GARCÍA, Eduardo

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GARCÍA, Eduardo

Biografía

Eduardo García nace en São Paulo en 1965, hijo de españoles. Vive pues su primera infancia a caballo entre dos lenguas. Permanece en Brasil hasta los siete años, edad en la que su familia decide regresar a España. Se traslada entonces a Madrid, ciudad donde transcurre su adolescencia y primera juventud. Cursa allí la Licenciatura en Filosofía, especializándose en Estética. Profesor de Filosofía, obtiene en 1991 una plaza en Córdoba. A lo largo de su vida obtiene varios premios literarios; entre otros, el Premio Fray Luis de León por La vida nueva y el Premio Internacional de Poesía «Ciudad de Melilla» por Duermevela. Fallece el 19 de abril de 2016.

Obra

POESÍA

Las cartas marcadas (1995).
No se trata de un juego (1998) (2ª ed. 2004).
Horizonte o frontera (2003).
Refutación de la elegía (2006).
La vida nueva (2008).
Las acrobacias del deseo (2009).
Casa en el árbol (2011).
Antologia pessoal (2011).
Las islas sumergidas (2014).
Duermevela (2014).
La lluvia en el desierto. Poesía completa (1995-2016) (2017).

ENSAYO

Escribir un poema (2000) (2ª ed. 2003).
Una poética del límite (2005).

Premios

1998: Premio «OJO CRÍTICO» de Radio Nacional de España al mejor libro de joven poesía del año.
1998: Premio Hispanoamericano de Poesía «JUAN RAMÓN JIMÉNEZ».
2003: Premio Internacional de Poesía «ANTONIO MACHADO EN BAEZA
2008: Premio Nacional de la Crítica por La vida nueva.
2008: Premio Fray Luis de León por La vida nueva.
2014: Premio Internacional de Poesía «Ciudad de Melilla» por Duermevela.

Poética

 

[…] Ha llegado el despertar. Se extienden ante nosotros los vastos territorios de la analogía, las resonancias simbólicas que alientan en las cosas. Acudamos al misterio dispuestos a internarnos en la hondura. Rescatemos la mirada mítica, el entusiasmo, limpios ya de la mercenaria actitud instrumental. Somos artistas, no artesanos. Creadores, no meros carpinteros de la lengua. Olvidemos la pobreza de miras del orfebre que emplea las palabras como simples instrumentos al servicio de un mensaje preestablecido. Acerquémonos a ellas con fervor, invocando su poder, aguardando la chispa que brote de su encuentro.
Es hora de rescatar, desde la sensibilidad de nuestro tiempo, la «hechicería evocatoria» que invocaba Baudelaire. Gocemos el don del verso repentino, la ruptura del orden previsible. Ya es hora de escribir sin GPS, arriesgando en cada verso, en busca de ese algo más que nos conmueve en un auténtico poema-vivo. Saltar al vacío de la interioridad sin la red de la retórica, desoyendo los excesos de la voz censora de la métrica, el buen tono, la unidad… Escuchar las voces que nos habitan, intentando encontrar entre ellas aquella donde alienta una revelación.
Un poema que se despliegue como un organismo vivo. Un poema que parezca brotar en el instante: se ramifique, acuda, rasgue, regrese para arrojarse a la carrera… Un poema que al leerse parezca estar naciendo, donde la lectura genere una sensación análoga a la de la creación. Adiós a la unidad formal, la construcción radial, la forma cerrada. Adiós al terror del poema inmaculado: perfecto, exacto, peinadito como para ir a misa de domingo. Adiós al poema marmóreo por cuyos versos no corre sangre alguna. Bienvenido sea el poema impuro, vivaz, proliferante. Un poema con fisuras, donde un endecasílabo pueda desembocar en un versículo y éste en un heptasílabo mordaz, con arreglo a los vuelcos del espíritu. Al leer un poema hemos de preguntarnos si respira, si corre por sus versos una vivaz corriente, una pulsión. Pidamos vida al poema, no corrección formal; intensidad, rebeldía, no una desfallecida pulcritud. […]
Sólo una poesía con fisuras será capaz de estremecernos, de despertar voces olvidadas en nuestro fuero interno. Como en la corteza del árbol el nudo se abre paso nuestra vida no es plana, uniforme, previsible. Vivir es fluir en la corriente, sentir el sobresalto, la sorpresa, el momento en el que crujen los cimientos y lo insólito acude a deslumbrarnos, una luz que se proyecta hacia el futuro. Abajo la narcótica paz de las formas presuntamente eternas. Todo lo que aspira a la eternidad adolece de ausencia de latido. Todo lo vivo respira, tose, camina con fervor, tropieza en su ansiedad. El poema-vivo se entrega a la deriva de su propio aliento, obedece a su instinto, se aventura. […]

(Extracto del artículo «El poema como organismo vivo: una inversión de los valores en la poesía última española», Revista FRACTAL, Ciudad de México, 2006).

 

 

Texto

 

LAS PASARELAS DEL DESEO (2007)

Llamamos vida
a un desfile de dígitos cansados
zumban coléricas las moscas atrapadas en cárcel de cristal
el viento de la sangre remueve las cortinas
la luz por un instante parece herir la tapia filtrarse en el cemento
la oquedad se adivina y más allá
palpitan en la noche los astros encendidos
combaten los caballos por la flor las aguas por la piedra
la orquídea cobra vida en el torrente
a la luz de la Luna el musgo brilla con fulgor de diamantes en la hierba
no hay rutas convenidas ni semáforos ni siniestros carteles de prohibido pasar
pero abundan los cruces de caminos cuando menos lo esperas amanece
los hombres vagan a su antojo las sendas se disuelven a su paso
quiero decir que a la sombra de los robles te esperan los amigos que perdiste
y hay sábanas tendidas
que guardan el olor de encuentros que no fueron
mujeres
que solitario amaste a la distancia
pero aquí el eco salva todos los precipicios
irrumpen de la nada las pasarelas del deseo
trenzan sus trayectorias en todas direcciones
el viajero termina por arrojar al fuego la brújula y los mapas
confiando sus pasos al instinto se interna en la espesura
aunque un día de pronto se detenga a contemplar las huellas de su viaje
despierte abra los ojos comience a comprender
nada importa cuán vasta la travesía se despliegue
la apariencia radiante de confines la ilusión derrochada en la aventura
todas las pasarelas conducen a la tapia
si se es fiel a un deseo si se sigue
su rastro hasta el final
nos aguarda el ladrillo hincado en tierra
la mansedumbre hostil de la costumbre
un olor a madera que envejece
un desfile de escenas repetidas
la cárcel de cristal
sin cerradura

(Inédito).

 

 

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