BENÍTEZ ARIZA, José Manuel

Inicio/BENÍTEZ ARIZA, José Manuel

BENÍTEZ ARIZA, José Manuel

Biografía

Nacido en Cádiz en 1963. Es licenciado en Filología Inglesa y autor de novelas, poemas, libros de relatos y traductor. Ha traducido obras de Rudyard Kipling, Joseph Conrad, Herman Melville y Henry James, entre otros autores. Asimismo, ha colaborado en diversos periódicos como Diario de Cádiz, El Independiente de Cádiz, etc. y es autor del diario Columna de humo. Su estilo poético se caracteriza por un verso fluido, sereno y sin sobresaltos, aunque con encabalgamientos abruptos y expresiones anticlimáticas, con una voz muy clara y precisa.

 

 

Obra

POESÍA

Expreso y otros poemas (1988).
Las amigas (1991).
Cuento de invierno (1992).
Malos pensamientos (1994).
Los extraños (1998).
Madrid y otros sonetos (2001).
Cuaderno de Zahara (2002).
Cuatro nocturnos (2004).
Casa en construcción : itinerario poético 1984-2007 (2007).
Diario de Benaocaz (2010).
Panorama y perfil (2014).
Nosotros los de entonces. Poesía amatoria 1984-2015 (2015).
Arabesco (2018).
Realidad (2020).
En el corazón del bosque (2021).

 

NARRATIVA

La raya de tiza (1996). Novela.
Las islas pensativas (2000). Novela.
Octubre (1994). Relato.
La sonrisa del diablo (1998). Libro de relatos.
El hombre del velador (1999). Libro de relatos.
Lluvia ácida (2004). Libro de relatos.
Sexteto de Madrid y otros cuentos (2007). Libro de relatos.
Vacaciones de invierno (2009).
Vida nueva (2010).
Ronda de Madrid (2011).
Trilogía de la Transición (2018).
Todo sobre K. Una gata en un diario (2020).

 

OTROS

La vida imaginaria (1999). Recopilación de artículos y ensayos sobre cine.
Me enamoré de Kim Novak y otras crónicas de cine (2002). Ídem.
Columna de humo (2005). Recopilación de artículos periodísticos.
Gigantes y molinos : anotaciones en los márgenes de El Quijote (2006). Ensayo.
Señales de humo (2008)
Pintura rápida (2011)
La novela de K (2013).
Efémera (2016).
Un sueño dentro de otro. La poesía en arabesco de Edgar Allan Poe (2014).
Cosas que no creeríais. Una vindicación del cine clásico norteamericano (2014).

 

TRADUCCIÓN
R. Kipling, El himno de McAndrew y otros poemas : antología poética (2006).
Kingsley Amis, La suerte de Jim (2007).

 

 

Premios

2014: Premio Unicaja de Poesía por Panorama y perfil.
2021: Premio Lorenzo Gomis de poesía por  «La primera».

Poética

 

¿UNA POÉTICA?

La verdad es que, después de más de veinte años escribiendo y publicando poesía, no sabe uno muy bien cómo justificar o explicar esta insistencia. Tiene algo de vicio solitario y de distracción de desocupado (y ojalá yo lo fuera). Y tiene también algo de reto intelectual de naturaleza inocua, como el que afrontan quienes resuelven crucigramas o sudokus.
Sin embargo, mentiría si pretendiera aparentar una actitud displicente ante esta labor continuada. Es mucho lo que debo a la poesía (aunque posiblemente nada, por supuesto, lo que la poesía me debe a mí). Para empezar, una cierta idea de que esa vieja creencia en la vida interior (en el alma, por emplear la terminología platónica y cristiana) no se sustenta si no preparamos el terreno a sus manifestaciones. Que las ideas, los sentimientos, los análisis de nuestros comportamientos no existirían si no los proyectásemos en alguna parte. Y para mí la poesía ha sido el medio idóneo para intentar esa proyección; y los diversos trucos y disciplinas que la hacen posible, otras tantas oportunidades de pensar las cosas dos veces, de intentar una mayor claridad y lucidez. A lo que sigue la constatación de que ese discurso mío ya no me pertenece, es de otros y de todos desde el momento mismo en que queda plasmado en el papel.
La poesía se sustenta en esa grandiosa contradicción: emanación personal que, al mismo tiempo, supera ampliamente los límites de las manías y querencias personales y se convierte en cosa de todos.
Más allá de esta definición general del lugar que ocupa la poesía en la economía mental de uno, casi resulta ocioso extenderse en confidencias más o menos sinceras sobre los procedimientos, ingredientes, intenciones, etc. que concurren en el acto concreto de escribir poemas. En este aspecto, no engaño a nadie: basta echar un vistazo a lo que escribo para constatar en qué convicciones se sustenta. Creo en el poema como artefacto discursivo (es decir, como un conjunto de palabras dotado de sentido), creo en la eficacia de los recursos métricos, creo que la emoción puede alcanzarse apelando a la inteligencia del lector, y no sólo a su capacidad de empatía. Que estos recursos sean mejores que otros es cosa discutible. Pero son los míos, no tengo otros (o no me apetece recurrir a otros) y, en todo caso, la pertinencia o no de los mismos es algo que sólo a mí me atañe. Por eso no entiendo las polémicas en las que a veces se ensalzan los poetas: es como si los partidarios del garbanzo hicieran bandería contra los defensores de la lenteja. Cada uno es libre de escribir (de leer) lo que le venga en gana, sin dar explicaciones a nadie. Y sería bueno que la crítica de poesía no fuera proselitista, y se limitara a juzgar sobre la competencia del poeta a la hora de administrar sus recursos, o sobre la adecuación de estos recursos a sus intenciones. Más allá, las banderías poéticas tienen algo de rebatiña para conseguir ¿qué? Favores políticos, sinecuras, subvenciones, migajas de poder editorial. Nada de eso tiene que ver con la poesía, aunque sí con la naturaleza humana; a la que, lógicamente, no somos ajenos los poetas.

