BELTRAN, Fernando

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BELTRAN, Fernando

Biografía

Nació en Oviedo en 1956, pero desde que en 1964 se trasladó a Madrid, no ha abandonado la capital, en cuya universidad obtuvo la licenciatura en Filología Hispánica. Además de filólogo, es profesor del Instituto Europeo de Diseño y de la Escuela Superior de Arquitectura. En 1982, fundó El nombre de las cosas, una empresa dedicada a la creación de nombres para productos de mercado, y años después creó Aula de las metáforas, una biblioteca ubicada en la Casa de Cultura de Grado (Asturias). En el ámbito literario, es director de la revista El hombre de la calle
y ha publicado varios libros de poesía, algunos de los cuales han sido traducidos a otros idiomas.

Obra

POESÍA
Umbral de cenizas (1978).
Corteza de la génesis más cierta (1981).
Aquelarre en Madrid (1983).
Ojos de agua (1985).
Cerrado por reformas (1988).
Gran Vía (1990).
El Gallo de Bagdad (y otros poemas de guerra) (1991).
Amor ciego (1995).
Bar adentro (1997).
La semana fantástica (1999).
El hombre de la calle (2001). Antología.
Trampas para perder (2003).
La amada invencible (80 poemas incurables) (2006). Antología.
El corazón no muere (2006).
Mujeres encontradas (2008).
Donde nadie me llama (2011).
El Nombre de las Cosas (2012).
Sólo el que ama está solo (2012).
Hotel vivir (2015).
Poemas rebeldes. Nottingham Monday Edición para amigos. (2016).
Los Días (2017).
La Vida en ello. Universidad de Valladolid (2017).

Premios

 

1982: accésit Premio Adonáis con Aquelarre en Madrid.
2000: Premio de la Crítica de Asturias con El hombre de la calle.
2006: Premio de la Crítica de Asturias con El corazón no muere.
2016: Premio de las Letras de Asturias.

 

Poética

 

Colgaron el vaquero, el traje o la zamarra, y vistieron para el acto de escritura sus mejores túnicas y clámides de gala; dispusieron sobre la mesa su colección de ágatas, rosas del desierto, figurillas de marfil y diosecillos de barro; vertieron al tintero la savia añeja y disecada de la orgía romana, la cicuta helénica y los jardines asiáticos; mojaron en ellos sus delicadas plumas de ganso y esculpieron su discurso con títulos de mármol, versos de jade y estrofas de alabastro. Corrían los primeros años setenta y la joven poesía quemaba las naves de lo vulgar y cotidiano para embarcarse en la procelosa singladura del intelectualismo a ultranza. El bodegón, la efigie, la máscara y las naturalezas muertas colmaron los poemarios, rebosantes de citas, mitologías y referencias a las demás artes, como si la poesía fuera incapaz de crear una obra propia en mejor o peor armonía con el hombre, el sentimiento, la vida y sus circunstancias. […]

Embelesado por su papel de arquéologo y recopilador, el poeta no supo ver, o no quiso, que el lector habitual, de por sí minoritario, espaciaba sus recaídas en el verso, frustrado ante tanto obstáculo para iluminar algo que empezó a sospechar insondable. […] Diez años después, tímidamente al principio, decididamente luego, una nueva hornada poética, albacea de la anterior, osó dilapidar en el mundanal ruido la rutilante herencia, abriendo las válvulas del aire libre y exponiéndose a la corriente ambiental, salud y catarros de ese claroscuro llamado vida. Los nombres que bautizaron estos movimientos -Nueva Sentimentalidad, Sensismo…- no importan; si no existieran habría que inventarlos y seguirían siendo igual de caprichosos e indefinidos. […] El poeta ha perdido, no lo olvidemos, el antaño atractivo que le convertía en un ser fascinante al margen de su obra. Trovadores, goliardos, románticos y simbolistas, entregados todos ellos al solo vagar, devoción y adoración de su musa, han sido reemplazados por ejecutivos, publicistas abogados, profesores, políticos y un largo etcétera, que entre prisas, sobresaltos y amagos de infarto, encuentran obsesión, fines de semana y algún que otro entretiempo, para hilvanar su ovillo de versos con fuerzas limitadas y plazos fijos. De ahí la exigencia de un idioma terrenal y táctil, extinguida por ahora su singular estampa de ebria, errante y bohemia fisonomía. El poeta está dentro, horarios incluidos, de este dislocado frasquito en conserva que habitamos, y desde él se le reclama capacidad y aliento para secar el formol, restar los colorantes y aditivos y prestar pulmones y futuro a una especie que rastrea sus ambiciones a ras de suelo, útiles y posibles. […] Consumir lírico no es consumir poesía, evidentemente, pero ese corazoncito que todos llevamos dentro permanece ahí, haciendo guardia con su montura de ensueño ante una aventura cuyo embrujo indaga, procura y no consigue. Sed poética, en definitiva. […]

