GALVÁN OLALLA, Guillermo

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GALVÁN OLALLA, Guillermo

Biografía

Nacido en Valencia en 1950, cursó sus primeros estudios y el bachillerato en Madrid. Abandonó la carrera de ingeniería aeronáutica para dedicarse al periodismo. Muchos años de profesión continuada, desarrollados en su mayor parte en la Agencia Efe donde ha recorrido, entre otros, los terrenos del reporterismo, edición, información política y sociolaboral y dirección. Su última actividad, redactor jefe en el departamento de Radio.

Desde 1969 trabajó en varios medios escritos y radiofónicos (Radio Juventud, diario Arriba, Publicaciones Controladas S.A.) y fue subdirector y director en funciones de En Punta, una de las primeras revistas españolas de Comunicación. A mediados de los ochenta formó parte, como redactor jefe y subdirector, de la plantilla de la emisora autonómica Onda Madrid durante sus dos primeros años de existencia.

Aunque participó en algunos trabajos colectivos de investigación, como Operación Moisés (que obtuvo junto al teólogo Juan José Tamayo Acosta el premio Vida Nueva en 1976), y Panfletos y Prensa antifranquista clandestina (Ediciones 99. Colección Historia secreta del Franquismo. Madrid, 1977), hasta 1998 no se decide a abordar su faceta literaria.

Obra

NARRATIVA

La mirada de Saturno (2001).
El aire no deja huellas (2002).
Aislinn-Sinfonía de fantasmas (2002).
De las cenizas (2004) Una versión cinematográfica de esta novela, bajo el título de Vorvik, se estrenó en abril de 2005 durante el Festival de Málaga, y comercialmente en agosto del mismo año.
Llámame Judas (2006).
Pequeña antología (2007).
Antes de decirte adiós (2010).
Sombras de mariposa (2010).
Cuida de Chester (2013).
El aliento del lobo (2015).
Tiempo de siega (2019).
La virgen de los huesos (2020).
Vísperas de destrucción (2020).

RELATOS BREVES EN OBRAS COLECTIVAS

Muelles de Madrid (2003).
Cuentos solidarios III (2003).
La translatio literaria y xacobea (2007).

NOVELA INÉDITA

Spéculum.

 

 

Premios

1999: Premio Tiflos de novela (Fundación ONCE) por La mirada de Saturno.
2001: Finalista Premio Novela Negra Rodrigo Rubio (Diputación de Albacete) por El aire no deja huellas.
2002: Premio Río Manzanares de novela (Ayuntamiento de Madrid) por Aislinn-Sinfonía de fantasmas.
2003: Finalista de los premios de la Crítica Valenciana por Aislinn-Sinfonía de fantasmas.
2003: Premio Felipe Trigo de novela (Ayuntamiento de Villanueva de la Serena) por De las cenizas.
2005: Premio Alfonso VIII de novela (Diputación de Cuenca) por Llámame Judas.
2007: Finalista de los premios de la Crítica Valenciana por Llámame Judas.
2011: Premio Hislibris a la mejor novela histórica por Sombras de mariposa.
2013: Premio Felipe Trigo por El Aliento.

 

Poética

Los caminos hacia la escritura son tan numerosos como autores hay. Cada cual sabe qué es lo que lo mueve a hacerlo. O quizá no, no lo sabe. Tal vez ni siquiera sea importante saberlo, al menos de forma explícita. Cierto que se puede escribir para conjurar fantasmas personales, para ajustar cuentas con el mundo o con determinada persona, para verbalizar pensamientos que de otra forma jamás verían la luz o, simplemente, para contar una historia, acariciarte el ombligo o quitarte una china del zapato. En el fondo, escribir lleva implícito un cierto ejercicio de impudor, de exhibicionismo, una mínima convicción de que lo que uno hace pueda tener algo de interés para los demás. Es toda una osadía.

(De entrevista en Anika entre Libros, 13-07-2006):
www.utopiamail.net/libros/desktopdefault.aspx?pagina=~/paginas/entrevistas/entre90.ascx)

 

 

 

Texto

 

Fueron los únicos ojos que se posaron en mí. A pesar de la barrera de vidrio oscuro que los aislaban del mundo exterior, los de Elena aterrizaron sobre mi presencia y, ayudados por un balbuceo silencioso, intentaron discernir si se enfrentaban a una aparición o a materia tangible. Avanzó unos pasos para comprobarlo y se desprendió de las gafas. No había lágrimas en su mirada, ni sus párpados guardaban el vestigio turgente y enrojecido de un cercano sollozo: allí sólo había un dilema incrustado, una duda, apenas velada ahora por la sorpresa de tenerme delante.
Sin apetito, me acogí a la presión antigua de sus pechos en el abrazo mudo que me ofreció ante la incredulidad de los presentes, sorprendidos todos de que la viuda Elena Torres regalase públicamente tal cercanía de su cuerpo, tan manifiesto apego, a un tipo desconocido con aire de hippy trasnochado.

(De De las cenizas, Sevilla, Algaida, 2004).

Con aquella mutua declaración de principios, llegó la somnolencia a los ojos de Araceli. Apagué la radio y aguardé a que estuviese profundamente dormida para cubrirla con la manta completa y duplicar así su eficacia. En aquel silencio mortecino, su respiración y el mecánico soplido del aire caliente parecían inducir a un sueño inevitable a pesar de todas las incomodidades. Dormí a saltos. Y, entre cabezada y cabezada, pesadillas y peregrinas ensoñaciones se combinaban como capítulos independientes de una suerte de tragicomedia en la que Cris y la propia Araceli intervenían como actrices secundarias.
Amanecía cuando desperté. A través del cristal, de su mínima superficie respetada por la nieve, se contemplaba un paisaje de abrumadora belleza ondulada. Me descubrí tapado por una manta que Araceli había vuelto a compartir. Y con ella misma ovillada junto a mi pecho en busca de un calor suplementario. Allí, inmóvil para no romper la aparente placidez de mi acompañante, con la vista perdida en la nebulosa inmensidad de un horizonte insólito, no pude evitar una reflexión respecto a aquella mujer. Sí, ya sabía que renqueaba un poco, que sus mejillas necesitaban bastante lustre y su pelo algo de cuidado, que aparentaba algunos años de más y que tenía la costumbre de ir a misa los domingos y fiestas de guardar. Tampoco poseía la divina perfección de Cris, ni el culito saltarín de Wilma, ni los promisorios labiazos de Nuria; comparaciones todas completamente absurdas por mi parte, pues a partir de cierta edad ya solo se peca de ese tipo de lujuria con los ojos y en los incontrolables aposentos de los sueños. No, ella era muy distinta, y mucho más cercana a mí de lo que había sospechado. Además, podía estar escuchando esa voz durante horas sin cansarme, y el tacto de sus dedos tenía la eficacia de un reconstituyente.

(De Llámame Judas, Madrid, Edaf, 2006).

 

 

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