(En MORENO, Luis Javier, Muestra de Poesía Gaditana Última, Diputación Provincial de Huelva, 2006. pp. 16-18)

 

 

Texto

 

EL TIEMPO Y LAS COCINAS (2005)

Escuché por casualidad en una tienda de muebles la conversación que mantenía el encargado con unos clientes. Acababan éstos de encargar una de esas cocinas que se estilan ahora, a medio camino entre la sala de máquinas de un mercante y el camarote forrado de maderas de un velero de lujo. Cuando vendedor y clientes estuvieron de acuerdo en los detalles, se planteó la cuestión de los plazos. El vendedor fue cauto: los muebles podían tardar unos cuarenta días, y luego había que contar con una semana para la instalación, con días específicos asignados al fontanero, a los carpinteros, a los marmolistas… Escuchaba uno la conversación con ecuanimidad, admirado del dominio que el vendedor aparentaba tener de aquellas tareas que iban a empantanar la vida de aquella familia durante días o semanas. Pero pronto esa sensación fue sustituida por el asombro. Al final de sus cálculos, el vendedor advirtió que, si sus clientes no se decidían a cerrar la operación en breve plazo, la demora los dejaría sin cocina al menos hasta el año siguiente. Y lo razonó: septiembre, el mes en el que estamos, es un mes inexistente, diluido entre la resaca del verano y la inminencia de una estación más ardua y rigurosa. Octubre existe, sí, e incluso el nebuloso noviembre tiene visos de realidad. Pero si no se aprovechan, llega diciembre, con sus puentes festivos y sus celebraciones, y el tiempo vuelve a volatilizarse…
Me asombró, ya digo, hasta el vértigo, esta manera de despachar el tiempo. De los treinta o cuarenta años de vida que, en el mejor de los casos, un adulto puede tener por delante, al menos la tercera parte de uno de ellos (es decir, un uno por ciento del total) acababa de volatilizarse sin remisión en vanas esperas y en tareas efectuadas con el apremio de lo que, si ha de hacerse, ha de hacerse deprisa. A poco que este hombre aplicase el descuento al resto de nuestra vida, un tercio de la misma quedaba irremisiblemente liquidado.
Salí de la tienda aturdido, pero aún fui capaz de plantearme otra cuestión, antes de lograr apartar la escena de mi pensamiento. En esos meses raudos, volátiles, casi inexistentes por la misma inconsecuencia práctica de su transcurrir, otras muchas cosas pueden suceder. Mientras, lentamente, en una nave industrial situada en un desolado polígono de las afueras, unos carpinteros parsimoniosos construyen la cocina en cuestión, la vida da muchas vueltas. Quien la encargó puede cambiar de empleo y tener que trasladarse a otra ciudad. Si es una pareja que espera casarse, en ese tiempo pueden romper, como han roto tantas mientras esperaban, por ejemplo, la entrega del piso que les estaban construyendo.
Sin saberlo, aquel dependiente estaba impartiendo una melancólica lección sobre la futilidad de los deseos humanos, sobre lo insensato de nuestras apuestas contra el tiempo, sobre la vana confianza que depositamos en el mero hecho tranquilizador de recibir unos plazos y una garantía de su cumplimiento. Salí de la tienda para sumergirme en ese remolino insustancial de días que, con suerte, si no nos ahogamos en él, nos depositará en los duros arrecifes helados de enero… Y vida nueva, que diremos entonces.

( De Columna de humo, pp. 17-18)

 

 

Subir