GARCÍA, Concha

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GARCÍA, Concha

Biografía

Concha García nació en La Rambla (Córdoba) en 1956. Desde su infancia vive en Barcelona, ciudad en cuya Universidad se licenció en Filología Hispánica. Es una de las fundadoras del Aula de Poesía de Barcelona y presidió la Asociación Mujeres y Letras, que tiene como principal tarea dar a conocer la obra de mujeres escritoras. Fue galardonada en 1986 con el premio de poesía Barcarola, en 1995 con el Jaime Gil de Biedma y en 2019 con el Premio Internacional de Poesía Dama de Baza.

Habitualmente colabora en prensa nacional, y también ha publicado sus trabajos sobre poesía escrita por mujeres en otros países como México, Uruguay o Nueva York. Su obra ha sido traducida a diversos idiomas y consta en varias antologías.

 

 

 

Obra

NARRATIVA

Miamor.doc (2001).
Desvío a Buenos Aires. (Diario de una poeta en la Patagonia Argentina) (2019).

POESÍA

Otra ley (1987).
Ya nada es rito (1988).
Desdén (1990).
Pormenor (1992).
Ayer y calles (1995).
Cuántas llaves (1998).
Árboles que ya florecerán (2000).
Lo de ella (2003).
Diálogos de la hetaira (2003).
Si yo fuera otra (2005).
Ya nada es rito y otros poemas : poesías reunidas, 1987-2003 (2007).
Acontecimiento (2008).
Un brillo del no: y otros poemas (2010).
Y lo peor es que sobrevivimos: antología personal (2013).
El día anterior al momento de quererle (2013).
Las proximidades (2016).
Vasta sed (2020).

ENSAYO

Ciudades escritas (2019).
Miradas en los entresijosPercepciones alrededor de la poesía escrita por mujeres (2020).

TRADUCCIONES

Ingeborg Bachmann, Últimos poemas (1997). Con Cecilia Dreymüller.
Ingeborg Bachmann, Invocación a la Osa Mayor (1999). Con Cecilia Dreymüler.

Premios

1986: Barcarola por Ya nada es rito.
1995: Gil de Biedma por Ayer y calles.
2019: Premio Internacional de Poesía Dama de Baza.

Poética

 

Yo quería representar en el poema esos «atisbos de conciencia» formulados, en gran parte, a través de diversas lecturas. Sin embargo, tenía que atenerme a la realidad a través de mi propia experiencia, viajar entre mis estados de ánimo y observar lo que experimentaba. Tenía que atrapar el instante en el que una vez formulada la imagen en el inconsciente, ésta debía quedar reflejada en la escritura. La poesía era el resultado de la tensión entre lo que yo veía y aquello que imaginaba, en un mismo orden de realidad aparentemente representada en dos niveles. Yo era la que estaba sentada con el codo apoyado sobre la mesa y una página en blanco invitándome a representar aquella hilera de pensamientos, de recuerdos, de sensaciones. ¿Cómo darle voz a alguien que ha visto demasiado y tiene miedo de que las palabras le devuelvan otra vez la angustia originaria? ¿Cómo liberar aquel cúmulo de tensiones que debían objetivarse sólo mediante la palabra poética? Era la reflexión de una escéptica necesitada no ya de otro yo, sino de otra voz. Y es más, tampoco de un tiempo cronológico, sino de varios tiempos. También necesitaba darle voz a la conciencia, a esa otra capa de realidad que siempre queremos ocultar en el poema. Demasiados asuntos. Estaba aturdida. Un libro no se escribe en un día, por mucha fiebre que una tenga. Puede que en una noche sea capaz de escribir los mejores versos. No hay que olvidar que el tiempo condensado tiene que derramarse en un momento u otro. No creo en la súbita iluminación si no existe detrás la experiencia real. Muchas veces ésta se vuelca de golpe, como si se nos cayera un vaso de agua sobre el mantel recién planchado.

(Fragmento de «El cajón lleno de fragmentos que brillan» editado en Quimera, 183, septiembre 1999)

 

 

Texto

EL TIEMPO SÍ REGRESA (1995)

Una cacerola que dejé puesta un día
sobre el mármol de la cocina.
Aquel lugar deshabitado largos años
mantuvo el utensilio. Yo era otra
al volver a destaparla. Vi moho
vi roña, vi partículas muy confusas
nadando en el agua pestilente. Vi
la forma de la cacerola intacta.
Recorrí con la mirada cansina
los alrededores del lugar, y el tiempo
se volcó sobre mi: el mismo edificio,
la misma calle, las mismas acacias.
El hedor de la cacerola era tan intenso
que me aparté a la ventana
para respirar. Mirando la calle
vi la misma gente, las mismas
posturas de la gente, las mismas
conversaciones de la gente. Lo vi
todo igual. Vacié aquel hediondo
líquido y restregué la porcelana
con un viejo estropajo que se deshizo
entre mis dedos.

(De Ayer y calles, 1995)

 

 

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