máscara de sombras (1989). Biografía novelada.
Perros verdes (1989). Libro de relatos.
Libro sin título (1990). Libro de relatos.
Escaleras en el limbo (1991). Libro de relatos.
Huella leve y otros relatos (1992). Libro de relatos.
«En busca de un retrato» (en Cuento español contemporáneo) (1993). Relato.
«Mini» (en Españoles : antología de cuentos 1980-1993) (1994). Relato.
«Fuera de juego» (en Cuentos de fútbol) (1995). Relato.
«Confidencias» (en Cuentos de cine) (1996). Relato.
La paciencia de Juliette (1997). Novela.
Mi viajera: ciervos errantes y tigres invisibles (2001). Novela.
«El sueño de Alejandro» (en Relato español actual) (2003). Relato.
«El pañuelo» (en la revista Eñe) (2005). Relato.
El laberinto de los dioses (en colaboración con Manuel Cerezales y Silvia Cerezales) (2006). Narrativa infantil: relatos mitológicos.
«El cocodrilo» (en la revista La clave) (2007). Relato.
«Pata de vaca» (en 17 relatos que nunca has leído) (2007). Relato.
«Trabajos de amor perdidos» (versión de la comedia de Shakespeare) (en Comedias de Shakespeare) (2007).
Carta a Don Juan (2010).

ENSAYO
Carmen Laforet (1982). Biografía.
El libro de Carmen Laforet (2021). Con Carmen Laforet. Biografía.

OTROS
Si yo te contara: memorias de Paco Rabal (en colaboración con Paco Rabal) (1994). Libro de memorias.
Asturias (Guía Total) (1994). Guía turística.

Premios

 

1974: Premio Nacional Miguel de Cervantes de Cuentos para alumnos de Bachillerato con «La rebelión de Narciso».
1974 Premio de Ensayo Ateneo de Málaga con «Capítulo XIV del Quijote: una epifanía».
1989: Finalista del Premio Crítica con Perros verdes.
1989: Finalista del Premio Nacional de Narrativa con Perros verdes.

 

 

Poética

 

Hay un proceso del cual uno es agente, y otro en el cual uno es paciente. El primero responde en líneas generales a las fases que dicta la Retórica: Invención, Disposición, Elocución. Cada autor se las apaña como puede en este terreno, y no voy a entrar en él. En el segundo, paralelo, donde el autor no es agente, sino paciente, intervienen fenómenos subjetivos de toda laya: biológicos, biográficos, psicológicos. La escritura aparece entonces no como el resultado de una elección de la voluntad, sino como una necesidad de origen incierto, una fuerza que nos arrastra y que, en algunos casos, nos esclaviza, o nos transforma. […]
Nada estorba más que un exceso de inteligencia, de sentido crítico, analítico, a la construcción de la novela, que nunca será ni un crucigrama ni una ecuación. Thomas Mann hablaba de la humildad intrínseca de los grandes creadores, refiriéndose a Cervantes. Quizás esté relacionado con esto que intento decir. No hay verosimilitud sin fe, y no hay fe sin oscuridad. Por su propia ambición o dirección totalizadora, la novela necesita un lastre para no perderse en la inmensidad sin rumbo. Ese lastre, ¿no podría ser la cortedad misma del autor, sus limitaciones, su ingenuidad? […]
Pertenezco a la desdichada grey de quienes viven el oficio como un potro de tortura y, émulo de Prometeo, tengo que decirme a veces que debe ser algo superior a mí, algo que merece la pena, lo que me tiene aquí encadenado, entregado a este furioso esfuerzo. Tan dura, tan difícil se me hace la escritura en ocasiones, que la única forma de seguir es prometerme que en cuanto termine la obra en curso colgaré los hábitos. Y si no, queda el consuelo de tontos, el del mal de muchos. […]
Puestos a encontrar un rasgo definitorio de la expresión literaria en contraposición a la expresión vulgar o utilitaria, yo lo buscaría, más que en su dirección o alcance, más que en la voluntad que la anima o en los resultados que obtiene, en su forma misma de producirse. Toda expresión lingüística es fruto de una elección, esto es, de un descarte. Cuando el pensamiento entra por el embudo de la voz, o de la escritura, ha de adelgazarse necesariamente, so pena de taponar el flujo. La diferencia, a mi entender, el salto cualitativo que supone la expresión literaria, es que el poeta hace de la necesidad virtud, esto es, que pone el acento, el contenido (ese «I can’t forget, but I don’t remember what» de Leonard Cohen) precisamente en la elección. De tal forma que en la expresión literaria lo que importa, lo que expresa, no es tanto lo que se dice como lo que no se dice, o mejor, la tensión entre ambos polos. […] Sí: son las palabras fantasma, las no dichas, las que crean, en torno al hilo de la voz, el campo magnético que lo hipostasia, que lo duplica en transmisor de lo único que realmente se aspira a comunicar (esto es, literalmente, lo inefable: ¿a quién le extrañará que unos cuantos enloquezcan?). […]
Por una parte, es inútil fingir que la literatura no tiene una dimensión moral. Aunque sólo fuera por razones históricas, y por muy superadas que parezcan en principio las formas primitivas (hagiografías, apólogos, etc.), toda escritura acaba arrojando un saldo moral, todo lector extrae necesariamente una «moraleja» (y de poco vale recurrir a la ya tan manida de «no hay moraleja»: es como meter la cabeza debajo del ala). Por otra, la experiencia demuestra igualmente que no somos dueños de nuestro mensaje hasta el punto de poder garantizar su interpretación ulterior. Ni siquiera el primero y más antiguo de los poetas: ¿cuántos no han matado invocando al célebre autor de los Diez Mandamientos? […]
[N]o escribiría una sola palabra, no metería mensaje alguno en la botella, así se estrelle en el primer bajío, si no tuviera la certidumbre de que, por muy remota que sea, existe la posibilidad de que llegue algún día a puerto. Al puerto de la posterioridad, sí. A la gloria de haber surcado los siglos. Tanto como para considerar que de los lectores coetáneos importa sólo el apoyo justo que permita editar, seguir en la apuesta.
(De «Apuntes fuera de lugar», en Anthony Percival (ed.), Escritores ante el espejo. Estudio de la creatividad literaria, Barcelona, Lumen, 1997, pp. 363-374)

