Biografía
Santiago Posteguillo nació en Valencia en el año 1967. Ha estudiado literatura creativa en Estados Unidos y lingüística y traducción en distintas universidades del Reino Unido. Filólogo, lingüista y doctor por la Universidad de Valencia, en la actualidad es profesor en la Universidad Jaume I de Castellón, donde imparte clases de lengua y literatura inglesa.
Es autor de más de una cincuentena de publicaciones académicas (artículos de investigación, monografías, diccionarios especializados…), pero son más conocidas sus obras literarias, tanto en España como en otros países: Portugal, Italia, República Checa, Colombia, México… En el año 2006 publicó su primera novela: Africanus, el hijo del cónsul, que forma parte de una trilogía junto con Las legiones malditas (2008, finalista del Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza) y La traición de Roma (2009). Sus novelas han obtenido el reconocimiento de medios como El País, Qué Leer, ABC…
Tras la publicación de la mencionada trilogía ha obtenido numerosos galardones: Premio de la Semana de Novela Histórica de Cartagena por la trilogía de Escipión (2010); Premio de las Letras; Premio 9 de marzo de la Asociación Gregal de Estudios Históricos; Doble Corona Mural; Premio Barcino de Novela Histórica del Ayuntamiento de Barcelona; Escritor del Año 2015; Premio Planeta por Yo, Julia (2018)…
En 2021, Posteguillo dirigió la miniserie El corazón del imperio, que trata sobre mujeres de la antigua Roma como Cleopatra, Livia, Julia Mesa o Fulvia.
Obra
NARRATIVA
-Trilogía Africanus:
Africanus, el hijo del cónsul (2006).
Las legiones malditas (2008).
La traición de Roma (2009).
-Trilogía de Trajano:
Los asesinos del emperador (2011).
Circo Máximo (2013).
La legión perdida (2016).
-Bilogía Julia Domna:
Yo, Julia (2018).
Y Julia retó a los dioses (2020).
-Obras independientes:
La noche en que Frankenstein leyó El Quijote (2012).
Los secretos de Los asesinos del emperador (2013).
Trajano y Decébalo en la Rumanía del siglo XXI (2014).
En busca de la tumba de Trajano (2017).
Roma soy yo (2022).
ENSAYO
La sangre de los libros (2014).
El séptimo círculo del infierno: escritores malditos, escritoras olvidadas (2017).
Premios
2010: Premio de la Semana de Novela Histórica de Cartagena por la Trilogía de Escipión.
2010: Premio de las Letras Valencianas por la Trilogía de Escipión.
2012: Premio de las Letras de La 2.
2013: Premio 9 de marzo de la Asociación Gregal de Estudios Históricos.
2013: Doble Corona Mural del Senado Romano de la Ciudad de Cartagena.
2014: Premio Barcino de Novela Histórica del Ayuntamiento de Barcelona.
2014: Reconocimiento del Gremio de Libreros de Valencia.
2014: Embajador Honorífico de la Universidad Jaume I.
2015: Escritor del Año 2015 por la Generalitat Valenciana.
2018: Premio Planeta por Yo, Julia.
2020: Premio Ivanhoe del Certamen de Novela Histórica Ciudad de Úbeda.
Poética
«Procuro no repetirme en mis novelas. En el contenido me desenvuelvo en un espacio común, la antigua Roma, con sus variantes republicana o imperial, pero el contexto es socioculturalmente el mismo. Por eso, para no resultar repetitivo, reflexiono mucho sobre la forma de contar cada novela. En Trajano, por ejemplo, tenemos una primera novela organizada en torno a una gran analepsis (flash-back), mientras que la segunda es simétrica y la tercera juega con saltos en el tiempo y en el espacio. En el caso de Yo Julia la organización en torno a los cinco enemigos de Julia en su ascenso al poder es una forma nueva, diferente de relatar los acontecimientos que no he usado antes en mis novelas. Eso hace que, aunque el espacio, Roma, sea el mismo, los lectores que me siguen sientan que estamos con otra historia, con algo diferente. Porque lo es.
Al final te identificas. Sobre todo cuando pasas tantos años con ellos. Fueron seis con Escipión, siete con Trajano, cuatro con Julia Domna. Y si voy a pasar tantos años con un personaje puede tener dobleces y un lado oscuro, pero en su globalidad me ha de parecer admirable. Y César, con sus momentos oscuros, que irán apareciendo, es admirable en muchísimos sentidos. Muchas de las cosas que pongo en su boca y en la de su tío Cayo Mario, la gran influencia política y militar en la vida de César, son, de hecho, cosas con las que yo comulgo».