Innumerables sentencias definieron históricamente el verbo poesía. Es, sin embargo, la más breve de entre ellas la que mejor desvela los puntos suspensivos de esa verdad última. Poesía eres tú: la pregunta que nos llega desde el tú fluido y múltiple que nos rodea; la respuesta que ese mismo tuteo con el mundo nos proporciona a cada hora, instante o acontecer que acierta a deambular ante el avizor sentido del ser, escritor o lector, poeta. Cada jornada se abre duplicada ya en la doble personalidad que todo lo humano conlleva: el yo del nombre, edad, físico, situación, orígenes y apellido; y el tú abierto y plural de cuanto nos abrigue, duela, acaezca o castigue a lo largo y hondo del día. A partir de ahí, el poeta es un ser al que tan sólo adorna como labor diferencial su capacidad de médium, elegido por el resto de sus contemporáneos para auscultar el más acá y embaucar a su descubrimiento a cuantos creyeron la luna y las estrellas como único posible contenido de estrofa.
La poesía, vuelta la vista hacia el entorno, la biografía y la experiencia propia, ha regresado, recuperando el latir existencial y la compleja estética de lo sencillo; rehabilitando al verso como vaso comunicante que devuelve soñador, lírico y transformado a sus fuentes de inspiración el material en agraz que la contemplación y pensamiento del poeta les había arrebatado. Un vitalismo que descubre que la felicidad, la tristeza y la metáfora viajan sentadas a menudo en ese autobús al que nunca habíamos prestado demasiada atención. No es sólo el aquí y ahora, es asimismo la presunción de que existe un momento siguiente en el que todo es posible. […] La poesía, viajera estos últimos años, ha regresado. En su bagaje trae museos, islas, arquitecturas, paisajes. El recién llegado se ha sentado a la mesa, nos ha contado su carrusel y peripecias, ha guardado silencio y se ha olvidado al marchar un pequeño maletín donde papeles arrugados, fechados recientemente, nos deletrean el agua, el hombre, el aire, el fuego, la emoción y la tierra de una poesía viva, sociable, nueva.
(De «Perdimos la palabra», en El País, 07/02/1987)

 

 

 

Texto

 

ESCALERA DE CARACOL

Memoria es un chaval con los daños crecidos.
La edad que en sus recreos repasa las cartillas
jugando al escondite con el balón del tiempo.

La ciudad de mis charcos y ese parque
donde perezas tristes de los cisnes
convencieron al agua la añoranza
de este niño que clama mi hombre enfermo.

Los pies al borde justo de una inmensa caída.
En picado las alas de la mirada adulta.

Ha cesado la lluvia, resucitan
los mismos caracoles su otra altura.

De cuando en cuando el sol y las carreras
de todos los muchachos al encuentro
de la magia escondida en los ladrillos.

A coro la canción y sobre el duende
sigilo de las tapias los deslices
de aquella procesión de calendarios
prendidos al barómetro del día.

Regresar es a veces, sin quererlo
una siesta de luz y un doble filo.
De caracol col las escaleras,
bajar mudos, temblando, más despacio,
dejar la húmeda estela en los peldaños,
provocar el aplauso de los ojos
y abrigando en la concha la otra historia
asomarnos desnudos al vacío.

No hay vértigo más hondo
que un mirar sin ser vistos
por el niño que fuimos.
(De Ojos de agua).

[MUJER DE UN SOLO OJO…]

Mujer de un solo ojo.

Partida por la cal
de una columna en medio

sólo alcanzo contigo el compromiso
de una pasión a medias.

Pero amar es así,
nunca te muevas.

Eres mi otra mitad,
mi amor entero.
(De Bar adentro)

LA PALA DEL AMOR

hambrienta e insaciable, con forma de cuchara,
la pala del amor es una pala extraña, empuja eleva quiebra
engarza engulle, saca abismos de un charco
y una barca en sus redes cuando la hundes en tierra
y aparece de pronto el pez que cava
el túnel del amor, su pala extraña, rompe cruje
derriba inflama enferma, brota luz de los hoyos
más profundos y amontona después el sol hallado
entre las piernas frías de una alcoba
que no sabrá al final si ha sido
habitada o prestada, hueso o huésped,
si hace sombra al partir o quedó el fuego
doblado como ropa sobre el cuerpo desnudo de la silla
donde la intimidad calló mientras la piel hablaba,
la pala del amor es una pala extraña,
todos creen que la estrenan, pero nadie la observa
terca antigua manchada escrita de antemano,
gastada por los puños y oxidada en el hierro
que le da de comer a esa criatura
hambrienta e insaciable, con forma de cuchara
y en los bordes el filo más cortante, la pala del amor
su saliva de sangre, el hermoso albañil que antes
de empuñarla otra vez
escupió en cada una de sus llagas,
y esta vez sin saberlo eran mis manos.
(De El corazón no muere)

 

 

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