 

 

 

 

Texto

 

El Bentley malva que cruza la frontera de Port Bou es como un bicho irreal a ojos de los ateridos aduaneros. Marcel, que viaja a zona sublevada, ha entrado por zona republicana. La razón no es un gusto por el martirio, sino simple despiste. Por otra parte el Bentley circula sin problemas al principio, y los milicianos con los que viaja le prometen incluso conseguir combustible en Lérida para que prosiga su ruta. Postura que reconsideran, lógicamente, al enterarse de su destino.
El coche es requisado con el chófer incluido, y Marcel encerrado en un calabozo municipal. Días después un grupo de hombres entra a reconocer unos presos. Entre los visitantes está Malraux, viejo conocido de Marcel. André intercede por él, pero no consigue convencer del todo al comisario, con lo que el asunto queda aplazado. Al amanecer una brigada impaciente decide sumar su oronda figura a la cuerda de reos escuálidos que han preparado. Atado de manos y sin vendarle los ojos le conducen a la tapia del cementerio.
Descarga la fusilería y rebotan los estampidos en ecos sucesivos, antes, durante y después del desplome de los cuerpos. Luego, voces, pisadas, alegría de grajos: nada.
Marcel tiene una herida de bala en la cabeza, la camisa empapada por la sangre de un compañero y un gesto inequívoco de muerte, con las rodillas juntas y los pies separados y un brazo como derramado en tierra. Nadie piensa en rematarlo. El golpe en el cráneo le ha producido el perfecto desmayo, pero bajo la sangre hay sólo un rasguño que apenas roza el hueso de la sien. La única herida importante es la del muslo izquierdo: la bala no ha roto huesos pero ha destrozado los ligamentos. Es ya cojo para siempre.
Antes de que lleguen los mozos encargados de apartar los cadáveres hasta la fosa común, se acerca al trágico montón un hombre. No parece preguntarse si Marcel está vivo. Lo busca, y en cuanto lo encuentra lo arrastra hasta un terraplén, desde donde lo deja caer sobre un burro, en una de cuyas alforjas la cabeza de Marcel despierta con el choque, sumergida en un aroma de pan.
El burro se pone en marcha, diligente, tras su amo. En vez de alejarse de Lérida suben a la ciudad con su carga quejumbrosa, a la que una gorra y un cinto cruzado convierten en un miliciano.
A doscientos metros del cuartel general, y a dos manzanas de la casa donde se hospeda la misma persona que ordenó su ejecución, Marcel pasará todo un mes recuperándose. En la casa entran y salen soldados, pero es lugar muy de paso, donde nadie se queda más de dos días: generalmente soldados del ejército regular, que van o vuelven del frente y que no hacen preguntas.
(Fragmento de «El pan y la sal (Marcel Lagrange)», Perros verdes, Barcelona, Lumen, 1989, pp. 37-38)

 

 

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Enlaces

 

Textos:
http://www.barcelonareview.com/cas/sp16.htm

Estudios sobre su obra:
http://cepadlab.unicatt.it/formazione/LinguaLettSpagnola_Liano/CuentoEspanol/expediente2.htm

Reseñas sobre su obra:
http://www.elmundo.es/2001/09/20/cultura/1049465.html (sobre Mi viajera: ciervos errantes y tigres invisibles).
http://www.paralelosur.com/revista/revista_dossier_028.htm (sobre Mi viajera: ciervos errantes y tigres invisibles).