Texto
Roma, 235 a.C.
La representación acababa de empezar y todo marchaba bien. Hasta el momento ningún actor se había olvidado del texto y el público parecía seguir la historia con cierto interés. De cuando en cuando el murmullo de los que hablaban era excesivo y Tito tenía que moverse entre los espectadores pidiendo silencio para que los que deseaban escuchar pudieran hacerlo y, de súbito, llegó el desastre: desde fuera del recinto del teatro se empezó a escuchar música de flautas y los gritos de algún artista de calle anunciando la próxima actuación de un grupo de saltimbanquis y equilibristas y, lo peor de todo, un combate de gladiadores como colofón al espectáculo. Era frecuente que diferentes grupos callejeros se aproximaran al teatro para aprovechar la labor que la representación había conseguido con gran esfuerzo de toda la compañía de actores: congregar a un notable gentío. Parte del público, poco interesado en el transcurso de aquella tragedia, volcó su interés en los recién llegados saltimbanquis y fue saliendo del teatro. Los actores se esforzaron en declamar más alto elevando el tono de voz al máximo de su capacidad para intentar reavivar el interés de los que allí se habían reunido, pero todo esfuerzo resultaba inútil. Poco a poco se fue vaciando el recinto hasta que apenas quedó un tercio del aforo inicial. Tito estaba descorazonado y Rufo iracundo. Aunque los ediles habían pagado por anticipado la representación, si ésta no era de interés, se cuestionarían volver a contratar a la compañía.
En el exterior del recinto el grupo de artistas callejeros pegaba volteretas en el aire una tras a otra a un ritmo enfermizo; luego uno de ellos se tendió en el suelo y el resto saltaba dando una voltereta sobre aquel. Al fondo se podía observar a dos fornidos guerreros, sus musculosos brazos relucientes por el aceite con el que se habían untado, armados con espadas y escudos dispuestos a entrar en combate para satisfacción del gentío que empezaba a rodearlos.
En el teatro, Publio permanecía absorto en la representación de tal forma que el desplazamiento del público hacia el exterior del teatro le había pasado completamente desapercibido. Cneo, por el contrario, entre adormilado y aburrido, estaba considerando seriamente ausentarse junto con el resto de gente que ya lo había hecho. Un buen combate de gladiadores parecía, a todas luces, un entretenimiento mucho mayor que la pesada y lenta historia que se les estaba presentando sobre el escenario. Sin embargo, veía a su hermano tan absorbido por la representación que intentaba aún concentrarse para ver si podía él quedar igual de prendado por lo que los actores contaban. Pero no. Resultaba del todo imposible. Al cabo de unos minutos se decidió y se dirigió a su hermano.
—Publio, yo me voy, te espero fuera.
—¿Eh…? Bien, sí, bien. Nos vemos fuera. Cuando termine salgo —fue su respuesta, pero aún no se había dado Cneo la vuelta para marcharse cuando apareció entre ellos un esclavo de casa de los Escipiones.
—¡Amos, amos! ¡Ha llegado el momento! ¡Ha llegado el momento!
A esta interpelación Publio sí que reaccionó con rapidez dejando de lado la representación.
—¿Estás seguro? ¿Sabes bien lo que dices?
—Sí, mi amo. Sí. Vengan a casa. ¡Rápido!
Y el esclavo les dirigió a la salida. Velozmente sortearon al público superviviente de la representación. Luego en el exterior bordearon el tumulto que se había formado alrededor de los dos gladiadores que habían empezado su lucha. El ruido de las espadas sobresalía por encima del de los gritos de la gente. Publio aceleró la marcha.
—¡Vamos, vamos! ¡Hay que regresar a casa lo antes posible!
En el teatro Tito contemplaba desolado el recinto medio vacío y escuchaba a los actores declamando a gritos sus intervenciones para a hacerse oír por encima de la algarabía que llegaba de fuera. Una tarde de teatro en Roma. Tito sintió que aquel no podía ni debía ser su mundo por mucho más tiempo. Había de dejar aquel barco antes de que se hundiera del todo. Nunca pensó que tuviera madera de héroe.
(De Africanus, el hijo del cónsul, 2006).
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