TIZON, Eloy

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TIZON, Eloy

Biografía

Nació en Madrid en 1964. Se dio a conocer en 1992 con un exitoso libro de relatos titulado Velocidad de los jardines, el cual fue calificado como «uno de los mejores libros de cuentos de la literatura española del siglo xx», según la revista Quimera , y como uno de los cien libros más interesantes de la literatura española del último cuarto de siglo, según el diario El País.

Algo más de una década después, como muestra de su permanencia en la excelencia literaria, el suplemento El Cultural lo calificaba de uno de los mejores escritores españoles menores de 40 años. Además del relato breve (muchas de cuyas muestras han aparecido en antologías tales como Páginas Amarillas -1997-, Pequeñas resistencias -2002-, Qué me cuentas -2006-…), también ha hecho aplaudidas incursiones en el terreno de la novela.

Además de su actividad literaria, ha colaborado en publicaciones periódicas de la más diversa índole, desde prensa de difusión nacional (El País, El Mundo, El Sol…) hasta publicaciones de un carácter más especializado (El Urogallo, Revista de Occidente, Turia, Revista de Libros). Asimismo, desde hace tiempo, se dedica a la actividad docente: ha impartido clases en talleres de creación literaria (en La Casa Encendida, en la Escuela Superior de Artes y Espectáculos TAI, etc.) y actualmente es profesor de cursos monográficos sobre relato breve en el centro de artes creativas Hotel Kafka.

Obra

POESÍA
La página amenazada (1984).

NARRATIVA
Velocidad de los jardines (1992). Libro de cuentos.
Seda salvaje (1995). Novela.
«Las truchas» (en Páginas amarillas) (1997). Relato.
Labia (2001). Novela.
«La barrera del sonido» (en la revista Muface, disponible en http://www.map.es/gobierno/muface/o188/relato.htm) (2002). Relato.
La voz cantante (2004). Novela
«La inocencia» (en 9 relatos de terror y misterio) (2005). Relato.
Parpadeos (2006). Libro de cuentos.
«Cronología» (en la revista Turia) (2007). Relato.

Premios

1995: Finalista del XIII Premio Herralde de Novela con Seda salvaje.
2006: I Premio Tormenta al mejor libro en castellano publicado en 2006 con Parpadeos.

 

Poética

EN BREVE
Escribir cuentos es una empresa imposible.
El cuento quema en las manos y hay que librarse de él cuanto antes.
El cuento sólo admite la plenitud, la hora en punto, la felicidad extrema o la extrema pesadumbre.
Una línea de más arruina el cuento.
Está o no está. Es inútil caer en la trampa y tratar de alargar un cuento. Las partes añadidas desentonan como los parches de un traje.
La paradoja del cuento es la de una riqueza infinita concentrada en una cabeza de alfiler.
Hay que dejar tiempo al cuento, se tarda mucho en ser breve.
Cada cuento que uno escribe representa una pequeña muerte y una pequeña resurrección.
El cuento sabe a poco, pero ése es precisamente su mérito y su verdadero sabor. No hay otro.
El cuento, al ser tan breve, tal vez sea inagotable.
Ningún cuento escrito por encargo ha sobrevivido.
Los cuentos que caen en el efectismo del final inesperado resultan decepcionantes.
El cuento hace buena la teoría de que menos es más.
[…]
Renuncio a las clasificaciones. Mis cuentos se parecen a poemas que se parecen a cuentos.
(De «Eloy Tizón. Los viajes de Anatalia», en J. A. Masoliver Ródenas y F. Valls, Los cuentos que cuentan, Barcelona, Anagrama, 1998, p. 298)

 

Texto

Mamá en el andén paga lo justo al taxista, al maletero, vigila cómo el enorme equipaje pardo, el cajón con las partituras, sus cajas y sombrereras, la ropa de los niños, nuestra, va siendo engullido trozo a trozo por el vagón mercancías. Sin rostro. Mi madre y su portamonedas conceden un beso a tía Berta, corre un viento frío, partamos, partamos, mamá asciende escalones, esto se llama departamento y es de oscura madera densa, yo preferiría viajar en barco, mamá aspira el barnizado, corrige un portafolios, ¿cómo has dicho que se llama? Un trompetista de uniforme pasa comiendo absurdamente una gragea. Anatalia abre sus grandes ojos claros y mira cómo el circo de los hombres levanta la carpa de la mañana con su esfuerzo, sus ingredientes, con todo su oro en promesa y su desgracia. Comenzamos a movernos, era verdad que esto andaba, saludad a tía Berta, tía, tía, se llama departamento, cuidado con el viento, las bufandas, ¿os habéis dejado algo?, se oye la voz de mamá diciendo gracias por todo, y sentaos en vuestros sitios, mientras se empequeñece la estación y estamos respirando y yo miro el neceser que está a punto de caerse.

Al atravesar la frontera, se vieron restos de trincheras, tanquetas retorcidas, pedazos de vidrio. ¿Tenéis hambre? Al atravesar la frontera un caballero gordo y como sin esperanza es arrojado a patadas por el Servicio de Aduanas. El camarero levanta la tapa de la sopa como si se levantase la tapa de los sesos. Dice mi madre: Allí ya veréis, tendremos diez o doce cuartos para todos, espejos empañados, solfeo, y un jardinero que imagino aburrido cambiando de orientación los rosales. Esgrima. Tendremos (no tosas, Anatalia) esos afilados lacayos que patinan sobre el mármol y un pequeño estanque de agua contaminada que provocará cólicos y tisanas, qué, qué os parece.
Elba parece ir leyendo en el cristal las páginas del paisaje. O quién sabe. Acaso todos estén pensando en la villa del verano, las meriendas en el Campo de los Arces, aquella tarde que pusimos una piedra sobre otra para marcar un sendero y al día siguiente no estaba; nos parece muy bien; pienso en la biblioteca roja y su escalera para alcanzar los estantes más altos con los libros que los pequeños no tenemos por qué leer. Bajo la vidriera llameante, el abuelo recorta titulares sobre los comienzos de la aviación y los ordena con adhesivo en un álbum. Turguéniev reposa en yeso. Dinos, ¿desde allí también iremos caminando hasta el Campo de los Arces? ¿Instalaremos panales? ¿Falta mucho, di, para llegar? Y lo que es más importante, ¿podríamos repetir nuevamente confitura de grosella?
(Fragmento de «Los viajes de Anatalia», en J. A. Masoliver Ródenas y F. Valls, Los cuentos que cuentan, Barcelona, Anagrama, 1998, pp. 299-300)

 

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