BALTANÁS, Enrique

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BALTANÁS, Enrique

Biografía

Enrique Baltanás nace el 24 de noviembre de 1952 en Alcalá de Guadaira (Sevilla).
Es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla, en la que actualmente enseña Literatura Española.

 

 

Obra

NARRATIVA

A punto de dejarlo (2001).
Minoría absoluta (2010).
Las olas muertas (2011).

 

POESÍA

Ex libris (1993).
El círculo del tiempo (1995).
Las señales del fuego (1997).
Papel de música (1998).
La matière de France (2003).
Medidas provisionales. Poemas escogidos (1994-2004) (2004).
El argumento inacabado (2005).
Trece elegías y ninguna muerte (2010).

 

ENSAYO

Las columnas de Hércules. Realidad o invención de Andalucía (1999).
La materia de Andalucía. El ciclo andaluz en las letras de los siglos XIX y XX (2003).
Los Machado. Una familia de cultura en España (2006).

 

OTROS

Viaje al Guadaira (1998). Libro de viajes.
Antonio Machado. Nueva biografía (2000). Biografía.
Vincenzo Cardarelli, El tiempo tras nosotros (2001). Traducción.
Los cuarenta principales. Antología general de la poesía andaluza (2002). Antología poética.
Jean Potocki, Los gitanos de Andalucía (2003). Traducción.
Johann Wolfgang von Goethe, Poemas del amor y del conocimiento (2006). Traducción.
La obra común de los hermanos Machado (2010).

 

Premios

1998: Premio de Poesía Luis Cernuda. Ayuntamiento de Sevilla.
2000: Premio Tiflos de Novela. Fundación ONCE.
2014: Premio Unicaja de Poesía.

 

Poética

 

No buscas que tu nombre venga en antologías
ni que de ti se ocupen en su letra menuda
minuciosos manuales.

Tan sólo que algún día,
dentro de mucho tiempo, un lector solitario
-pues siempre solitario es el ser que llamamos
lector- vaya, y en una biblioteca,
casi al azar, descubra unas palabras
cubiertas por el polvo de los años.

Y tras soplar el polvo y repasar las páginas
encuentre que esas páginas le entonan
como un poco de whisky en una tarde fría del invierno.

(«Poética», en Las señales del fuego, Sevilla, Qüasyeditorial, 1997, p. 19).

 

Texto

A PUNTO DE DEJARLO (2001)

Queremos saber, morder de la manzana de ese árbol prohibido, de donde cuelgan las manzanas del bien y las manzanas del mal, que se parecen tanto las unas a las otras, que no hay manera de distinguirlas si no se prueban, y si se prueban ya gustan las dos. Las dos. Alternativamente. Al mismo tiempo. Pero las dos atraen. El Bien y el Mal. Si la medicina ha demostrado ya los efectos malsanos del tabaco, el enfisema, el cáncer, la arterioesclerosis, las pérdidas económicas, y sobre esto ya no hay duda posible (¿o sí?), entonces, ¿por qué seguimos fumando? Pero Monardes, el físico Monardes, era de aquí, de esta vieja ciudad que conoció la novedad del tabaco y probablemente después no ha conocido ninguna otra novedad más novedosa, ni más importante, o sea, que importe verdaderamente todavía, y ya dijo que curaba el asma, la tisis, los dolores del vientre, el mal de madre, pero dijo también que era un regalo del Diablo, habló de la borrachera del humo, de las visiones y apariciones que los indios veían a través de esa nube de humo en la que se metían, visiones y apariciones que eran obra del Diablo. Por eso al primer mártir del tabaco no lo mató el tabaco, sino el Santo Oficio. Según dicen, aunque vaya usted a saber. Casi al mismo tiempo, supongo, que el rey decretaba el estanco del tabaco, y sacaba sus buenas rentas del monopolio. El tabaco fue el auténtico oro de las Indias, la verdadera plata. Sus minas, todavía hoy, distan mucho de haberse agotado. Por un lado te quemaba el Santo Oficio, por el otro se lucraba el rey. Las Autoridades Sanitarias te advierten, pero las Autoridades Tributarias te exprimen. La misma hipocresía. La misma confusión. Y los médicos, que no se sabe si son hijos de Dios o hijos del Diablo, ofician de sacerdotes de esta ceremonia de confusa confusión. Jean Nicot era médico. Ahora dicen, pero vaya usted a saber, que un cerebro alimentado de nicotina se conserva más ágil, menos vulnerable al envejecimiento celular, a la demencia senil. Que fumar hasta los cuarenta años no hace daño ninguno. Los médicos siguen siendo los mayores y más empedernidos fumadores, lo dicen las estadísticas. Jean Nicot era médico. Monardes era médico. Jamás olvidaré aquellas visitas infantiles al médico. Don Miguel, el médico particular al que me llevaba mi madre, que nos recibía en la consulta de su casa, con la cajetilla de cigarrillos sobre la mesa de la consulta, él lanzando bocanadas de humo americano, «Vamos a reconocer a este niño», y nos hacía pasar a una habitación contigua, donde estaba el aparato de Rayos X, entonces era una novedad, una innovación tecnológica de los médicos de pago, aún temíamos mucho al fantasma de la tuberculosis, al fantasma de la posguerra, al fantasma del hambre, pero no le temíamos para nada al fantasma del humo, y don Miguel me decía ya puedes vestirte, y se salía y mientras escribía su receta prendía otro cigarrillo Winston (ojo: sin emboquillar) y le decía a mi madre a este niño hay que darle estas pastillas, una en el almuerzo, otra en la cena, pero sobre todo tiene que comer, esto es para abrirle el apetito. Los médicos fumaban mucho. Los médicos siguen fumando mucho. Pero Salva no fuma. Él sólo juega al tenis, y escucha ópera, y quiere a su mujer, y su mujer a él también lo quiere. Parece.

(De A punto de dejarlo, Madrid, ONCE, 2001, pp. 29-31).

 

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Enlaces

Clarín. Revista de nueva literatura
www.ed-nobel.es/

Reloj de Arena
www.araz.net/pexe/reloj.html

Editorial Renacimiento
www.editorialrenacimiento.com/

Al margen de los días. La bitácora de Enrique Baltanás
almargendelosdias.blogspot.com