Biografía
Basilio Sánchez nació en Cáceres en 1958. Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Extremadura, posteriormente se especializó en Medicina Intensiva, actividad que ejerce actualmente en su ciudad natal. Con su primer libro, A este lado del alba, consiguió un accésit del premio Adonais de Poesía en 1983, publicado al año siguiente. Después de un periodo de silencio de nueve años, en 1993 edita su segundo libro, Los bosques interiores, en el que se perfilan ya nítidamente el tono y los rasgos que singularizan su obra de madurez: una escritura que configura el territorio poético de la mirada interior y que hace de la contemplación un ejercicio de conocimiento. Este libro, revisado en profundidad, fue reeditado en 2002.
Ha sido incluido en diversas antologías poéticas y colabora asiduamente en revistas literarias nacionales y extranjeras. Entre los años 2000 y 2003 fue codirector del Aula de Poesía José María Valverde de Cáceres. Sus poemas han sido traducidos a varios idiomas.
Obra
POESÍA
A este lado del alba (1984).
Los bosques interiores (1993).
La mirada apacible (1996).
Al final de la tarde (1998).
El cielo de las cosas (2000).
Los bosques interiores, (2ª Edición revisada) (2002).
Para guardar el sueño (2003).
Entre una sombra y otra (2006).
Las estaciones lentas (2008).
Los bosques de la mirada (2010).
Cristalizaciones (2013).
Esperando las noticias del agua (2018).
He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (2019).
NARRATIVA
«El cuenco de la mano» en Relatos al atardecer (2002).
La creación del sentido (2015).
Premios
1983: Accésit del Premio Adonais por A este lado del alba.
1995: Accésit del Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma por La mirada apacible.
2003: Accésit del Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma por Para guardar el sueño.
2005: Premio Internacional de Poesía Fundación Unicaja por Entre una sombra y otra.
2007: Premio Extremadura a la Creación a la Mejor Obra Literaria de Autor Extremeño.
2008: Premio Internacional de poesía Tiflos.
2012: Premio Ciudad de Córdoba Ricardo Molina.
2018: Premio Internacional de Poesía Loewe.
Poética
Escribo casi a oscuras, en las habitaciones pequeñas de la casa, donde difícilmente podría caber un hombre. Me obstino en la palabra que se dice al oído, que empaña los cristales, que humedece los bordes de la página. Presiento que un poema es un ruido que se intuye a lo lejos, la puerta que se abre al otro lado de una misma ciudad. Por eso cada noche, después de que el cansancio consigue disuadirme, dejo sobre la mesa una vela encendida: la lámpara votiva de una iglesia sin culto, desprovista de imágenes.
***
Un poema no es nada: un grito imperceptible en un extremo del aire de la noche, la desembocadura del río de las palomas en lo alto de la fachada de la casa. Un poema no es nada: la flor del aguacero, la margarita azul de los canales; esa verdad que rondan, sin acercarse a ella, las palabras inútiles.
Me lo pregunto ahora y no se trata de la luz esta vez, sino del territorio menor de la penumbra, del teatro de sombras que alguien escenifica para ti en la profundidad de una caverna. Sé que lo que conozco es sólo una comarca de lo que no conozco; que todo lo que he escrito no es, al cabo, más que un carro de bueyes transportando de una página a otra, por el camino ciego del asombro, de la perplejidad, una misma pregunta, un expectante e idéntico silencio.
Se vive la escritura como se vive el agua desde dentro de sus pequeños círculos, el río desde la perspectiva de sus guijarros. Se vive en la escritura como se participa de la respiración de lo sagrado en cualquiera de las rutas del aire. Podrá tener sentido o no tenerlo, pero ésa es la vida del poema.
Sumido en la cuaresma de mis debilidades, no escribo para el dios de los hombres ni como testamento, sino como el que un día abandona muy temprano su casa y, calle abajo, con las manos vacías, convencido de que no habrá retorno, va alejándose hasta perder de vista, definitivamente, la vida que ha vivido, el entramado firme de sus propias certezas.
Me lo pregunto ahora. Un poema no es nada y, sin embargo, quizás por un momento, alguna vez consigue redimirnos de nuestra originaria condición de exiliados.
***
La habitación a solas, las cuartillas, la lámpara, todos los utensilios de los miniaturistas. Esta vida que grabo poco a poco en el fondo paciente de una taza, estas manos que han sido sedentarias, hechas a la rutina de un único poema. Dentro de algunos años viviré en las vitrinas, viviré en el esmalte saltado de las tazas y en sus propios reflejos, en todos los objetos comidos por el uso. Unos años tan sólo y entre una hoja en blanco y una página escrita habrá una vida que he vivido dos veces.
Texto
LAS BAYAS
Presiento tus palabras a través de los muros
de una habitación que será eterna.
Hay un país que crece
con la sustancia de los sueños
y una casa cerrada
en la que se acumulan los escombros
de una luz suficiente.
Quizá no fuera ésta la vida que esperábamos,
pero sí es el lugar.
Aquí donde se alzan
contra un cielo de piedra
una pared caída y luego otra,
serán nuestras palabras las que nos den cobijo.
Lo poco que tenemos,
lo mucho que tenemos está aquí, delante de nosotros.
Yo pongo la ventana,
tú los tallos, los zarcillos azules,
las silenciosas bayas transparentes.
EL PUENTE DE PIEDRA
Estás en el silencio de los puentes.
Sobre el agua que miras
se reflejan, lejanos, los matices
interiores del cielo.
Sobre el agua que miras,
las hileras de flores aplastadas
en el camino de los bueyes,
bajo los ojos lentos de los hombres que cruzan el paisaje
simplificados por la luz.
Más allá de los juncos,
la casa abandonada con su viga de plata
y una iglesia en lo alto con la campana de las preces.
A uno y otro lado, la nube del pastor,
el hombre que pasea
con su sombra de grava y su sombrero negro;
la mujer que se acerca con su ruina,
con su flor moribunda, que ha inclinado
despacio su cabeza junto al árbol de la necesidad
y ahora se repliega, se adelanta al invierno.
Estás en el silencio de los puentes, sobre el río
en el que cada una de sus piedras
es un deseo imposible.
El alma de la tarde es una sombra en una valla amarilla.
ENTRE NOSOTROS
Añoro la ceguera que es un punto de luz.
Bebo de la memoria como otros
del agua de las fuentes, de los vasos
de la antigua liturgia.
Después de mucho tiempo,
ahora vivo despacio, sin intimidaciones,
sin que pueda la noche ganarme en sutileza
ni la muerte en sigilo.
Soy el hombre que no ha salido nunca
de los alrededores de su mano, el que se ha hecho
perdonar por la nieve
y el que anda por las habitaciones
preservando en silencio la sustancia
de su felicidad.
Quien para guarecerse
necesita los nombres de todos los que ha sido,
recordar las palabras con las que cada día
ha vivido o ha muerto.
(De Para guardar el sueño, 2003)
UNA CASA EN EL AGUA
El mediodía es tan alto como nosotros.
La luz hace visibles las raíces del agua,
el oro de las flores en la víspera de las abejas.
En el recogimiento de las frutas
hay un silencio roto: su alma es una gota
suspendida en lo alto.
El tejado que oscila,
la luz que va dejando en los cristales
su claridad azul, la puerta que se abre
hacia un silencio extremo, devastador.
Aún hay alguien que vive en esta casa
reflejada en el agua,
alguien ensordecido por el lento gotear de las hojas.
(De Entre una sombra y otra, 2006)
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