CASAVELLA, Francisco

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CASAVELLA, Francisco

Biografía

Para evitar confusiones con Juan García Hortelano, cuyos apellidos coinciden con los suyos, adoptó el de Casavella. Nació en Barcelona el 15 de octubre de 1963 y antes de dedicarse a la literatura pasó por varios oficios sin parar en ninguno: como él mismo dijo, fue «golfo antes que escritor».
Aparte de sus novelas fue responsable del guion de Antártida, la película que en 1995 dirigió Manuel Huerga, de Susana y de Un sueño fugitivo. Su relación con el cine aumentó con las adaptaciones de dos de sus obras: Un enano español se suicida en Las Vegas en la película de Antonio Chavarrías Volverás (2002) y El triunfo en la homónima de Mireia Ros en el 2006. Colaboró habitualmente en prensa con artículos de opinión, cultura y crítica literaria. Falleció el 17 de diciembre de 2008.

 

 

Obra

NARRATIVA
El triunfo (1990).
Quédate (1993).
El secreto de las fiestas (1997). Juvenil.
Un enano español se suicida en Las Vegas (1997).
Los juegos feroces (2002). Primera parte de El día del watusi.
Viento y joyas (2002). Segunda parte de El día del watusi.
El idioma imposible (2003). Tercera parte de El día del watusi.
Lo que sé de los vampiros (2008).

GUION
Antártida (1995).

Premios

1991: Premio Tigre Juan por El triunfo.
2008: LXIV Premio Nadal por Lo que sé de los vampiros.

 

 

Poética

¿Cómo te definirías como escritor?
Normalmente suelo decir que soy un escritor voluntarioso, de los que hacen lo que pueden. Por definirme de alguna manera, si fuera un crítico, seria un escritor realista en el que normalmente su realismo da algo más.

¿Cómo te planteaste dedicarte a la literatura?
Uno no lo sabe demasiado bien. Leo biografías y oigo a amigos que parece que cuando nacieron tenían un boli en la mano y en la adolescencia estaban en casa escribiendo. Yo la verdad es que no. En mi caso en la adolescencia sólo quería morrear a las chicas, era mi única fijación. Yo creo que el paso fundamental fue que me empujaran a leer, eso si que fue importante. El hecho de descubrir a esa edad, que no estás solo. Empiezas a leer para aprender y también para saber que hay un sitio en el mundo para la gente que es como tú, aunque tu no seas nada fuera de lo normal.

(Fragmentos de la entrevista de Antonio Molina para Telépolis: www.telepolis.com/cgi-bin/web/!urnredir?tema=weekent&dir=week159 )

«Por lo general, y muchas veces de un modo esquinado y abúlico, a la novela se le tiende a buscar una utilidad más sólida que el mero juego intelectual con algunas resonancias metafísicas, sociales o emocionales. Y si no hay utilidad, por lo menos que haya respuestas. Y eso es muy difícil, por no decir absurdo, porque hoy en día nadie cree en la utilidad de la paradoja, anegados todos por la invasión del simulacro, por la excelente reputación de una emboscada farsa, por la fascinación de miradas atónitas ante rabos que menean perros con la indiferente complicidad de los centinelas de lo real.
Podríamos afirmar que una paradoja es la brillante forma de la inquietud, la expresión de una dificultad insuperable para el pensamiento racional. O la permanencia del carácter ambiguo de los seres humanos, de su relación y de las situaciones grandes y pequeñas, graves o ligeras, que generan esas relaciones ambiguas entre seres humanos ambiguos en un mundo al que, si no queremos trivial, se nos mostrará áspero y caótico. Paradoja es también el esfuerzo del individuo por captar la verdadera esencia de las cosas, su misterio, y la duda continua ante la formación poliédrica de esas mismas cosas, representadas en su memoria por el sentido múltiple y variable de un tiempo pasado que pensaba como propio. El novelista es un cazador de paradojas que luego teje y modela con intención arquitectónica hasta construir pequeños hoteles a la orilla del mar, o sólidos edificios urbanos, o inmensas catedrales orientadas a Jerusalén (o a Atenas).»

(Fragmento del artículo «Guías mestizos, dioses antiguos y novelitas inútiles» de Francisco Casavella: www.barcelonareview.com/43/s_fc.htm )

 

 

Texto

Si uno miraba las cosas de frente, ellos mismos, Welldone y Martín, parecían otra pareja de charlatanes. Los dibujos perfectos de máquinas y edificios que Martín diseñaba, la fastuosa retórica de Welldone, aunque fuesen verdaderos y bien intencionados, despedirían ese aroma conocido de farsa ante las narices escarmentadas de los antiguos protectores. De ahí el silencio.

Sin embargo, por causas desconocidas para Martín, Welldone era otro desde que recibiera noticia de la muerte de François-Marie Arouet, uno más de aquellos gorrones con sobrenombre que iban de corte en corte, y que decía llamarse Voltaire. ¿Era el posible final de un competidor lo que despertaba su ánimo? Martín sólo sabía que la suma de cada uno de los silencios ajenos en un silencio total renovaba las energías de Welldone. ¿Se había vuelto loco? Era muy posible. Sin embargo, aquella antigua tristeza del maestro había abandonado su cuerpo para instalarse en el de Martín. Ahora, Welldone, limpio de negros pensamientos, era un dechado de euforia. Aseguraba estar convencido de que las buenas causas obtienen a la larga buenos resultados y, si los poderosos no veían con sus propios ojos las maravillas que iba a proporcionarles, era necesario que viajara hasta sus feudos para intentar convencerles. Welldone pensaba que no iba a ser muy bien recibido en las grandes cortes. Por eso, habían salido de Italia con la idea de cruzar Europa hasta llegar a esa península de Jutlandia, a ese principado de Schleswig-Holstein olvidado de Dios. Y Dios no le habría dado la espalda sólo por ser nido de luteranos, sino porque al hacer esas tierras no logró, desde luego, ninguna proeza. Nada y un árbol corcovado.

-Mira por el catalejo, Martín. Ahí, en aquello que parece un punto de humo más allá de la colina, está la ciudad de Schleswig, y en ella el palacio del príncipe Carlos y la posada «El oso feliz».- Al mirar por el catalejo y no ver nada, Martín se preguntó si algo era verdad. Al menos, lo de la posada. Necesitaba comer y descansar. El señor de Welldone seguía exponiendo sus planes:- Tras un tiempo de preparación, unos detalles que necesito culminar, iniciaremos el asalto al palacio. Como dijo el inglés: «Si vivimos, vivimos para pisar la cabeza de los reyes. Si morimos, hermosa muerte si con nosotros mueren príncipes.» Como podrás imaginar, utilizo las palabras del inglés en sentido figurado. Déjame hacer a mí. Una vez, Julio César me confesó que era mucho mejor estratega que él.

(Fragmento de «La cabeza de los reyes» publicado en http://w3.cnice.mec.es/recursos2/narrativa/12casavella/relato.htm )

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